La historia hecha humo

715

Cuando el trascavo comenzó a cavar entre los escombros del cascarón ennegrecido de lo que algún día fue el Mercado Corona, parecía que el armatoste también removía las entrañas de decenas de curiosos que observaban la escena en la calle Santa Mónica.

La maquinaria pesada era acariciada por la llovizna la tarde de miércoles y la gente se arremolinaba para grabar y fotografiar con sus celulares.

Tres días antes, la noche del domingo, en un abrir y cerrar de ojos el fuego se había tragado dos siglos de historia. La falta de mantenimiento y las obsoletas redes de electricidad y gas le cobraron factura al Mercado Corona. Todo a pesar de que las autoridades sabían del riesgo.

La advertencia la había dado desde octubre de 2012 Jesús Villarruel, líder de los locatarios.  “Este mercado es una bomba de tiempo”, dijo sin tapujos ante los micrófonos de los medios. Y si eso no fuera suficientemente claro para los funcionarios, Villarruel remachó con otra frase certera: “Ojalá que no ocurra una desgracia”. Pero nadie hizo caso.

Villarruel no fue el único que lo vaticinó. En 2013, el Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño (CUAAD), a través del concurso Arpa FIL 2013, convocó a profesionistas a presentar propuestas para mejorar el espacio arquitectónico del Corona. Ya era del dominio público que urgía intervenir el mercado.

 “Desde hace años tenía problemas de funcionalidad, ya estaba muy saturado, el comercio informal se apoderó de la explanada, la carga vehicular es muy pesada. Era un mercado disfuncional”, explica el jefe del Departamento de Proyectos Arquitectónicos del CUAAD, Luis Giachetto Carrillo.

Ante las precarias condiciones, bastó un cortocircuito para desatar un escenario dantesco. La noche del domingo 4 de mayo, el incendio desmoronó como si fuera un polvorón el segundo piso del Mercado Corona. Ni tantas Santas Muertes, San Judas o figuras de santería que había adentro detuvieron la tragedia. Se necesitaron cien bomberos de Guadalajara, Zapopan y Tlaquepaque para contener la hoguera.

El miércoles 7 de mayo, cuando la maquinaria realizaba trabajos de demolición en el edificio, un espectador detrás del cerco de seguridad comentó: “Mira, la lluvia. Llegó tres días tarde. Ya era la suerte”.

Un legado histórico
Ubicado en las calles Hidalgo y Zaragoza, dos cuadras separan la Catedral Metropolitana del Mercado Corona, hoy en ruinas, y en el que mil 500 personas pregonaban todos los días en 700 locales para convencer a los “marchantes” a comprar su mercancía.

Laura Adriana Rueda Ruvalcaba, especialista en historia del Comercio y del Abasto de Guadalajara y Jalisco entre el siglo XVI y XX, relata que la ciudad es un polo comercial desde el siglo XVII, pues la agricultura y la ganadería no funcionaron en esta región.

“El comercio en el Mercado Corona comenzó en 1797. Son más de dos siglos que avalan el ejercicio en ese lugar. Hay una tradición muy fuerte de identidad entre la población y la ciudad. Hay un sentimiento de pérdida ahora entre la población, un sentimiento de dolor, de consternación”, afirma la autora del libro Mercado Corona y el abasto de la ciudad de Guadalajara. Una historia del comercio, de las prácticas sociales y la identidad social.

Relata que antes de ser mercado, en la época colonial ahí hubo un panteón, la casa de un obispo, un convento de monjas, un hospital y una plaza pública. Su nombre lo debe al gobernador Ramón Corona, quien mandó construirlo, aunque el general nunca vio terminado el edificio.

La historiadora refiere que este tipo de lugares, desde la época colonial, suelen sufrir siniestros relacionados con el fuego por la venta de alimentos, los cajones de madera y el olvido gubernamental.

En el Corona no podía dejar de ser la excepción. Su karma siempre estuvo ligado al fuego: en 1910 se quemó por primera vez y fue reconstruido. En 1951 volvió a ser demolido y después se erigió más amplio. Pero en 2014, tras dos pequeños incendios (en 2009 y 2012) su ardiente destino volvió a alcanzarlo.

Luis Giachetto apunta que el  inmueble que se calcinó hace unos días, fue terminado en 1966 durante la administración de Francisco Medina Ascencio, diseñado por el arquitecto Julio de la Peña, quien rescató elementos del antiguo edificio, como el pórtico y la balaustrada de cantera.

“Se pierde parte de la historia de la ciudad, y aunque el edificio que se quemó ronda apenas los 50 años, formaba parte de la identidad y de la imagen urbana de la ciudad”, agrega.
   
Ante la tragedia, la oportunidad
Aunque suene paradójico, luego de la tragedia las autoridades están en una circunstancia favorable para redimensionar la zona con proyectos modernos y funcionales.

“A nadie le gustan estas desgracias, pero es una oportunidad importante para replantear lo que necesita la ciudad y valorar si realmente un nuevo mercado es la mejor opción para esa zona”, afirma Giachetto Carrillo.

El académico especifica que los mercados municipales están en gran desventaja con respecto a las grandes cadenas de supermercados o las tiendas de conveniencia, e incluso los mini súpers.

“Habría que replantear el modelo de los mercados en general, no sólo del Corona, sino de todos. No tienen estacionamientos, no tienen un adecuado manejo de los residuos. El Corona tenía problemas de basura, malos olores o fauna nociva. Habría que ser cuidadosos para saber si esa parte de la ciudad necesita un mercado con un modelo diferente u otra cosa”, expresa el especialista del CUAAD.

