La insurgencia de un cronista

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    México insurgente es, más que nada, un gran viaje dentro, muy adentro, de la Revolución Mexicana. El autor de este libro, John Reed, te hace cabalgar al lado de Pancho Villa, conmueve con vívidas imágenes de la desesperación del pueblo mexicano agotado por la guerra, y logra emocionarte con la descripción de furiosos ataques de la caballería constitucionalista, hasta el punto de tener la sensación de percibir el siseo de las granadas federales que estallan a pocos metros.
    México insurgente es, pues, una de las más altas expresiones del género periodístico, rayano en la narrativa, que en la actualidad está perdiendo terreno frente al scoop y las notas breves, sobre todo en materia de guerra: la crónica.
    El periodista norteamericano puede dedicar sendas páginas tanto a una batalla como a historias de jóvenes campesinos de 11 años que para salir de la miseria y luchar por la libertad se enrolan con los revolucionarios. Con su travieso humor, proporciona retratos inolvidables, cargados de sensibilidad literaria y lirismo, de eclécticos personajes y ciudades como Ojinaga, Chihuahua, Yermo, Las Nieves, Gómez Palacio…
    Reed, en su obra, manifiesta una jocosa simpatía y una minuciosa atención a la picardía y la idiosincrasia mexicana que seguido, como colorido intercalamiento, aparece en el texto a través de la narración de un baile o una pelea de gallos, y en la trascripción de corridos con los que los soldados amenizan las frías noches en el desierto de Durango.
    México Insurgente, que inicialmente salió como reportaje en la revista Metropolitan, es también un pulsante testimonio de una de las más importantes revoluciones del siglo XX, que con escritura llana y estilo escueto –aunque adornado de repente con preciosas digresiones poéticas–, logra perfilar un fresco cercano a la realidad que vivió el país en más de tres años de luchas, mucho más cercano que la mayoría de los textos históricos.
    Como lo dijo en el prólogo de la edición Porrúa, Juan de la Cabada, México insurgente es uno de los primeros resplandores de la literatura sobre la Revolución mexicana, que no desciende en obra reaccionaria. Su estructura y contenido dinámicos, desprovistos de prejuicios raciales y rebuscados arqueologismos, pero pletóricos de evocaciones visuales y auditivas poderosas, sacuden el ánimo del lector con una sucesión de anécdotas que se desarrollan armónicamente y de forma consustancial al ámbito interior de sus personajes, como al contexto en que se mueven.

    El olvido de Juanito
    De la literatura de Reed se ha dicho que es cine realizado con otros medios. Libros de imágenes en movimiento. De hecho se rodaron dos películas basadas en México insurgente, y el director cinematográfico Sergei Eisenstein, cuando concibió su obra Octubre sobre la Revolución rusa de 1917, dijo que sin seguir al pie de la letra el hilo narrativo del libro que Reed escribió sobre este evento histórico, Diez días que estremecieron al mundo, no había tenido más remedio que reconstruir visualmente los acontecimientos esenciales de la revolución bolchevique con los datos plásticos e iconográficos de la “mirada ingenua” del periodista norteamericano.
    La misma mirada ingenua que encaró la de varios próceres de la Revolución mexicana: Urbina, Venustiano Carranza y sobre todo Pancho Villa. De la descripción de estos encuentros, sobresale una admiración sincera por el general de la División del Norte, del cual exalta las capacidades tácticas y estratégicas, pero al mismo tiempo bosqueja su lado humano, la valentía del guerrero y la humildad de un analfabeto consciente de no poder guiar una nación.
    También la mirada de Reed, Juan, Juanito o Míster, como lo llamaban los revolucionarios, queda fascinada por los explosivos atardeceres sobre las montañas bermejas y purpúreas del norte de México, y por la inmensidad de los llanos desérticos punteados por cactus y mezquites; y al mismo tiempo torna fascinador el mural que compone con imágenes de pobreza y agotamiento del pueblo mexicano, de soldados hambrientos y desarrapados, de pueblos saqueados y explotados por los latifundistas y la Iglesia, y cómo, a pesar de todo, esa gente pelea heroicamente por su tierra y su libertad.
    A su regreso a Nueva York, después de la Revolución, proclamó: “Sí, en México hay rebelión y caos, pero la responsabilidad no es de los peones sin tierra, sino de los que siembran la confusión, enviando oro y armas, es decir, de las compañías petroleras norteamericanas e inglesas rivales”. Para él las causas de los oprimidos eran más que un sujeto para sus textos: eran sus causas. Los sufrimientos de la gente, sus propios sufrimientos. Fue revolucionario y radical, como sus libros. El peligro nunca podía detenerlo. Era su elemento natural.
    Por esto, México insurgente es una obra contestataria e incómoda, que seguramente no aparece entre las conmemoradas o citada en los festejos del Centenario, víctima en México de un “deliberado olvido”, como dijo Renato Leduc. Incómoda por su retrato escueto de la barbarie de la Revolución, contestataria por como evidencia la miseria y el abandono en que vivían las comunidades rurales del país. Penosas condiciones que muchos habitantes de México, a pesar de “doscientos años de ser orgullosamente mexicanos”, padecen tristemente en la actualidad.

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