Anónimos del asfalto

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Son sombras del asfalto. Huérfanos de Dios, de la familia, del Estado y la sociedad. Los menores que habitan en las calles de la ciudad salieron de sus hogares buscando otra opción de vida. En los callejones han encontrado supervivencia y marginación, lo mismo que en sus casas, pero con la ventaja de tener libertad y dinero.
Los menores se han apropiado de los espacios públicos a fuerza de golpes y extorsión. Han desarrollado una cultura callejera de la que poco entiende nuestra sociedad y las autoridades gubernamentales. Se convierten en sombras que hay que evitar. Algunos ciudadanos los señalan como “vagos”, “malvivientes” y “drogos”. El gobierno quiere que sean invisibles. Actualmente se aplican programas de limpieza a través del convencimiento a la población para que no dé dinero.
En Guadalajara, desde hace meses inició el programa “La calle no es vida”, en que brigadistas del DIF reparten materiales impresos con la leyenda “Una moneda no es la solución”, con el objetivo de “sensibilizar” a los automovilistas para no que no den ni un peso a los niños en los cruceros.
De acuerdo con Sergio García Ramírez, juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en México, estas acciones no curan la mendicidad, además de que seguramente seguiremos dando monedas a los niños por un sentimiento solidario y de empatía.
“No dar dinero a los niños no es una solución. Es necesario generar programas y proyectos públicos, sociales y privados en los que todos podamos coincidir; una política pública de alcance general para seguir contando con las fuentes de trabajo. Estos programas [como los que aplica Guadalajara] son acciones parciales que no sustituyen a los grandes proyectos”.
La población infantil mexicana vive en la marginación a causa de la descomposición familiar. Muchos niños que eran custodiados por sus padres ya no lo son debido a que sus familiares no pueden sostenerlos y sólo les queda trabajar en la informalidad o en labores indeseables.
Los niños, que deberían estudiar, cuidar su salud y prepararse para la edad adolescente, están haciendo tareas no propias de su edad. Dedicados a la mendicidad, a lavar vidrios, a vender objetos menores, son utilizados por grupos de malhechores que a la larga los pueden inducir a la criminalidad y drogadicción. Si esto continúa vamos tener un grupo de ciudadanos sin educación y con una salud maltratada y que va a mellar la población del futuro.
Las familias se han visto modificadas por las nuevas condiciones de vida. Ahora requieren de mayor participación de sus miembros en actividades laborales, por lo tanto las acciones deben dirigirse no sólo a los niños, sino a los responsables de los menores: la familia.

Historias urbanas
“Empecé chingándole en la calle desde los 12 años. Está cabrón. Hay que correrle de los polis que te levantan por nada. No tengo estudios, además tengo antecedentes y no en cualquier lugar me dan trabajo ¿vedá?
”De hecho, de repente, la gente de los carros se molesta y nosotros nos quedamos callados y la policía nos levanta porque somos indigentes. Estoy enfadado de estar cuidándome de los ‘poleicias’ ¿Por qué me llevan? ¿por trabajar? cuando deberían de agarrar a los que andan robando: nosotros no andamos robando, andamos trabajando. Tres veces me han llevado a la Correccional de Hidalgo por nada. De repente me río, luego me enojo porque me llevan por estar trabajando en la calle. No hay ninguna regla que diga que pueda trabajar en la calle. Yo trabajo para que mis hijos no pasen lo que yo ¿vedá?”. Miguel es limpiabrisas, tiene 31 años.
“Hay personas, pues, que se le hace mal nuestro trabajo, que no es digno. Los policías nos tratan muy mal. Nos discriminan más que nada, nos gritan de majaderías, nos golpean a veces. Una vez me tocó que se llevaron a mi esposo sin razón alguna, no más están enojados y van contra ellos. Piensan que no tienen nada que los proteja, es de las cosas más difíciles de trabajar en la calle. También que ahorita hace mucho frío, luego nos enfermamos, y hay que tener pa’ la medicina”. Aurora tiene 20 años, terminó la secundaria, se embarazó y la calle fue una opción para sacar dinero.
“Hasta te la rayan pa que no les limpies el vidrio. El sol es lo que nos friega un chingo. Luego llega la tira y nos dicen que nos retiremos. Si no les hacemos caso, nos trepan y nos quedamos en la ‘corre’ [correccional]”. Isabel tiene 22 años, recuerda que desde morrita trabaja en la calle.

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