Se descubrió que…

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La isla de Pascua fue un paraíso
La isla de Pascua, famosa por sus extrañas estatuas de rasgos estilizados y nariz respingona, solo tenía plantas pegadas al suelo cuando fue descubierta (el día de Pascua de 1722). Un caso raro, pues forma parte de la Polinesia, el archipiélago del Pacífico que se extiende en un área mayor a Estados Unidos y una de cuyas características es su esplendorosa vegetación: palmas, árboles, lianas, cascaditas, arroyos de montaña… un paraíso. Los ejemplos más conocidos son Tahití y Hawai.
La isla está en el fin del mundo: a tres mil 600 kilómetros de la costa chilena y a dos mil del islote más cercano. Los primeros viajeros europeos no encontraron en su territorio sino unos pocos miles de habitantes que sobrevivían con enorme dificultad y complementaban su dieta gracias al canibalismo.
El “misterio de la isla de Pascua” consistía en los varios centenares de estatuas, de hasta 25 metros de alto (como un edificio moderno de cinco pisos) y 270 toneladas de peso. Cada una había sido tallada en un monolito (con excepción de aquellas que ostentan una especie de sombrero de piedra rojiza) y aparecían tiradas en el suelo, algunas incluso mostraban evidencias de haber sido rotas deliberadamente. En torno a un cráter de poca altura y 500 metros de diámetro se hallaron 397 estatuas.
Jared Diamond describe así el escenario en su libro Collapse: How Societies Choose to Fail or Succeed: “Los restos de un camino de transporte pueden distinguirse saliendo del cráter […] Dispersadas a lo largo de los caminos, hay otras 97 estatuas más, como si las hubieran abandonado” mientras eran trasladadas desde la cantera. A lo largo de la costa se levantan plataformas de piedra amontonada que alguna vez albergaron otras 393 estatuas, “todas las cuales, hasta hace pocas décadas, no estuvieron de pie, sino tiradas…”. En la cantera todavía hay algunas figuras cuyo grado de avance es diverso.
“Tallar, transportar y levantar estatuas exigió muchos trabajadores especializados: ¿cómo fueron alimentados si la isla de Pascua vista por Roggeveen [el holandés que la descubrió] no tenía animales nativos mayores a los insectos y ningún animal doméstico, salvo pollos? Una sociedad compleja debió existir para hacer la distribución de los recursos, con su cantera cerca del extremo este, la mejor piedra para hacer herramientas en el sudoeste, la mejor playa para pescar en el noroeste y la mejor tierra de cultivo en el sur” ¿Qué le ocurrió?
La respuesta más popular fue la de Erich von Daniken: los extraterrestres levantaron esas colosales estatuas. Pero las herramientas, de piedra todavía más dura, aún pueden verse, abandonadas, en la cantera. Se han encontrado, además, ojos de coral blanco y pupilas de piedra roja que ocasionalmente eran montados en los agujeros hechos en el rostro de las estatuas. Estos creaban “una mirada penetrante y ciega que resulta atemorizante ver”. Miedo y religión.
Todo demuestra que no fueron extraterrestres, sino humanos industriosos. En columnas de sedimento extraídas de pantanos, se ha localizado polen de especies hoy inexistentes en la isla y hay también cocos fosilizados que pertenecen a una palma enorme propia de Chile. Por último, de la lava fueron obtenidos moldes que probaron, fuera de toda duda, la existencia de palmas con troncos de dos metros de diámetro o más.
La historia, reconstruida por Diamond, va así: una docena de clanes creó las estatuas en el transcurso de unos 500 años. Atadas a trineos, las figuras eran jaladas sobre las vías que los habitantes construyeron para transportarlas. En ello empleaban troncos y cuerdas, hechas con la corteza de árboles que fueron desapareciendo. Con el paso del tiempo cada vez más zonas boscosas se abrieron al cultivo. La falta de macizos produjo la escasez de agua. El clima, más bien frío porque la isla está fuera de la zona tropical, ralentiza el crecimiento de los árboles, volviendo más lenta su recuperación. El error que otras sociedades cometen, pero la naturaleza alivia con mejores condiciones climáticas y suelos, resultó fatal en un ambiente frágil. “Ninguna otra isla del Pacífico terminó sin un solo pájaro nativo”. La destrucción ecológica en la isla está entre las más extremas del mundo: el bosque en su totalidad desapareció, todas las especies de árboles fueron extinguidas.
El hambre trajo, como siempre, problemas políticos y revueltas populares. Ya no solo levantaban estatuas cada vez mayores, sino que tiraban aquellas de los clanes contrarios. “El derribamiento de las esculturas ancestrales de los isleños de Pascua”, comenta Diamond, “me recuerda a los rusos y rumanos derribando las estatuas de Stalin y Ceausescu [o Lenin, para el caso] al colapso de sus gobiernos comunistas”.
Líderes militares se levantaron contra los jefes, se sucedieron en el poder de una revuelta a otra y terminaron por desarrollar una nueva religión. Pero ya era demasiado tarde: la catástrofe que en otra isla con mejor clima y menos fragilidad ecológica hubiera podido evitarse por la acción de la naturaleza y de los humanos –al limitar su destrucción– convirtió en un desierto la isla de Pascua. Rodeados por el Pacífico a lo largo de miles de kilómetros a la redonda, ya sin árboles para construir canoas porque habían talado hasta el último, los isleños murieron de hambre y luego se comieron unos a otros.
Los habitantes de la isla no eran peores que nosotros ni más destructivos o absurdamente más competitivos, “pero tuvieron la desgracia de vivir en uno de los medios más frágiles”. Al igual que nosotros, pensaron que tanto árbol y abundancia de animales no acabaría nunca. No vieron el límite de no recuperación, como no lo vemos nosotros.

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