Por gracia de la casualidad

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    A Elda y su nepotismo

    México sigue siendo un país surrealista, en donde Dios sí juega a los dados.
    Tomemos el ejemplo de un periódico que hace pública una información pública sobre una universidad pública, en donde algunos apellidos se repiten. A esa información pública el periódico que la hace más pública le agrega como sospecha que esa situación de apellidos repetidos solo puede ser producto de una larga cadena de acciones conocidas como nepotismo y que se remontan al origen mismo del universo, sea a través de una explosión o de un incesto.
    En un mundo de certezas surrealistas como el nuestro, un periódico no tendría por qué dudar ni investigar sobre la, de antemano, reprochable conducta de los infieles; al contrario, su función es juzgar severamente, marcar con una cruz la puerta de los pecadores, para que el ángel exterminador llegue directo y sin escalas a cumplir con el inefable mandato de los guardianes de la ley de imprenta.
    Frente al señalamiento enérgico y como una casualidad de esas que solo suceden en nuestra tierra y por lo que se dice que aquí Dios sí juega a los dados, las voces de los justos se unen a “EL periódico” y comienzan a elevarse gradualmente hasta convertirse en un coro amenazante y grave que clama “¡Justiciaaaa…!”
    El golpe de dados hace su trabajo: como por arte de magia (¿Dios es mago?, ¿o solo juega a los dados cuando no está Einstein?) surgen a la luz las sombras de quienes componen el coro justiciero y celestial: el dueño de los minibuses asesinos aparece con determinación presintiendo nuevas víctimas sin tener que gastar gasolina, se sabe justiciero, ya ha ajusticiado a varios que se decían inocentes y sobre todo, confía plenamente en el poder de sus llantas (bueno, las que traen sus minibuses), un poder que lo hace tener una fuerte y temible presencia social. La convicción de la fuerza, el sentimiento de seguridad y fortaleza frente a los infieles.
    Le sigue el diputado panista pensando en que ¡por fin! su momento de gloria inmortal había llegado. Por fin sus electores sabrán valorarlo y cuando la fuerza del destino (Dios y Verdi) lo conduzca a la puerta del paraíso, su mamá y los amigos del barrio se arrepentirán de haberlo llamado inútil. ¡La Gloria!, ¡La Gloria!, los ojos se le humedecen y recuerda el momento en que por casualidad (otra vez los divinos dados) leyó en el periódico justiciero de los pueblos oprimidos la nota que lo llevaría directo a la inmortalidad: el triunfo es de los audaces, recuerda que dijo, y se subió a su curul para arengar a las masas de desprotegidos.
    Cadenciosamente, con ese halo de santidad propio de aquellos que saben que sin su presencia el mundo no existiría, aparece el empresario (¿qué hace un empresario en un país tan brutalmente desigual?, misterio, uno de los inescrutables misterios), temblando, incrédulo, emocionado hasta las lágrimas: por fin descubrió la injusticia, había oído hablar de ella, la había combatido a golpes de fundaciones y despensas, pero nunca la había visto de frente. La injusticia descarnada, brutal, se aparecía con toda su crudeza en la marca de fuego que exhibían aquellos miserables señalados por “El” periódico.
    Codo con codo, paso firme y mirada decidida (mas o menos como el Piporro), los tres, seguidos por sus incondicionales seguidores y admiradores, empuñaron su periódico favorito, el que por casualidad, por mera casualidad (ah, que Dios y sus dados, caray) los había unido en esta cruzada y gritaron al unísono (el periódico usó mayúsculas y negritas): “¡Ahora sí, temblad infieles, vamos a transformar la Universidad!”.
    Cuenta la leyenda que el éxito de los defensores de la ética y su fiel periódico fue tal que ahora los profesores y los estudiantes de la otrora vilipendiada universidad, se hicieron permisionarios y el transporte es gratis (todos tienen un minibús, ya nadie usa el transporte colectivo).
    También dice la leyenda que el diputado reinó con sabiduría (por eso ya nadie cree en las leyendas), y cada 7 de junio, junto con la libertad de prensa, celebraba en compañía de su pueblo, “el día de la curul indignada”.
    Los profesores y estudiantes que no optaron por su midibús, gracias a la multiplicación de las despensas y a la filosofía empresarial (que ya se usaba en la universidad, pero ahora es cátedra obligatoria), pusieron changarros especializados en reparar biblias, elevando considerablemente el producto interno bruto y terminando con la economía informal.
    Pero el logro mayor de la transformación ética de la Universidad, consistió en que, siguiendo el ejemplo pudoroso y ético del periódico que por casualidad reunió a tan decididas voluntades, los estudiantes y los profesores universitarios ¡ya no dicen malas palabras!: ahora, cuando alguno de ellos tiene un arrebato, en lugar de decir palabras altisonantes, suelta un pudoroso chin…, al estilo Ned Flanders (sí, el de los Simpsons) o un pen… o un “chúpame los hue… cabr…”, y dicen los que saben que desde esos gloriosos días, pueblo y gobierno, universidad y sociedad, viven en una comunión ética bajo el amparo y supervisión de las páginas de EL periódico que los mantiene alejados de la corrupción y el pecado, por los siglos de los siglos.
    Así sea.

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