La virgen pagana

    1882

    Luis Buñuel escribió en sus memorias que tras rodar El fantasma de la libertad (1974), pensó en el retiro; el director aragonés tenía 74 años. Sin embargo, lo convencieron de que volviera a los sets y lo hizo para filmar una última película: Ese oscuro objeto del deseo (1977 –una adaptación de la novela La mujer y el pelele, de Pierre Louys–), cuya protagonista es Ángela Molina (Madrid, 1956), homenajeada en esta edición 28 del Festival Internacional de Cine en Guadalajara. La actriz madrileña tenía 21 años cuando trabajó con Buñuel, apenas una jovencita, pero con las tablas suficientes para interpretar al ya célebre personaje de Conchita, papel que compartió con Carole Bouquet –un truco típicamente buñuelesco: el doble, el espejo, la suplantación–.
    “Su cuerpo estaba dividido: por una parte, su cuerpo propio –su piel, sus ojos– tierno, cálido, y, por la otra, su voz, breve, contenida, sujeta a accesos de distanciamiento, su voz, que no daba lo que daba su cuerpo. O incluso: por un lado, su cuerpo mullido, tibio, justamente suave, afelpado, jugando con la timidez, y, por el otro, su voz –la voz, siempre la voz–, sonora, bien formada, mundana, etc.”, escribe Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso (1981.)
    El filósofo francés se refiere al cuerpo del otro, al del sujeto amado, pero bien pudiera estar describiendo una de las escenas más memorables de la filmografía de Buñuel: la del desnudo sobre el tablado de Conchita, ante turistas asiáticos y un anciano y que Mateo –Fernando Rey–, el pelele que la ama y la persigue, mira a través de un cristal: mira a esa mujer que sigue el ritmo de la música y se contorsiona con un sabor íntimo. La actriz madrileña al respecto le diría en una entrevista a Vicente Molina Foix: “Me desnudé de joven, pero ni siquiera con Buñuel me sentí a gusto. Y eso que tenía 21 años… No disfruto desnudándome…”
    “Ser actriz sería mi vida”, confesó en algún momento. Su inclinación final, sin embargo, tuvo tintes angustiosos, no alejados del drama, porque ser bailarina le atraía grandemente. En el momento indicado “tuve que elegir, y elegí la película (No matarás, César F. Ardavín, 1974) y luego, ya preparando el rodaje, me ofrecieron otro espectáculo en El Líbano, y también dije que no. Con lo que me gustaba. Más tarde, pensando en volver a bailar, fue ella la que me dio la espalda: la danza es así de dura.” Y se decantó por el séptimo arte por “esa sensación mágica que me hizo entrar en un mundo distinto, nuevo para mí.” A partir de esa cinta hasta hoy ha filmado 92 largometrajes y participado en series de televisión, cortometrajes y en el teatro, y cosechado premios y aplausos.
    El FICG hace lo propio en esta ocasión, al distinguirla con el Premio Iberoamericano, y proyectará la cinta de su más reciente actuación: la multipremiada Blancanieves (Pablo Berger, 2012).
    La hija del actor Antonio Molina ha trabajado bajo las órdenes de Buñuel, Pedro Almodóvar, Manuel Gutiérrez Aragón, Ridley Scott, Agustí Villaronga, Giuseppe Tornatore, Jorge Alí Triana, Jaime Camino, Gillo Pontecorvo, Vadim Glowna, Bigas Luna, Paul Leduc, Miguel Littin, Lina Wertmüller y Alain Tanner. Pero no todavía con otro célebre invitado a este FICG, Fernando Trueba: “Y mira que le pedí que me diera el papel de la coja en El sueño del mono loco –le dijo a Amelia Castilla en 1995–, pero él nada, ni caso. Luego lo representó Miranda Richardson, pero se lo perdoné porque la película le salió redonda.”
    Si con Bigas Luna filmó Lola (1986), cuatro años después rehusaría protagonizar Las edades de Lulú, del mismo director. A 10 días de comenzar la grabación del filme, Molina dejó el proyecto por considerarlo porno. Dijo en una entrevista aparecida en mayo de 1990 en el diario El País: “Pienso que no nos hemos entendido –Bigas Luna y yo–, y que, seguramente, yo le he entendido mal, que hablábamos lenguajes diferentes. Ya en Lola tuvimos discusiones, pero trabajábamos muy a gusto… Pero, al final, lo que a mí me ocurría era que notaba que la película derivaba al porno, y yo me preguntaba, ¿en qué barco me he metido?”
    Con Almodóvar “hubo un proceso distinto… y en cierto momento nos entendimos muy bien el uno al otro, y me quedé muy contenta de haberla hecho (Carne trémula, 1997.)” Pero con Buñuel sucede que, “entre otras cosas maravillosas, (es) mi mejor espectador.” El director aragonés diría de ella que tiene “el rostro de una virgen pagana”.

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