Antonio Ortuño. El mentiroso escritor de ficción

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“Me decía que escribir era la vaga ambición de guerrear contra mil enemigos y salir vivo”, dice Arturo Murray, protagonista del último libro de Antonio Ortuño. Y por un momento, parece que quien lo está diciendo es el propio escritor tapatío, sentado en el sillón de su casa, chamarra de cuero y la infaltable boina.

Porque La vaga ambición, recientemente galardonado con el Premio Ribera del Duero y que se presentará en esta edición de la Feria Internacional del Libro, es seguramente el libro más personal de Ortuño, un ejercicio de resistencia, de reflexión sobre lo quijotesco que puede resultar escribir en un país como México, pero a la vez una oda a la literatura y a una profesión que, más allá de la ambición, implica luchar siempre y a toda costa. Y también disfrutarlo.

En la obra, la forma, que es una colección de relatos interrelacionados, se empata con la intención que Ortuño ya pergeñaba desde hace tiempo de escribir sobre literatura y el mundo literario, sobre la vida del escritor, “pero no desde el punto de vista romántico, o de la idealización del escritor como un ser excepcional, erudito o marginado, que ve las tripas de la sociedad como nadie y que desde luego está por encima de la sociedad”.

Lo que pretende en cambio es explorar el lado B de la literatura, la difícil supervivencia del escritor, lo difícil que es mantener y cultivar una vocación que no tiene un correlato productivo en la sociedad y lo complicado que es para cualquiera que escribe vivir de hacerlo.

Aunado a la idea de desacralizar la vida del escritor, estaba la “de retener lo que a mí me parece trascendente de la literatura, pero que ocurre entre la página impresa y el lector, en ese punto pueden trascender épocas y cambiar la vida de las personas; pero en bambalinas, la vida cotidiana del escritor es entre pícara y grotesca”.

Tu identidad como escritor viene del periodismo. En tus libros anteriores tratas de tu entorno y las problemáticas que existen, este libro en cambio abordas un tema más personal. ¿Cómo fue que decidiste escribirlo?
El periodismo terminó siendo mi oficio porque me interesa la realidad que me rodea, me interesa observar a la sociedad y el momento en que vivo, y muchas de esas observaciones y preocupaciones se reflejan en lo que escribo. Este es un libro que se desmarca de otras cosas que he escrito porque no tiene esa marcada vocación social, observa un mundo mucho más pequeño y exclusivo que es el de la literatura. Es un libro mucho más personal e íntimo en muchos sentidos. Es divertido y ameno y agudo, me parece que habla de cosas humanas y que no hay que ser escritor o un lector empedernido para poderle entrar, pero sí tiene muchas más claves que pueden hacerle sentido a personas que viven o están cerca de la literatura.

En este sentido, en el libro haces una crítica mordaz al mundo literario y todo lo que lo rodea… Desde bambalinas, como dices.

En el naufragio de la cultura, todo mundo va a bordo del mismo barco. El escritor no se mantiene porque forma parte de una cadena productiva en la que el más pobre es él. Hay un enorme mundo de prensa cultural que tiene un impacto mínimo en la población, y que en general es arrinconada y desdeñada dentro de los medios de comunicación. Esto, más la desaparición de los espacios culturales, condena a los libros y a la literatura a ser una parte más bien débil de la sección de espectáculos. Todo eso que sabemos que es el mundo cultural y ese aspecto venenoso de la vida literaria, porque las relaciones entre escritores en general son difíciles. Hay unos odios entre escritores que también trascienden épocas, y que en realidad son horribles de pasar pero divertidos de contar.

¿Cuánto hay de autobiográfico en el libro?
Desde luego que en cada libro hay algo de autobiografía, pero para mí no tiene ninguna importancia que haya allí cosas que me han sucedido o que estén retorcidas de mi propia realidad, o que le haya robado a alguien más la anécdota. Lo que sí quería conservar es esa suerte de energía que da escribir sobre la propia experiencia, no porque mi vida importe particularmente, sino porque creo que es distinto escribir sobre cosas que uno ha experimentado, que investigar, leer, imaginarte sencillamente las cosas. Y además, porque la ironía del libro parte de la autoironía, ni el personaje ni el narrador se sienten por encima de lo que narran, no es el juicio olímpico de alguien que esgrime antes que nada la superioridad moral y que habla de los demás desde el olimpo de la pureza. Es un personaje narrador que parte de la autoironía para hacer esa suerte de radiografía del medio en que sobrevive.

Hay varios guiños a autores en el libro, como Cervantes y Bulgakov. ¿Son, como Ibargüengoitia, escritores que te inspiran?
Desde el principio del libro está la referencia a Cervantes, que no es nada caprichosa, porque el personaje tiene algo de quijotesco en su empeño de embestir a todos esos enemigos, digamos, absurdos. A mí me parece que una de las maravillas del Quijote, y es algo que me gusta pensar que se refiere en el libro, es que a pesar de que es una sátira nunca ridiculiza a su personaje; el Quijote no es ridículo, y sus empeños, por más absurdos y desafortunados que sean, no son objeto de burla o de censura por parte de Cervantes. Desacraliza la figura del caballero, pero respeta profundamente al idealista, y esto es una especie de consuelo en una profesión que es absolutamente desesperada en muchos sentidos, como lo es la escritura. Hay otras influencias, en el caso de Mikhail Bulgakov, que es un satirista, e Ibargüengoitia, una referencia para mí, sus libros fueron los que más he releído.

¿Escribir es una vaga ambición? ¿Es luchar contra todos?
La teoría bélica de Murray, que parece citada en muchas ocasiones en el libro, no es propiamente una teoría literaria, sino más bien una postura moral del autor, de no caer en la languidez, de no callar, de no rendir la pluma, no dejarse abrumar por esa mezcla de desdén e ignorancia con la que tenemos que lidiar todos los que escribimos, comenzando por nuestra propia ignorancia. También a la vez defiende mucho Murray, y yo también, el papel fundamental de mentiroso del que escribe ficción. Yo no quiero que el periodista o el cronista sean mentirosos, prefiero que el memorialista no lo sea, pero la ficción claro que te ofrece esa posibilidad. Muchas veces confundimos mentir con traicionar, muchas veces se miente hasta a uno mismo para poder reinventar algo. Es reacomodar la realidad, comprenderla de otra manera.

PRESENTACIÓN

La vaga ambición. Martes 28 de noviembre, 19:30 a 20:20 horas. Salón Agustín Yáñez, planta alta, Expo Guadalajara

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