Giachetto recordó que en el concurso de ArpaFIL se planteó un espacio anexo al mercado para tener exposiciones, pues el ayuntamiento realiza actividades como la Feria Municipal del Libro, muestras de artesanía u otros eventos que se realizan en los pasillos exteriores del Palacio Municipal, a una cuadra del Corona.

“Podría manejarse un espacio para alojar actividades culturales o sociales, dada la cercanía al poder municipal”, propone.

Rueda Ruvalcaba coincide en que es una gran oportunidad para mejorar la zona, pero llama al gobierno municipal a no modificar la vocación del mercado, sobre todo porque las autoridades han manifestado que desean repoblar la zona centro.

“Desde Mesoamérica tenemos una tradición de mercados y de tianguis que no tenemos por qué omitir.  El hecho de que las nuevas tesis macroeconómicas vayan en contra de este tipo de comercios populares no tiene por qué tomarse como ley por  arriba de la voluntad del pueblo. Hay que reivindicar y revalorar la figura del mercado, no tiene por qué desaparecer”, asevera la académica del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH).

De acuerdo con datos del Colegio de Ingenieros Civiles del Estado de Jalisco, de los 90 mercados que hay en la zona metropolitana, 52 están en malas condiciones y necesitan revisión de sus estructuras. Ellos ya trabajan en un proyecto para un nuevo mercado eficiente y moderno en ese lugar. Tardará por lo menos un año y medio en levantarse, y las opciones del ayuntamiento para reubicar a los locatarios en el andador Pedro Loza y el Parque Revolución no agradaron a los comerciantes que ya estaban en esas zonas, pues ven a los “damnificados” del Corona casi como intrusos. “Nunca nos pidieron opinión”, comenta Arturo, un vendedor de ese andador.

Y a los comerciantes establecidos en la cercanía del Mercado les urge que todo vuelva a la normalidad. “Con los cercos de seguridad ya nadie se arrima a comprar, me bajaron un 70 por ciento las  ventas”, afirma Jorge, un empleado de una cremería cercana.

Los locatarios mientras tanto hacen lo que pueden para sobrevivir. Y la solidaridad tapatía no se hizo esperar, con centros de acopio en la ciudad para entregar alimentos a los pequeños comerciantes.

“Ahorita lo que sea es bueno. Vivíamos al día, perdimos todo y ahora sólo la providencia nos ayuda”, dice Josefina, una de las locatarias.

Y los “marchantes” tampoco ocultan su tristeza. “Extrañaré los tacos de canasta, el tepache”, menciona Roberto. “Yo venía desde Zapotlanejo a surtir hierbas medicinales para mi tienda naturista, y no sé todavía a donde ir”, lamenta por separado María de Jesús.

Laura Rueda estudió durante varios años al Mercado Corona y también siente nostalgia. “Fui a ver los restos del mercado, de donde nos dejaron ver. Y llegaban personas buscando a una señora que vende nopales. Ellos decían: ¿Donde está la señora de los nopales? Estaban muy tristes”, refiere.
Es como si Guadalajara se negara a perder el Mercado Corona.

Impregnado de aromas de hierbas, inciensos y  vapores, en el terreno de mil 600 metros cuadrados que ocupó el Mercado Corona había de todo. Además de las fondas, los  puestos de antojitos, de ropa, de flores, frutas o artesanías, abundaban los de plantas medicinales, lecturas de cartas, limpias o artículos esotéricos.

Mochilas de “Dora la Exploradora”, tenis, gabanes, cachuchas de los Dodgers de Los Ángeles, cinturones piteados, tacos de canasta o de barbacoa, platos de carnitas, chiles rellenos, caldo de gallina, cocido de res, jugos de frutas, botes de pitayas, granadas en vasito, pinole y miel.

Había santos para todos los gustos. No sólo la Santa Muerte y Malverde, que están de moda, sino también los clásicos, como San Juditas, San Ignacio de Loyola, San Cipriano y San Miguel Arcángel.
Eran famosos los jabones con distintos objetivos: para que el estudiante pase el examen, para encontrar amor o para obtener dinero. “El Triunfador, de ajo macho”,  “El Romántico ven a mí”,  “El Indio Canela”, y “El Jorobado para la buena suerte”. Aunque todos tenían los mismos ingredientes, los locatarios aseguraban que sus resultados son asunto de fe.

Ungüentos, bálsamos, aerosol, aceites para curar dolores, gel de alcachofa, serpientes trituradas en capsulitas o de plano víboras de cascabel secas. Velas rojas para el amor, amarillas para el dinero o negras para el sexo. No faltaban las lociones para dominar al marido a un módico precio de 35 pesos.
Y para practicantes de la santería, muñecos de bebés negritos, figuras de Obatalá o artículos para “rayamiento”. También se echaban las cartas y se leía el destino en el café. A todas las mujeres les prometían un novio.

Gente de toda la zona metropolitana y del interior del estado acudía a surtirse de plantas medicinales para sus tiendas naturistas. Ofrecían “Cáscara Sagrada” para la diabetes; “Tlanchalagua”, supuestamente traida de Brasil, o “Flor de Manita”, que cura las enfermedades cardiacas. Chivo marino, toronjil, ovariton, tizana o abango.

Hasta la cantante islandesa Björk acudió al Corona, antes de ofrecer un concierto en Guadalajara en 2007, donde compró elfos, esos duendes greñudos que dicen que dan buena suerte. Nada de eso sirvió para evitar la tragedia.

Artículo anteriorPau Donés
Artículo siguienteSirenas incomprendidas