Sin proyecto de vida

1204

Pasa la gente. Uno tras otro. Él está ahí parado, como si nada. La vida avanza frente a su cuerpo envejecido. Ahí está, detenido sobre el puente que atraviesa la calzada Independencia, a la altura de la avenida Juárez, quieto como una piedra ante el caudal de río humano.
Como todos los días, sostiene su jícara de plástico color naranja mugriento en espera de alguna “caridad por el amor de dios”. Son las 14:00 horas y pocos pesos han caído. El sombrero apachurrado y su tez blancuzca le dan esa apariencia de gí¼ero alteño.
Sin duda, don Gustavo Arreola, como dice que se llama, vivió mejores tiempos. Cuenta ya 77 años de vida. Las arrugas se le vienen por todo el rostro, desde la frente hasta la papada. Usa lentes. Pero uno de los cristales está fragmentado como en cuatro pedazos. Los pegó con kola loka, pues parece que alguna vez se le rompieron en dos partes.
Ya como no queriendo la cosa, empieza a soltar una larga plática, ahí bajo el duro sol urbano del mediodía. Dice que era comerciante. De los buenos. Tenía su camioneta y todo. Andaba de un lado a otro por los pueblos del norte de Jalisco. Llevaba sus mercancías y las vendía bien. “Era buen negocio eso de vender cosas de plástico: baldes, jícaras, artículos para la cocina. Pero ya hace rato de eso, en los 70”.
Luego vino la enfermedad. Un problema en el ojo. Ahí va con el “dotor”, pero como nunca tuvo seguro social ni nada, pues se vinieron los gastos. Le diagnosticaron un severo glaucoma ya avanzado. Perdió la visibilidad de un ojo. El otro anda entre nieblas. Lo poco que le quedaba de las ventas, se le fue en “medecinas”.
Ya en ese tiempo su mujer había pasado “a mejor vida”. Una de sus hijas vivía en los Estados Unidos, aunque hasta ahora esos billetes verdes pocas veces los ve don Gustavo. Y no es porque esté casi ciego, sino porque “ni se acuerdan que tuvieron padre”. Otro de sus hijos es un vago, señala, “quién sabe a dónde anda”. Si está vivo o si está muerto, ninguno sabe.
Lo poco que saca de la “limosneada” es para costear sus “medecinas” y el cuartucho que renta. “Los asilos… n’hombre. Pa’ star ahí encerrado, mejor andar de arriba a abajo”.
“Ahí nomás me voy a morir de tristeza. Yo quero andar acá entre la gente, aunque sea falto de mi vista. Ahí nomás comida, cama, cuarto, baño. Todo eso le dan a uno, pero es nomás para esperar la muerte”.
Puede que el viejo haya inventado su exitosa historia como hombre de negocios o se imaginó también la lejanía de sus hijos, 77 años no pasan en balde y el cerebro también envejece. Lo que es seguro es que durante 20 minutos no recibió un solo peso ahí parado a mitad del puente urbano.
Don Gustavo es solo uno de los más de 120 mil ancianos que hay en Jalisco, y de los 7 millones que hay en todo el país.
Los trastornos psicológicos
Según la investigación que realizaron especialistas del Departamento de salud pública, de la Universidad de Guadalajara, 37 de cada 100 adultos mayores de la zona metropolitana de Guadalajara, padecen algún tipo de trastorno psicológico.
Las principales psicopatologías, explicó el doctor Manuel Pando Moreno, coordinador de las indagaciones, son: depresión –en primer lugar–, trastornos de sueño y neurosis.
“Encontramos que la gran mayoría de personas de la tercera edad, en Guadalajara, carece de proyectos de vida. Esto provoca que sufran de depresión, aunque debemos aclarar que esta no siempre está asociada a la tristeza. Y lo más desastroso es que muchas de estas personas solo esperan la muerte”.
Señaló que el deseo de morir deriva de la jubilación y falta de actividades, mientras que el mortal pensamiento de las mujeres proviene de la partida de los hijos.
“Parece que los hombres de estas generaciones fueron educados para trabajar y la mujer para criar hijos. Cuando cumplieron esas metas, ya no había razón para vivir”.
Manuel Pando, autor del libro Salud mental en la tercera edad, explicó que los ancianos y ancianas con depresión, carecen de interés por las actividades cotidianas y hacer cosas nuevas. En el trastorno de sueño aparecen los problemas para dormir o no tienen sueños reparadores, o sea que duermen una buena cantidad de horas adecuadas, pero al levantarse siguen cansados. Y los que sufren de trastorno neurótico se mantienen tensos ante cualquier situación, son insatisfechos y tienen una constante sensación de infelicidad.
Pero los anteriores trastornos no son exclusivos de los adultos mayores indigentes ni de los que viven en asilos, también prevalece entre quienes viven con sus familiares.
La doctora Carolina Aranda Beltrán, quien realizó las encuestas y entrevistas a profundidad para la investigación, visitó cinco hogares por cada manzana cuadrada de Guadalajara. Reunió un total de 300 encuestas, entre los ancianos tapatíos.
Los ancianos que la recibieron mostraron no ser del todo felices: “Pocos fueron los ancianos que platicaron anécdotas positivas. “La mayoría tenía más bien un proyecto de muerte. No pensaban en otra cosa. Lo único que deseaban era la muerte. Decían: ‘yo ya cumplí’, ‘ya hice’, ‘mis hijos se casaron’, ‘mis hijos ya están grandes’, ‘ya se murieron mis amigos’. Lo único que desean es la muerte.

Artículo anteriorAmenazada la gastronomía mexicana
Artículo siguiente¿China town?