Viajar a Curitiba

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    Mucha gente comenzó a escuchar el nombre de la ciudad brasileña de Curitiba, por ser el lugar sede del club Atlético Paranaense que jugó con Chivas en la Copa Libertadores.
    Pero los políticos hace rato que descubrieron Curitiba.
    La mencionada ciudad aparte de producir buenos equipos de futbol, se ha convertido en una especie de “imán” que atrae a numerosas delegaciones mexicanas que viajan a ese sitio para “aprender” de la extraordinaria forma como es administrada.
    Se trata de un proyecto de la Organización de las Naciones Unidas que destinó millones de dólares para diseñar el prototipo de una ciudad que tiene por principal característica que es “usada” por sus habitantes quienes no residen en ella.
    En Curitiba la gente vive en los suburbios en granjas o colonias con amplios jardines y aire fresco, pero trabajan, estudian o van de compras a los comercios de la ciudad. Después regresan a casa.
    Aquí se han puesto en marcha decenas de programas que tienen que ver con una eficiente administración de los recursos y una sana convivencia entre ciudadanos y gobernantes.
    Uno de los políticos que quedó subyugado por Curitiba fue el primer alcalde panista de Guadalajara, César Coll.
    De este sitio, Coll trajo un programa llamado “Alimentos por basura”, que no era otra cosa más que motivar a que la gente separara la basura orgánica e inorgánica.
    Por cada bulto de basura separada que entregaba la gente, el ayuntamiento daba una despensa. Pero el programa no duró mucho.
    Involucrado ya en el asunto de la basura, lo que finalmente a César Coll sí le tocó comenzar, fue un extraño proceso de concesión de la recolección de basura por parte de la empresa Caabsa Eagle.
    Con cientos de toneladas generadas diariamente, la recolección y disposición final de la basura es un grave problema que enfrenta la zona metropolitana de Guadalajara.
    Por eso, antes de concluir la gestión de Alberto Mora López, fue firmado el 17 de diciembre de 1994 ante el notario público 25, el contrato concesión en el que la empresa se comprometía además de las construcciones de plantas y rellenos sanitarios, a contar con tecnología de punta y camiones que no podían exceder a los cinco años de antigí¼edad.
    La concesión por 15 años cumplió diez en el 2004 y la concesionaria no ha invertido los 40 millones de dólares ofrecidos.
    Mensualmente, el ayuntamiento paga a Caabsa más de 300 pesos por cada una de las mil 700 toneladas que recoge diariamente en la zona metropolitana, con lo que mensualmente paga más de 15 millones de pesos.
    Según un documento interno del ayuntamiento tapatío donde se especifican los incumplimientos de ambas partes, Caabsa incumplió en las inversiones y el municipio en el pago. Las omisiones entre otras son las siguientes:
    Caabsa no cumplió con la inversión de 40 millones de dólares.
    Con la construcción de una estación de transferencia.
    De una planta de transferencia.
    De una planta de separación.
    De dos plantas de composta.
    Construir un relleno sanitario.
    Adquirir una fianza para garantizar el servicio.
    Adquirir una fianza que garantice las obras.
    En el caso del municipio, entre otras omisiones destacan las siguientes:
    Ajuste del pago por recolección anualmente.
    Constituir fideicomiso que garantice el pago.
    Extrañamente, algunas de las cláusulas del contrato de concesión, como las fianzas para la operación, tenían de plazo cinco días para cubrirse y nunca se cubrieron.
    Funcionarios del mismo ayuntamiento me comentaron que a la luz de estas simples cláusulas incumplidas, nunca debió iniciar la concesión.
    Pese a este panorama, el servicio de recolección de basura en Guadalajara es aceptable pero no se cumplió con el resto de las inversiones prometidas que aseguraban resolver el problema de la basura a largo plazo.
    El cierre del basurero de Matatlán, por ejemplo, puso en evidencia que a diferencia de otras ciudades como Monterrey, Guadalajara no tiene resuelto el problema de la basura en forma integral y ante la carencia de vertederos hoy los municipios metropolitanos prestan espacio para los vecinos para que arrojen ahí sus desperdicios.
    El municipio de Chapala, por citar un caso, envía sus camiones de basura a la planta de Laureles en Guadalajara; o en Tlajomulco, donde una misteriosa concesión otorgada en los últimos días de la desastrosa administración de Guillermo Sánchez Magaña, obligaba a que una empresa brindara el servicio de recolección de basura con apenas siete camiones.
    En cinco años, Tlajomulco crecerá al menos en 400 mil habitantes más y será imposible atender tan sólo este servicio.
    La estrategia de las autoridades municipales de concesionar el servicio de recolección y depósito de la basura, ha funcionado en otras ciudades del país.
    Por seguir con el ejemplo de Monterrey, se han instalado sitios de transferencia de basura y los rellenos sanitarios están muy lejanos de la mancha urbana.
    Ahí mismo en Monterrey, funciona una de las pocas empresas que existen en México que atiende desechos peligrosos y recicla aceites y derivados que en Guadalajara simplemente se van al drenaje.
    Está claro que no se necesita viajar a Curitiba para aprender lo que hay que hacer con problemas tan graves como el de la basura.
    Bastaría con que las autoridades cumplieran con la ley e hicieran cumplir a y cumplieran ellos mismos lo que estaban obligados en asuntos tan delicados como la concesión de la basura.
    Porque diez años después de la concesión a Caabsa Eagle, la empresa no cumplió invertir 40 millones de dólares y construir centros de transferencia, confinación y procesamiento de la basura.
    Y tampoco el municipio cumplió su parte de ajustar precios y crear un fideicomiso que garantizara el pago del servicio.
    Eso no se hace en Curitiba.

    A manera de despedida: A mediados de los ochenta, decenas de camiones de Guadalajara depositaban la basura en un gigantesco hoyanco en la colonia Indígena en Tlaquepaque.
    Se trataba de una antigua cantera con paredes de piedra que a los “genios” del ayuntamiento de Guadalajara les pareció el lugar ideal para depositar la basura.
    Con el paso del tiempo y tras la descomposición de la basura, los gases y lixiviados buscaron salida y la encontraron en los drenajes y resumideros de las casas cercanas.
    Por las noches los vecinos de la colonia veían que se encendían los gases y fueron varios casos de personas desmayadas porque los vapores salían de repente en el baño.
    Los olores eran insoportables.
    En una gira de trabajo que hizo el gobernador Enrique Alvarez del Castillo a la zona, me atreví como reportero a decirle que por qué no brincaba una loma cercana y visitaba el “relleno sanitario” que habían hecho del basurero.
    Casi se desmaya y ahí ordenó que se realizara un nuevo relleno que resolviera el problema y me dijo burlón:
    “En un año ya no les huele nada, ni se les prende nada. Eso no tiene chiste”.
    Han pasado casi 20 años desde entonces y todavía les huele.

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