Un maestro de la comunidad

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Tratar de explicar por qué hemos decidido conmemorar con palabras el recuerdo de un espíritu audaz que educó a muchos estudiantes con sus profecías e interpretaciones, en cuyo nombre estamos reunidos, implica tener conocimientos ahora sobre el pensamiento y logos espiritual que dominaba al maestro de muchos estudiantes que por generaciones acudieron a sus clases en Ciencias Sociales y Humanidades.

Manzano amó la filosofía y fue filósofo por vocación en un momento histórico en el que pareciera que el pensamiento no es algo que se valore o reconozca lo suficiente. Si separamos el trabajo del logos, o dicho en otras palabras, si separamos lo que el hombre hizo de lo que dijo, encontraremos a lo largo de su vida bastantes evidencias de la necesidad de homenajearlo en ambos modos de ser del mismo sujeto. Por el conocimiento que tenemos de sus obras, reconocemos el trabajo de traducción, interpretación e introducción a los autores que le despertaron un profundo interés filosófico durante toda su vida; por el conocimiento que tenemos de su actuar en docencia, reconocemos la capacidad que tuvo el maestro de impactar y motivar a los estudiantes e interesados en la filosofía para que siguieran leyendo y ejercitando el acto de pensar por ellos mismos.

La filosofía es entendida como un tipo de experiencia espiritual intransmisible, que no puede ser llevada por otro, sino que tiene que ser ejercida por uno mismo, y los geniales autores que estuvieron en el foco de atención durante toda la vida del doctor Manzano, a saber, Kierkegaard, Nietzsche y Hegel, son coherentes con dicho precepto práctico. Sin ignorar la magnitud de otros autores en la historia de la filosofía, a los anteriores les atribuimos la genialidad por su capacidad de establecer lazos estrechos entre la vida y la obra. Mas hay, a nuestro modo de ver, una diferencia íntima y sin límites claros entre el filósofo y el autor de libros de filosofía. Filósofo en el sentido último y pleno de la palabra sólo lo es el genio que modela con su decir todo un mundo, por lo mismo no encontramos muchos genios a lo largo de la historia y reservamos el juicio a unos autores bien ubicados. En este punto, pensamos de manera reflexiva que el creador es generado por una especie de ley de la naturaleza universal que desconocemos, pero que suponemos existe, por lo mismo esperamos con gusto la llegada de más genios que sean miembros de nuestra especie, para que nos permitan transitar por las nuevas formas de vida o nuevas formas de ver el mundo abiertas por ellos. 

La obra de Manzano nos ayudó a explorar las vías abiertas por los filósofos antes mencionados. Sus introducciones y traducciones a dichos genios nos permitieron hacer lecturas distintas y confrontar lo que habíamos entendido de la filosofía en general, y de los filósofos en particular.

Ahora bien, en lo que respecta al actuar del doctor dentro de las aulas, por su intencional forma un tanto provocadora y oscura de explicar los conceptos, muchos de sus alumnos se vieron en la necesidad de pensar en la filosofía y en la vida de otra manera, es decir, como un ejercicio personal e intransferible. Como divulgador y socializador del saber de las humanidades, Manzano cumplió una importante labor de difundidor de la filosofía a lo largo de su vida académica, y esto es algo que debemos de reconocer e imitar en un momento histórico donde pareciera que la balanza se inclina hacia la cuantificación de las ganancias y pérdidas en términos económicos.
Sabemos que como persona todo buen maestro se presenta como una singularidad que guarda en sí mismo sus fronteras y su valor. Hay un peso vital en cada ser humano que no puede ser pasado por la balanza ni puede ser medido, y para entender dicha dimensión de lo humano en el discurso filosófico hemos elaborado distintas disciplinas, como la ética y la estética, que elaboran un lenguaje que nos permite mostrar lo que se lleva dentro, aunque de hecho sabemos que no se puede cuantificar. Por lo mismo parecería que cada dimensión del humano necesita de lenguajes distintos, el del habla cotidiana para vérnosla con el mundo y expresar cosas inmediatas en las que estamos incluidos; el del discurso filosófico para expresar de manera abstracta las ideas y conocer los modos de ser del pensamiento mismo; y finalmente el lenguaje del arte resulta vital para expresar los sentimientos, ideas y conceptos de la psique humana. En el único que prima el principio de no contradicción es en el segundo, la academia filosófica con su tradición es severa al respecto; en los otros dos, en el habla y el arte, priman los principios subjetivos de la vida misma: las tradiciones culturales y discursivas que apoyan a dar forma al pensamiento del sujeto, más los sentimientos y emociones de la psique individual que procesa todo de una forma que no necesariamente es compartida o universal.

Sería interesante hacer un cálculo del impacto que tuvo Manzano en sus audiencias, sin embargo sabemos en el fondo que eso es imposible. El verdadero impacto no se puede medir, la asimilación hecha por las audiencias de su actuar en aulas y auditorios quedará guardado en la subjetividad y en la memoria de cada uno de los participantes a sus seminarios y conferencias.

Tomemos en cuenta que el valor de los hechos y de las palabras depende del sujeto que las piensa o del que las recibe, de manera que siempre hay cambios significativos en la manera como asimilamos los hechos. Seguramente, para algunos asistentes a sus cursos, solo bastó con una palabra precisa en el momento indicado para que el mensaje se volviera significativo, y en ese sentido, para que la palabra dejara de ser simple parte del habla y se convirtiera en una idea incorporada al proceso del pensamiento, con un valor en el sujeto concreto con su historia y deseos personales. Para otros sujetos de espíritu más combativo e irreverente (común a los jóvenes universitarios), seguramente la práctica docente se volvió una especie de diálogo agonístico o interrogante que le exigió al maestro que se esforzara constantemente en revisar sus ideas y preparar de mejor forma sus cursos. Dejemos pues el juicio a todos aquellos que tuvieron el agrado de experimentar el ejercicio filosófico de un maestro de las humanidades, esperemos valorar y compartir lo que el hombre dijo e hizo durante toda su vida para que las generaciones venideras sepan que hay distintas formas de vida en las que el valor se entiende no en términos económicos y cuantitativos, sino en función de un fin común que nos permita vivir juntos.

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