Un viaje por la lectura a través del tiempo

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Si los alumnos aborrecen los libros, si son malos lectores, el fracaso es también nuestro.

Carlos García Gual

En este inicio de calendario 2018 “B”, vale recomendar y adentrarse en la lectura de los grandes escritores humanistas que perduran a pesar del tiempo, y que son imprescindibles en el campo académico si queremos cultivarnos dentro de una cultura universal. Ello, evidentemente, no quiere decir que estas lecturas básicas e inolvidables se ubiquen en un contexto ahistórico.

Algunas palabras están tan desgastadas por la retórica oficial, que parece difícil usarlas con un significado escueto y preciso. Así ocurre con “democracia”, “libertad”, “justicia”, “humanidades”, “humanismo”, “academia”, “excelencia”, etcétera. Todo el mundo está a favor de su formato académico, pero son mucho menos quienes creen en su valor en la educación y en la sociedad de hoy, a pesar de que el prestigio y la pervivencia de autores renombrados clásicos son la sustancia de las humanidades tradicionales y en sus textos se configura el acceso a la tradición humanista.

El arte de leer y de reinterpretar los textos que son inolvidables en el campo de las humanidades, continúa siendo el más sólido e ineludible fundamento de la formación académica en el campo humanista, una educación marginada y angustiosamente amenazada por presiones pragmáticas, urgencias sociales y modas pedagógicas. De modo que la enseñanza de las humanidades, en un tiempo prestigiosa, está en honda y extensa crisis (posiblemente es una percepción de alguien que se puede decir que padece nostalgia).

Pienso que se nota más en nuestras aulas, pero no se trata solo de un fenómeno escolar. Se trata de una crisis amplia de la lectura y de la relación con el pasado de las humanidades, de las lecturas clásicas, de los clásicos. Es el pasado el que ha perdido prestigio. Lo que se dice que se ha considerado y definido en determinados textos y autores, es la lectura reiterada, fervorosa y permanente de los mismos a lo largo de tiempos y generaciones.

Clásicos son aquellos libros leídos con una especial veneración a lo largo de los siglos. Un libro clásico es un texto enormemente sugestivo, que invita a nuevas relecturas: Ítalo Calvino en un estupendo ensayo que acabo de leer, recogido en su libro Por qué leer a los clásicos, da 14 definiciones. Me gusta especialmente la que dice y la comparto: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.

Acaso ahí reside el misterioso atractivo fundamental de estos textos: en su inagotable capacidad de sugerencias. Siempre se puede encontrar en ellos algo de nuevo, sugerente y aleccionador. Frente a tantos y tantos libros sólo entretenidos, ingeniosos, eruditos o muy doctos, pero de un solo encuentro, frente a tantos papeles de usar y tirar, los textos literarios se definen por admitir más de una apasionada lectura. Los clásicos invitan a relecturas incontables.

Se ha mencionado que se podría calificar a los libros clásicos como la “lectura permanente” -según una frase del filósofo Schopenhauer-, en contraste con las lecturas de uso cotidiano y efímero, como los best sellers y los libros de moda y de más rabiosa-basura de actualidad. Estos suelen llegarnos rodeados de un prestigio y una dorada y ruidosa propaganda comercial para salvarnos de la ignorancia, nuestra soledad, de la depresión, de la falta de amor y en fin, de una gran ayuda que han denominado “superación personal”.

Las lecturas de los clásicos son los que han pervivido en los incesantes naufragios de la cultura, imponiéndose al olvido, la censura y la desidia. Algo tienen que los hace persistentes, necesarios, insumergibles. Son los mejores libros que marcan la diferencia, como lo señala Pierre Bourdieu en su ensayo “La distinción”.

Pero esto no significa que estos libros se sitúen más allá de la historia, sino que su recepción, su fulgor y permanencia dependen de la estima más o menos constante de sus lectores y, por lo tanto de las alternativas del gusto.

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