Algo chido se cuela en el museo

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Réquiem por las salas de museo donde reina el silencio sepulcral. ARTNACÓ irrumpió en el MUSA de forma estridente, como lo hiciera un hombre poco preocupado por los modales en su primera visita a los salones de una baronesa.

La primera retrospectiva de la obra del artista multidisciplinario Sergio Arau en un espacio formal del arte introdujo la música de banda y el rock en español al museo, un recinto que por tradición canónica consideramos inocuo, calmo y aislado del ruido urbano que interfiere en la vivencia de la experiencia estética.

En la primera de las tres salas que albergan pinturas, ilustraciones e intervenciones sobre objetos que Arau ha trabajado desde los setenta, el espectador más culto y riguroso puede sentir cómo su conmoción frente al arte se trastoca por la música que una pantalla LED al centro del recinto expulsa. La instrumentación remite, sin duda, a una banda de viento y percusiones y, por los versos, se entiende que el compositor exalta los atributos de su pareja algo pasada de peso.

Si el espectador es curioso dejará para después la contemplación de los cuadros de gran formato en los que Arau representó a luchadores y luchadoras de torso desnudo, para confirmar de una vez que la música no proviene de una grabadora olvidada sino de la pantalla donde se proyectan, como parte de la curaduría propuesta por Ricardo Guzmán, algunos de los videoclips de música grupera, pop y rock dirigidos por el mismo Arau, que entregó la película Un día sin mexicanos en 2004.

Resuelta la duda sobre la música que domina en esa parte del edificio, el visitante podrá detenerse en la temática que cruza por la mayoría de los cuadros que el MUSA exhibirá hasta el 10 de enero de 2016: la mística y la estética del pancracio a la mexicana y los símbolos sobre la vida, la muerte, la divinidad, el infierno, el amor y la cotidianidad que esta disciplina deportiva devenida rito es capaz de contener.

Arau pintor interpreta a su modo los arquetipos que la lucha libre absorbió de la historia y la actualidad de la cultura nacional. El espectador encuentra la chispa de esa “mexicanidad” de colores incendiarios, soles dorados y elementos barrocos en los colores del acrílico, en los tatuajes con los que el artista ha marcado a sus personajes y en las fichas técnicas donde asoma la frase “Ay dolor” que también el Arau rockero, miembro fundador de Botellita de Jerez, podría enunciar.

Guzmán, el curador, también presenta al amante del arte con el Arau ilustrador de libros infantiles y el caricaturista crítico. Después de los colores y las formas robustas y enmascaradas de la primera parte, vienen los trazos sencillos, a una sola tinta de un artista que va de gira o transita entre Los Ángeles, Nueva York, Chicago y la Ciudad de México con un cuaderno de bocetos para retratar el escenario cotidiano o vaciar la primera parte de una idea.

Al mismo Arau, que ha eternizado el cuerpo desnudo de una luchadora-ángel imaginaria, pertenecen las ilustraciones que acompañaron las lecciones de lectura y matemáticas de los niños mexicanos que cursaron la escuela pública a finales de los ochenta. Por otra parte, la retrospectiva permite ver al artista fundacional del movimiento art nacó, que reivindica la producción simbólica de México, en su etapa más irónica.

ARTNACÓ reúne treinta y seis reproducciones de las caricaturas de La netafísica, el libro del Arau crítico. Al artista le bastaron unos cuantos trazos para resumir la realidad nacional que se cicla y se recicla a lo largo de las décadas, una donde el valor del peso fluctúa con libertad y los bolsillos se llenan con aire; una en la que el tiempo, el maletín y el trabajo nos atan y esclavizan.

La tercera sala no deja dudas sobre la relación entre el pintor que por primera vez monta su producción en un museo y el rockero que desde hace mucho tiempo se hizo con una sala permanente en el imaginario colectivo. Aquí, los acrílicos tiñen chamarras de cuero y crean representaciones de los iconos patrios sobre guitarras y bajos eléctricos, y un Tezcatlipunk con penacho requintea ante los dioses. El ARTNACÓ es chido.

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