Lorca cabalga el Rocinante

848

Las enlutadas mujeres de Lorca, las malqueridas de sus versos, los hombres que murieron a filo de navaja y hasta una princesa, todos llegaron a Jalisco montados en el Rocinante. Muy lejos está la estepa castellana que viera al corcel de Don Quijote. Este Rocinante también viaja para compartir sueños, pero lo hace llevando a cuestas un teatro. Hace cinco años Luis de Tavira, actual director de la Compañía Nacional de Teatro, le dio vida al rocín. Se trata de un proyecto michoacano que lleva comedias y tragedias a ciudades y pueblos en el vecino estado. El Rocinante es un tráiler que se convierte en un pequeño teatro con todos sus elementos. Ahora Mauricio Pimentel es el jinete y director artístico del proyecto, quien por invitación expresa de Alfonso Munguía, director de artes escénicas de la Secretaría de Cultura Jalisco, decidió extender la ruta conocida de este mágico corcel.

Un teatro entre albercas
Para los niños de Santa Fe, en Tlajomulco, la pascua llegaba a su fin en un abril de albercas públicas. En el terreno baldío en donde durante dos semanas gozaron con zambullidas y apretados chapuzones, decenas de niños dieron la bienvenida al Rocinante. Sorprendidos y entusiasmados, los pequeños fueron testigos de cómo un camión cambiaba su forma hasta convertirse en lo que para ellos era una casa de campaña. Lo que había dentro lo descubrieron después, luego que las albercas portátiles fueron vaciadas.
El último domingo de vacaciones de primavera, los habitantes de los fraccionamientos de Chulavista y Santa Fe decidían entre hacer caso a las llamadas a misa o formarse entre charcos para entrar a ver una obra de teatro. Los niños lo resolvieron fácilmente: cambiaron su outfit de balneario para hacer fila. Como en todos los barrios populares, en Santa Fe los niños toman las calles, se mueven seguros en el que es su lugar. Así llegaron al Rocinante, solos. Dentro, desde la última fila, el escenario se abría en luces luego de un horizonte de cabezas infantiles, apenas interrumpido por algún padre o madre que llevaba en brazos al público más pequeño.
El bullicio acabó cuando una carretonera sonriente apareció en el escenario para avisar cantando que era la tercera llamada. Así comenzaba Salir al mundo, obra escrita por Berta Hiriart. Juanito decide ir donde el mar guarda una princesa. En su aventurado viaje aparece Ruper, el más increíble ocupante del Rocinante: un pato. La audiencia encontraba rápidamente la convención, las formas de entender y convivir con los que están arriba, incluyendo al pato.
El ruido del chapoteo se convirtió en aplauso. Con la misma sed y rapidez con que la tierra baldía sorbió el agua de las albercas, los niños se bebieron el teatro en un trago grande y desvergonzado.

¿Primer tiempo o primer acto?
El 16 de abril Rocinante cabalgó hasta Tlaquepaque, en donde también llamaban las campanas. Cerca de la parroquia de San Miguel y frente a una cancha de futbol rápido, Lorca se apeó del jamelgo y colgó una lona a manera de marquesina, en la que se leía “Bodas de sangre, 8 P. M. adolescentes y adultos”. Frente al teatro, decenas de muchachos corrían obedientes a los silbatazos. A pesar de la hora, los que hacían fila recibían el golpe de un sol que no encontraba árboles o edificios en los cuales detener su calor. Llegaron matrimonios viejos, hombres serios con sombrero, grupos de amigos muy jóvenes. Vecinos de Tlaquepaque ocupaban sus lugares expectantes, sin ocultar su condición de primerizos en una butaca.
La gravedad de una música de chelos anunció la salida de las mujeres en duelo. El mundo lorquiano de viñas, puñales y viudas, llenó el escenario. Mientras, bajo las lonas oscuras el público callaba para atender concentrado las quejas de los personajes. Afuera, el barrio se hacía oír con toda su energía. Las risas de los niños, los gritos de futbolistas, el rumor de la parroquia, los motores de los autobuses nos recordaban que el teatro tiene paredes por las que se cuela la vida, y que también nosotros, aún ahí dentro, éramos parte de ese pulso visual y sonoro.
En un extremo del teatro, Julio y Enrique atendían de pie la trágica historia de los novios. Se habían perdido el principio de la obra, puesto que el silbatazo final de su partido no coincidió con la tercera llamada. Sin embargo, no perdían detalle de la historia. La agitada respiración de los deportistas sumaba dramatismo a la agonía de los rivales bajo las luces. Dos hombres, fuertes como toros, caían víctimas de los cortes de cuchillo y su juego de reflejos. Julio y Enrique secaban su sudor con las mangas de sus playeras, mientras escuchaban el grito salado y seco de la muerte, ese que viene del cante jondo que siempre guardó la voz de Federico. Una suave gasa blanca nubló el escenario. Todos adivinamos, dentro y fuera del Rocinante, la presencia de la luna.
El teatro llegó a quienes no lo conocían, a quienes probablemente no lo hubiesen cabalgado nunca. La travesía de esta compañía trashumante terminó con su presentación el 22 de abril en el Teatro Degollado, en los llamados Jueves de Teatro de la Secretaría de Cultura. La Dirección de Artes Escénicas de Jalisco considera la reproducción de este proyecto en el estado. Esperamos que pronto nuestras villas y pueblos aplaudan a un Rocinante que no venga de lejos.

Artículo anteriorUna pizca de cine
Artículo siguienteLa gran oruga