Toscano la imagen que transcurre

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    El cartel del “Museo de Diversiones Olimpia”, ubicado en Alcalde 1, frente a la Catedral —advierte el letrero—, anuncia sus atracciones: vodevil, salón de estereoscopios, la mujer araña, la escarpoleta diabólica o el columpio encantado y, sobre todas, el cinematógrafo. Es 1907, y este teatro es uno de los tantos en México en los que Salvador Toscano se dedica a promover la incipiente industria del cine, como un testigo de la realidad, pero sin dejar de ser un artífice del espectáculo abarrotado por el pueblo.
    Hijo de una educadora y escritora originaria de Tonila, Jalisco, Refugio Barragán, a Toscano le tocó nacer en Guadalajara en 1872, aunque sus primeros años los vivió en gran parte en Ciudad Guzmán —a la que años después no dejaría de rendir homenaje en su trabajo fílmico—, ya que su madre daba clases ahí hasta que fue solicitada en la Escuela de Párvulos de la Ciudad de México. Refugio, que ya era viuda, cargó con sus hijos a la capital. Salvador tenía 18 años y estaba listo para entrar a la Escuela Nacional Preparatoria.
    Para ese momento, ya habían pasado más de 20 años de que Juárez había expedido la Ley Orgánica de Instrucción Pública en el Distrito Federal, y que contemplaba la creación de la Escuela Nacional Preparatoria. La columna vertebral de toda la estructura educativa de la institución se la daría el doctor Gabino Barreda; un estudioso y seguidor de la filosofía de Agusto Comte que con su positivismo ponderaba a la razón y a la ciencia como las únicas vías a seguir por  los hombres para obtener el orden social. Lo positivo como lo real, lo cierto, lo preciso y útil, haciendo a un lado las creencias absolutas. De esta “nueva educación” en México, que Toscano continuaría en la Escuela Nacional de Ingenieros, se ha dicho que al cineasta jalisciense le germinó la idea de contar  la realidad mexicana.
    A su sensibilidad sólo le hacía falta el medio, y este lo encontró al tener conocimiento de lo que hacían los hermanos Lumií¨re; aquellos hombres que con sus aparatos podían conservar imágenes y luego darles movimiento para que otros las vieran. No dudó en importar los artefactos y abrir en 1898 la primera sala pública de exhibición en el país. Algunas de sus máquinas aún quedan vivas, como el Pathe Baby, un oxidado proyector montado en una mesilla, un kinescopio Le Taxiphote, o una moviola Krupp Ernemann, todos ellos con una apariencia monstruosamente obsoleta.
    Toscano podía presumir de estar a la moda del mundo europeo con sus aparatos y sus proyecciones. En 1903, Georges Mélií¨s había estrenado una de sus prestidigitaciones cinematográficas, El Caldero Infernal o Los Vapores Fantomáticos, un extraordinario corto en el que un demonio cocina a varias jóvenes; la ilusión coloreada a mano apenas dura un par de minutos pero es capaz de atraer multitudes a los teatros. Al año siguiente, Salvador Toscano la exhibe por primera vez en México, persuadido como muchos otros por el tremendo impacto que tenían las imágenes en los espectadores. Su vocación estaría en contar las historias comunes y las trascendentes del México de esos años; ese sería el verdadero espectáculo que le mostraría a la gente.
    “El acontecimiento cinematográfico más original y grandioso del mes de octubre próximo pasado”. Así se ofrecía la filmación que hizo Toscano sobre las fiestas patronales en Zapotlán en 1920, mostrando las calles del pueblo con sus danzantes y sus peregrinos. Películas como esa hubo muchas otras que retratan las costumbres y la cotidianidad que podría parecer intrascendente si no fuera porque son de los pocos registros fílmicos de la época; así, existen títulos como Salida de misa de las doce (1906), Incendio del Cajón de Ropa “La Valenciana” (1906), o aquellos que con el interés del gobierno se volvieron instrumento del discurso oficial como Don Porfirio Díaz paseando a caballo en el bosque de Chapultepec (1899), o Fiestas del Centenario de la Independencia (1910), en la que se ve a Díaz enseñando la riqueza del país.
    Pero de todo el material filmado por Toscano entre finales del siglo XIX y principios del XX, con mucho del cual en 1950, tres años después de la muerte de su padre, Carmen Toscano editaría lo que hoy se conoce como Memorias de un mexicano, destacan por su relevancia histórica los largometrajes realizados a propósito de los días y los personajes de la Revolución Mexicana, uno de ellos en mayor medida y que marcaría el inicio de ésta: La decena trágica (1913), que presencia los combates en la Ciudad de México a causa del golpe de Estado fraguado por Victoriano Huerta, “El Chacal”, el único —y el último se ha dicho— presidente salido de Jalisco, apoyado por el general Bernardo Reyes, padre del gran escritor mexicano, y que culminaría con el asesinato de Madero antes de que pudiera exiliarse en Cuba. Las escenas filmadas por Toscano le valieron la persecución y censura de Huerta que al enterarse de su existencia intentó quemarlas.

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