Versos del eterno retorno

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    El cuarto séptico de un hospital es donde clasifican y eliminan los desechos producto de la atención dada a los pacientes. Ahí van a dar las gasas, materiales de curación usados, así como la orina y los excrementos. Séptico es el título del libro de Luis Vicente de Aguinaga, una serie de 12 poemas que transitan entre la muerte y el florecimiento de lo que se cree extinguido.
    El suegro del poeta fue diagnosticado con leucemia. Lo hospitalizaron. “Una de las realidades que nos impresionaron a mi esposa, cuñado y a mí, fue el descubrimiento del cuarto séptico”. Durante las semanas de agonía del enfermo, Luis Vicente de Aguinaga tomó algunas notas, pero no tenía claro cómo terminaría eso. De hecho, cuando murió su pariente, sintió disgusto por lo escrito. Tiempo después hubo otro deceso en su familia, con características distintas, porque se trató de un crimen. Fue una tragedia repentina e imprevista. “Siento que de alguna forma me llevó a las notas que había escrito. Tampoco en ese momento tenía claro lo que podía hacer con esos esbozos”.
    Seis meses después Luis Vicente de Aguinaga decidió escribir los poemas incluidos en Séptico. Tardó una semana, ya que se dio cuenta que muchos estaban avanzados y no era difícil terminarlos. Los umbrales de la muerte, la agonía y el duelo posterior son temas que toca. En el libro queda plasmado cómo ante la muerte de un ser querido, el entendimiento se desorienta, la percepción se agudiza, pero no sabe muy bien qué objetos está percibiendo. “El momento mismo de la muerte queda fuera del lenguaje y no hay forma de expresarlo, ni de entenderlo. La muerte como tal está detrás de nuestra conciencia y es inexpugnable”.

    La esperanza
    “Un día de mayo, no puedo recordar si del año pasado o hace dos años, uno de mis hijos, el mayor, fue a la escuela vestido completamente de blanco, porque tenía que presentar una ofrenda y al verlo así, con un ramo de flores en las manos, entendí que esa era la desembocadura de los poemas, que en esa experiencia estaba la otra punta de la secuencia”.
    Al poeta le quedaba claro que detrás de ese ritual en el que participaría su hijo, estaba la más ancestral de las religiones, el culto a la madre tierra, y por lo tanto, un culto a la fertilidad. “Vi al niño bajo el sol de mayo y entendí que en esa experiencia me estaba siendo dada una lección muy bella de resurgimiento, de florecimiento de todo lo que se hubiera podido creer muerto y extinguido, y en cierta manera, de esperanza”.
    Luis Vicente de Aguinaga no cree en la reencarnación, pero tampoco en la muerte como la total desaparición de todo. “Finalmente los átomos de la materia de la que estamos hechos van a quedarse en la tierra, en el aire o en algún otro sitio. Será, en todo caso, nuestra conciencia la que se extinga, pero no la materia”.
    El poeta cree en el alma, una energía que anima y mantiene viviendo a los seres humanos. Nadie puede provocarla intencionalmente. “Para eso no necesito pensar que exista un Dios o muchos. Simplemente percibo el movimiento de las cosas, de la realidad y me sé dentro del mismo. Todo está cambiando, muriendo, volviendo a nacer siempre”.
    El libro no habla de hechos concretos. No son crónicas ni narraciones, ni ensayos o teoría sobre lo que significa morir. “Yo quiero que en mis poemas se vuelvan palpables ciertos objetos de la experiencia cotidiana, como esa lata de refresco, esta mesa o aquella lámpara, iluminados de pronto por una luz cruda que nos hace pensar que en ese momento estamos viendo por primera vez las cosas y que no se lo agradecemos a la vida. Que más bien esa visión nos hiere”.
    De Aguinaga señaló que no le interesa elaborar un discurso claro cuando escribe un poema. “Lo que sí quiero es que en el poema actúen objetos nítidos. Es decir, de formas, consistencias, volúmenes y texturas nítidamente perceptibles, que impresionen con precisión a los sentidos. Al poeta lo que le debe importar es que si en el poema menciona una silla, esté realmente ante la sensación del que lee el poema, porque si es una abstracción, una silla platicada no tiene caso. Eso a mí no me sirve”.
    Séptico es el primer libro publicado por editorial Simiente. El libro apareció a principios de este año. Un joven poeta de Cuernavaca, Sergio David Lara, fundó la editorial. La portada está ilustrada por un ideograma chino que representa al hombre encerrado dentro de un cuadrado. Significa el prisionero. Este fue dibujado por el calígrafo japonés Tetsuo Iwamoto.
    Luis Vicente de Aguinaga es también autor de Noctambulario (1989), Adolescencia y otras cuentas pendientes (2011) y Fractura expuesta (2008). Es además ensayista y traductor.

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