Los mismos discos una y otra vez

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    Demasiada oferta relacionada con la música nueva y volvemos a los mismos discos de siempre. ¿Le parece una situación conocida? Es recurrente que pese a lo último o novedoso en esta materia, los discos que han permanecido en nuestra fonoteca guarden un lugar especial en nuestra memoria, en nuestra experiencia de vida y, claro está, en nuestro gusto personal. Para muchos esto puede significar una situación puramente melancólica (tal vez así lo sea), pero también no se puede negar que en este acto, el de volver a los viejos discos, encontremos la clave o el sentido de las cosas con las que convivimos diariamente. A final de cuentas, la música tiene esa facultad de conducirnos a través del tiempo.

    Con lo anterior no pretendo decir que las personas deban colocar una barrera con el propósito de desconectarse por completo de lo que sucede en la actualidad, por el contrario, toda persona, o para ser más precisos, todo melómano sabe que es necesario estar atento a lo que gira en su entorno, a la música que presume ser vanguardista (si es que el término todavía significa algo). La reflexión gira en torno a cómo esa música que guardamos, y que recuperamos como una necesidad, prevalece en nuestras vidas, por lo menos hasta que los recuerdos sean suficientemente fuertes.  

    Para el melómano escuchar álbumes pertenecientes a su colección privada es todo un rito. Los melómanos somos compulsivos frente al acto de programar en la tornamesa o en cualquier dispositivo algún disco o discos que nos recuerde historias personales. Aunque esto es una cuestión romántica, me atrevo a decir que es lo que sucede en la mayoría de los casos. En ese rito suceden infinidad de situaciones que van hacia distintas direcciones.

    Pero, ¿cómo es que consigue engancharse la música que está fuera de nuestra fonoteca a nuestras vidas? La fórmula parece sencilla: compra música nueva y obtén experiencias nuevas. Sin embargo, más que simple consumo, debe ocurrir una atracción, casi de pareja, para que esa nueva música consiga seducirnos. En ocasiones esa unión simplemente ocurre porque sí, digamos como un acto irracional, y en otras, porque alcanza a tocar otro tipo de fibras más complejas. Música que seguramente pasará a ese lugar especial y que, como una espiral, nos hará regresar a ella, aunque la moda o las tendencias sean exigentes. 

    Recuerdo a personajes como Rob Fleming, de la novela alta fidelidad, del escritor británico Nick Hornby. Un tipo que está a punto de llegar a los cuarenta años y posee una tienda de discos antiguos en el norte de Londres que, como bien especifica el libro, “es una tienda entre cutre y chic, donde sólo vende la música que le gusta a él”. Y con mayor exigencia, Fleming sólo vende vinilos, aunque su negocio esté destinado a un público de serios coleccionistas.

    Es conveniente que de vez en cuando volteemos hacia esa fonoteca y dejemos salir muchas de las cosas que tenemos siempre junto a nosotros. No se trata sólo de mirar al pasado y decir que lo anterior fue mucho mejor, es exclusivamente un ejercicio que nos permite entender más, como un espejo, quiénes somos a través de la música y su magia.

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