Un reencuentro con nuestro origen

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Cada asiento del Paraninfo Enrique Díaz de León, de la Universidad de Guadalajara, estaba ocupado el miércoles pasado por las personas que expectantes acudieron para escuchar el mensaje de paz de la mujer de origen guatemalteco, Rigoberta Menchú Tum, que en 1992 fue reconocida con el premio Nobel de la paz.

Oírla hablar sobre respeto a las comunidades indígenas y la necesidad de un replanteamiento de lazos con los nuestros pueblos originarios, fue para muchos un recordatorio de que en nuestro país este sigue siendo un tema urgente de resolver.

La defensora de los derechos humanos indígenas, reconocida con el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Guadalajara, recordó en su mensaje su origen maya quiché, lo cual implica, según dijo, no sólo poder usar una indumentaria maravillosamente tejida, sino tener presente sus principios y valores.

“No pretendo sustituir a los mayas, pero sí sacar de ellos una idea de su ciencia y tratar de convertirla en una ruta por la que podamos caminar”.

La ciencia concebida por la doctora Men-chú, está basada en lo que existe en el interior de los seres humanos, una ciencia útil, que tiene como meta final encontrar la felicidad.

Compartió con los presentes un código para la convivencia, en que el respeto, la gratitud y la complementariedad son principios que los habitantes de un mundo globalizado deberían tener presentes siempre.

“Esa palabra –respeto-, si la tratamos de profundizar, cada persona en este planeta entenderíamos una nueva forma de vida y tocaría nuestras fibras internas”, dijo en su conferencia titulada “Mensaje de paz para un mundo global sin discriminación social”, Menchú Tum, enmarcada por las obras de inspiración humanística del muralista mexicano José Clemente Orozco.

El respeto, en su concepción, significa el reconocimiento de que el otro es diferente a mí, un sentimiento de gratitud que produce en el hombre un acto de humildad, una humildad que no debe ser nunca equivalente a la humillación.

Además habló de una complementariedad de su pensamiento con la filosofía en la que cada ser humano es considerado un microcosmos en la dimensión global del planeta Tierra.
Sobre sí misma, Rigoberta Menchú dijo ser parte de una memoria colectiva, de la que todos formamos parte y que ella se ha encargado de recoger. También se reconoció como un ser profundamente consciente.

“No sé por qué soy polémica, lo que sí sé es que tengo mucha conciencia de lo que hago y si eso deja una huella que el tiempo dirá”.

Explicó que esa conciencia debe llevarnos a preguntar quiénes somos y a dónde vamos.

“Cuando investigamos sobre nosotros mismos encontramos nuestros defectos”.

Ante un auditorio en su mayoría compuesto por jóvenes, la activista afirmó que en el tema de la paz, lo que nos han inculcado desafortunadamente es la valoración de los conflictos y de la guerra.

“La juventud no sabe lo que pasa, porque es más fácil ver una guerra ficticia en la televisión, que imaginar una guerra real. Entonces la gente ya no ve seres humanos ultrajados, sino una película de pinturas”.

Durante su mensaje insistió en que un mundo sin discriminación nos permite la posibilidad de coexistir, por lo que encomendó a los asistentes la tarea de prevenir conductas que tipifican y estereotipan a las personas, como pensar que los ancianos no pueden hacer ciertas actividades por el hecho de ser mayores.

La doctora Rigoberta Menchú es fundadora de la Iniciativa indígena por la paz, Embajadora de buena voluntad de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Fue reconocida en 1998 con el premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.

En el mensaje de bienvenida del Rector General de la UdeG, maestro Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla, éste aseveró que la doctora Rigoberta Menchú es sinónimo de dignidad y lucha por la defensa de los pueblos indígenas, y de la igualdad entre los ciudadanos de América y del mundo.

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