Por una segunda oportunidad

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El drama humano siempre se ha enfocado a lograr la supervivencia de las personas y de los grupos sociales. Se podría pensar, sin embargo que, como en la actualidad, la gente —en un tiempo pasado—, vivía tanto como al parecer hoy sucede. Lo cierto es que, durante el siglo XIX (de acuerdo a Heinz Woltereck en su libro La vejez, segunda vida del hombre, FCE, 1956), en el continente europeo una larga existencia mantenía un promedio de treinta y cinco años, y se le consideraba un viejo a quien alcanzara esa edad. La intensidad con que se viviera corría a cargo de cada persona y de las circunstancias, pues los gobiernos no habían logrado una conciencia en lo que respecta a la preservación de la vida humana y salud de los ciudadanos.
Durante el crucial —e histórico— año 2010, la CONAPO afirmó que en un siglo la población mexicana había aumentado un setecientos por ciento, y la esperanza de vida ya no era de veinticinco —como ocurría en 1910—, sino que a ahora se sostenía en los setenta y cinco años.
En ese mismo informe, ofrecido durante el Día mundial de la población, la dependencia afirmó, además, que los niveles de mortalidad bajaron de un treinta y dos por ciento hasta llegar a un cinco por ciento por cada mil habitantes; y que la cantidad de mexicanos en Estados Unidos había crecido: sumaban ya una cifra mayor a la existente hace un siglo, cuyo número era de doscientos veinte mil, en 1910. En 2010 —se dijo— los connacionales “suman ya 12 millones de mexicanos que en el presente viven en ese país”, lo que representa, en todo caso y conforme a los datos, un once por ciento de la población.
El INEGI, en su página oficial declara que son las mujeres quienes viven una más larga vida en nuestro país. Así, haciendo una comparación con los datos de otras décadas, considera: “Las mujeres viven en promedio más años que los hombres. En 1930, la esperanza de vida para las personas de sexo femenino era de 35 años y para el masculino de 33; para 2010 es de 78 y 73 años, respectivamente y así se ha mantenido hasta 2012”; sin embargo, las noticias se enfrentan de algún modo con los datos de la calidad de vida de cada uno de los mexicanos con una mayor cantidad de padecimientos, de tal forma que podría decirse que vivir más no implica vivir con calidad.
Las enfermedades como la diabetes, el cáncer y el Alzheimer, dan cuenta final a una población numerosa en nuestro país (eso sin tomar en consideración el alcoholismo, el tabaquismo, el sobrepeso y el sida).
El mismo INEGI anunció, el pasado 1º de noviembre, que pese a la esperanza de vida de setenta y cinco años de los mexicanos, en 2010 “se registraron 592 mil defunciones y la mayor parte se concentró en edades adultas: seis de cada diez aconteció en la población de 60 años y más, y una de cada cuatro en adultos de 30 a 59 años”.
“Salud y larga vida: esto es lo que siempre se desean los hombres mutuamente, lo que siempre se desean a sí mismos”, ha dicho en su obra Heinz Woltereck, donde en un capítulo realiza una relevante sociología de la vejez. “En la gran ciudad —afirma—, la separación del grupo familiar original, constituido por varias capas, en la pequeña familia típica de la civilización moderna (la familia conyugal) y los viejos que viven por su cuenta, ha progresado mucho más que en el campo”, algo distante a lo que ocurre en nuestra sociedad y en nuestras ciudades, en que los ancianos son abandonados, en el mejor de los casos, en asilos, y en otros —los más—, a la mendicidad entre sus propios familiares, al ser relegados a la calidad de estorbos: “En México carecemos de una cultura de respeto. No contemplamos que las personas adultas mayores viven en condiciones específicas de fragilidad, de inseguridad, y que tienen derechos que todos debemos cuidar y proteger”, opina Verónica Montes de Oca, investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales, de la UNAM.

El Volantín
En nuestro país hay una población donde el promedio de vida es más elevado que en la ciudad. Se trata de la delegación de El Volantín (municipio ribereño de Tizapán el Alto, en Jalisco), que cuenta con una población de apenas 565 habitantes y donde en cada familia hay por lo menos una persona mayor entre los sesenta y cinco y noventa años.
“En México está en marcha un proceso silencioso de transición demográfica —afirma Verónica Montes de Oca—, porque el número de personas con 60 años o más, se incrementa como consecuencia de un alargamiento en la esperanza de vida. En la actualidad este segmento está conformado por cerca de 10 millones de individuos”.
Allí, por cierto, ocurre una situación especialmente curiosa: cuando se pregunta a las personas si en sus hogares hay ancianos, responden casi siempre que no. Eso se debe a que para ellos la vejez ronda entre los noventa y cien años. Por tanto, quienes tienen sesenta se consideran entre los jóvenes de la población.
El Volantín es un poblado relativamente nuevo, con registros históricos en los cuarenta. Ahí el general Lázaro Cárdenas construyó una presa e hizo florecer el lugar. En la actualidad, en la plaza de armas, se puede convivir con los fundadores, quienes todavía gozan, en su mayoría, de una buena salud. Su memoria, por cierto, es testimonio oral para hacer la historia del villorrio, en un trabajo que realiza la investigadora Luz Elena Castillo Díaz—originaria de allí y actual  directora de la Red Radio Universidad de Guadalajara.
El proyecto incluye una serie de retratos de las personas que hicieron de El Volantín una realidad en la geografía de Jalisco. Se trata de pioneros mayores, algunos entre los noventa y cien años.
La vida en el campo, al menos para los pobladores de El Volantín, es distinta a la que viven muchos de los adultos mayores citadinos, pues los volantinenses, aun sin tener una vida fuera de la pobreza, ésta se les revela como duradera y de óptimas condiciones de salud, además de ser tratados con respeto y dignidad. De no ser así, en El Volantín se repetiría la misma historia de todo el país, donde es lastimoso “el hecho que tengan que continuar con un trabajo, incluso a edades muy avanzadas”, colocándolos “en una situación de mayor desprotección y fragilidad”, como afirma la investigadora Verónica Montes de Oca.

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