Los universos de Izquierdo

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En 1930 María Izquierdo tiene 28 años de edad, se ha divorciado de un matrimonio difícil y es madre de tres hijos. Con tan pocos años ha conseguido notoriedad en círculos que estuvieron vetados a las mujeres creadoras, a quienes se seguía viendo por encima del hombro y cuyo quehacer era calificado prejuiciosamente como un “pasatiempo”. El arte verdadero era una actividad intelectual exclusiva de los hombres. En ese año María llega con sus obras a Nueva York invitada por Flynn Payne quien estaba interesado en el arte mexicano y ya había presentado, en el Art Center de aquella ciudad, el trabajo de artistas como José Clemente Orozco y Rufino Tamayo. Con esa visita Izquierdo se convierte en la primera artista mexicana en exponer en el extranjero, una de muchas puertas que consiguió abrir a generaciones posteriores de creadoras.

María Izquierdo salió con muy pocos años de San Juan de los Lagos, donde nació. Vivió la infancia en Torreón y Saltillo durante los años de Revolución, circunstancia que influyó en su ruta estética dentro del movimiento nacionalista que dominaba las artes en la primera mitad del siglo XX. En 1923 se instala con su joven familia en la Ciudad de México e ingresa a la escuela Nacional de Bellas Artes, institución que dirigía Diego Rivera, quien rápidamente descubrió el talento que Izquierdo demostraba en sus piezas.  Eran años de ebullición creadora. México se refundaba en muchos sentidos. La búsqueda e inclusión del universo precolombino —de aquella raíz negada—, era una constante en las artes.

Si bien la reivindicación de lo mexicano, de aquello que nos distinguía del concierto universal, era uno de los elementos manifiestos en la plástica mexicana, el trabajo de Izquierdo siempre presentó acentos particulares. En principio está la ruptura con la estructura formal, su voluntad de salir de los márgenes academicistas es uno de los primeros y más notables sellos de su trabajo. El divertimento de la proporción, los riesgos en la composición que hacen de la profundidad de los planos un auténtico juego, son otros de sus rasgos. A ellos se suma una paleta de colores que viaja de los tonos de la tierra, los ocres, naranjas y rojos, a rosas y azules destellantes.

El universo de Izquierdo presenta la intimidad de la vida cotidiana retratada en seres cercanos, como su media hermana Belem, cuya pintura ilustra el periodo temprano de su trabajo artístico y forma parte de la exposición que ahora presenta el MUSA. También están sus autorretratos, ricos en detalles, en los que su indumentaria tradicional se convierte en parte indispensable del personaje creado. En ese mismo apartado se encuentran objetos, muebles y espacios interiores en los que dignifica, entre otras cosas, a las artes populares. En ese momento las artesanías, las miniaturas, la cerámica, la cestería, el barro, los enseres de vidrio, eran propios de las casas campesinas, por ello resultaban para las clases medias y altas objetos de poco valor. Cuando Izquierdo los incluye en sus altares y alacenas, los dignifica, les da un lugar importante en el imaginario de lo mexicano. Izquierdo integra en el concepto visual nacionalista piezas comunes que habían sido descalificadas durante muchos años.

Por otro lado está el exterior, el lugar de los caballos, los paisajes áridos y las escenas circenses. Estas piezas presentan tanto mundos infantiles como misteriosos, provocadores, en los que el vacío, las sogas que penden y los caminos sin destino proponen rutas de interpretación de su trabajo. Izquierdo llega a Guadalajara gracias a la Colección Blaisten y al Museo de las Artes, y su visita resulta obligada.

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