Million dollar baby

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    Como sabemos, Million dollar baby dio a su director, Clint Eastwood, el premio a la mejor dirección, en la más reciente entrega del Óscar. Ignoramos si este galardón fue concedido por unanimidad del jurado que integra la academia. Lo más probable es que no. Allí está el trabajo de otro realizador deslumbrante: Martin Scorsese. Lo que importa señalar es que Million dollar baby también ha ganado el reconocimiento del público, y dentro de este, aquellos considerados a sí mismos como cinéfilos.
    Este reconocimiento parte de que la obra cinematográfica de Eastwood, y en particular el filme que nos ocupa, está signada por un trabajo exento de soberbia o grandilocuencia. Los temas, hilos e imágenes que propone al espectador están relacionados con asuntos más a ras de piso, como la soledad, la ausencia, la amistad, la solidaridad y el sentido trágico romántico de la vida.
    Para realizar la disección de estos tópicos, en las películas de Eastwood aparece el método del contraste, o mejor, de la dialéctica: los personajes se encuentran, confrontan y, por lo regular, no hay síntesis, sino abandono, soledad, tristeza.
    En Million dollar baby dichos temas están presentes. Los hilos del filme radican en un solitario entrenador de box –Frankie–, que lee y gusta de la poesía de altos vuelos, quien sufre de manera recurrente situaciones de abandono: allá una hija que no responde a las cartas enviadas por su terco padre, más acá un boxeador de su cuadrilla que atisba la oportunidad de lograr mejores oportunidades.
    Todos abandonan a Frankie. Diríamos que hasta sin miramientos, sin compasión. La poesía es un paliativo bastante eficaz. Lee La paz llega a gotas. Su ánimo no es abatido con esos abandonos. Cuenta con otro refugio, como es la amistad de un viejo second, quien le acompaña en su soledad y pobreza económica.
    Frankie sabe que el american dream alcanza vestigios de la enorme oportunidad solo de vez en cuando, con el surgimiento de un buen boxeador y el acceso a las grandes bolsas. Lo malo es que justo en este momento las cosas no se le dan.
    La devastadora relación de amistad, abandono, soledad y los azares del destino, pronto ponen a Frankie en la tesitura de volver al inicio de este ciclo, cuando aparece en el gimnasio Margaret, otra criatura solitaria que pone a prueba, de nuevo, su visión de la vida. No sin escarceos y reticencias el viejo entrenador decide emprender el riesgo de asumir esta relación.
    Los resultados son desoladores. El éxito pone a prueba a la pareja –Eastwood se encarga de echar ácido a las premisas del relato– y sus alrededores sociales. La familia pobre es colocada en la picota, puesto que la madre y los hermanos de Margaret solo ven en ella a una cosa.
    La secuencia en que estos visitan a Margaret en el hospital es de antología. Algunos contrarios –las boxeadoras, en este caso– no tienen el mínimo asomo de ética. Margaret es vapuleada en la pelea que disputa el campeonato mundial por un rival sin empacho, que utiliza las más arteras artimañas. Todo es válido.
    Moribunda, sabe, como Frankie y el viejo second que narra la película, que la vida resulta así cuando es transitada con dignidad y orgullo. De otra manera solo aceleramos este morir que experimentamos de manera cotidiana. Y Frankie –igual que el vaquero de la película Lo imperdonable– se abandona a la fuerza del destino y la soledad, para perderse en un lugar donde habita el olvido: entre la nada y el adiós.

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