La muerte y sus ramificaciones

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    Alessandra Parachini es cien por ciento mexicana, a pesar del nombre italiano que la antecede. Con una dramática música de ópera de fondo y una sala llena de cuadros de difuntos que lo miran a uno desde todas partes, esta veterinaria de profesión ha estudiado artes plásticas, dibujo anatómico en cadáveres y hasta periodismo. Una mujer que hizo un doctorado en letras para dibujar mejor.
    La exposición Todos mis muertos, que presenta el Museo de las Artes (MUSA) hasta el 27 de enero, es la representación de los últimos cuatro años de una mujer que sufrió y encauzó su dolor en casi 300 piezas inspiradas en lo orgánico y la muerte. El fin de la vida humana, el fin de la naturaleza y la relación que entre ambas existe. 
    “Cuando empecé a trabajar la exposición, poco a poco me di cuenta que todo estaba muerto. Me costó mucho pintar a mi papá, que se murió, literalmente porque se le rompió el corazón. Pintarlo fue parte del proceso de soltarlo”.
    Parachini, quien confiesa que se pierde entre sus cuadros porque son un laberinto de ramas, ha dedicado a sus piezas más grandes, entre 500 y 600 horas, y es muy delicada a la hora de elegir la superficie en la cual pintar, ya que realiza sus bastidores con capas de yeso que lija de manera intercalada, hasta conseguir un liso perfecto para que el grafito tenga agarre.
    Cuenta que el tratamiento de cada pieza y el tiempo invertido en el dibujo no cuesta lo que vale: “Dibujar es lo que más me gusta y me da tristeza cuando la gente no considera el dibujo como un arte mayor. Yo quisiera elevarlo a ese nivel: que se respete, porque se usa como la base, pero no se considera una pieza terminada. Incluso en el mercado un dibujo vale menos que una pintura o un grabado”.
    El ingrediente secreto, y el único color que se vislumbra entre el negro del grafito y el blanco del bastidor, es la sangre de Parachini. Dice que es una forma de regresar a la naturaleza un poco de lo que ésta le ha dado a ella.
    “Me la saco de la vena y la seco para poderla tener cuando yo quiera. Se hace como rajitas. La pulverizo en un mortero y con agua la trabajo como si fuera acuarela. Realmente me han hecho muchas cirugías y yo soy veterinaria. Entonces no le tengo mucho miedo a las agujas. Mi hijo es médico. Entonces a veces él también me saca sangre. Se enoja cuando se le pido, pero no le hago caso.
    ”Siempre me he picoteado las manos, toda la vida, de nervios o cuando tengo mucho estrés. Todo mancho con sangre. Entonces un día se me ensució un cuadro con una mancha grande. La desparramé y quedó una gota padrísima. Ahí dije: ‘de aquí soy’”.
    Al igual que muchas de las hojas secas y troncos recogidos por la naturaleza e intervenidos con espinas y clavos de metal, el autorretrato al que la artista denominó “Mi mismidad”, es el dibujo de un tronco rodeado por un alambre de púas que lo enreda y lastima, lo ata, perjudicándolo. Parachini explica: “Hace como cuatro años pasé por muchas pérdidas en el lapso de unos cuatro meses. Se murió mi papá, mis hijos se fueron de la casa, a estudiar, y perdí a un amigo que yo quería mucho. Entonces todo se me juntó. En ese momento me sentía así y muchas veces todavía me siento así, como los árboles maltratados. La vida aprieta, te picotea. Creo que todos nos sentimos así de repente”.
    Además de los cuadros, en la exposición presenta instalaciones y objetos recolectados de la naturaleza –hojas, semillas, raíces, troncos–, intervenidos y no, que tienen una carga de crítica religiosa: “No soy creyente. Estudié con monjas y me hicieron como quisieron. Muchos de los relicarios tienen contenido sexual. Tendemos a pensar en los santos y en la gente muy religiosa como algo espiritual nada más, sin cuerpo. Por ejemplo, en El éxtasis de santa Teresa, de Bernini, la mujer tiene un orgasmo. Obviamente está recibiendo a Dios, pero físicamente, y no sé porqué tenemos que separar las dos cosas”.
    Parachini, quien hizo una maestría y un doctorado en letras, cuenta que sólo escribe para ella: “Nunca publiqué nada, porque le tengo mucho respeto a la literatura. No me siento capaz. La gente que toma la palabra a la ligera, no la conoce. Yo estudié letras para poderle meter más a mi trabajo. Necesitaba tener más bagaje. Aunque no necesariamente pinto lo que leo, trato de que eso me sirva para incluirlo en el trabajo”.
    La exposición trae consigo la formación de médico veterinaria que la artista explica está en muchos de sus cuadros de una manera explícita: “En Australia, cuando hice el curso de dibujo anatómico en cadáveres, veía los cuerpos abiertos y juro que veía que eran árboles todos los vasos sanguíneos. Cuando estudié veterinaria, no lo vi tan claramente. Hasta que vi el cuerpo humano abierto me di cuenta que es exactamente lo mismo”.
    La obra de la artista se sintetiza en el nombre de uno de sus cuadros: “Mi piel es un mapa en donde ha estado mi corazón”.

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