La felicidad a la izquierda de las letras

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    El escritor José María Pérez Gay era un hombre afable y con gran sentido del humor, que estallaba en risas constantemente. Era un gran ensayista que no tomaba en serio eso de ser solemne, cuenta Dulce María Zúñiga, coordinadora académica de la Cátedra Julio Cortázar.
    “Era una persona agradecida. Recuerdo que cuando estuvo en la Cátedra Cortázar, para hablar de la decadencia del imperio austrohúngaro y trasladar ese ejemplo de decadencia al presente, es decir, a la caída del imperio estadounidense capitalista, logró que fuera una de las conferencias más numerosas, y nos agradeció mucho por esa invitación”, narra Zúñiga, doctora en estudios romances por la Universidad Paul Valéry, de Montpellier, Francia.
    Pérez Gay, quien murió a los 70 años el pasado 26 de mayo, es considerado uno de los principales divulgadores de la cultura germana en México. Su relación con Alemania inició a temprana edad, cuando siendo muy joven conoció al filósofo existencialista Martin Heidegger.
    Fue hijo de doña Alicia y de don Pepe, fue el mayor de cinco hermanos, entre ellos el escritor y periodista Rafael. Recién egresado de la carrera de Comunicación en la Universidad Iberoamericana consiguió, a sus 21 años, una beca para estudiar la maestría y el doctorado en Sociología y Germanística en la Universidad Libre de Berlín, donde tuvo como maestro a Theodor W. Adorno.
    Pérez Gay fue además traductor de alemán en el suplemento cultural de la Revista Siempre!, que dirigiera el también fallecido Carlos Monsiváis. Fue diplomático, académico y con la tendencia a recordar en cada una de sus obras al mismo Adorno, a Jürgen Habermas, Thomas Mann, Franz Kafka, Walter Benjamin y Elias Canetti.
    Dice Dulce María Zuñiga, que “se desarrolló en múltiples áreas: fue embajador en Portugal y agregado cultural en los países germanos, Austria y Alemania, papel que desempeñó de manera excelente, porque no sólo llevó la representación de México afuera del país, sino porque aprendió de aquellas culturas y regresó siendo uno de los grandes expertos en las literaturas germana y austriaca”.
    Como ensayista es uno de los ejemplos a seguir, cuenta la experta: “El mayor libro que aportó es El imperio perdido, en el que cuenta de manera fluida, como si se tratara de una novela, la vida de varios escritores austriaco-germanos, pero con el rigor de un ensayo literario por la investigación documental, por la crítica y el análisis literario que hace de las obras de los mismos autores…”
    Con El imperio perdido demuestra su gran prosa y su conocimiento en las técnicas narrativas. “La biografía comentada que hizo del vienés Hermann Broch, al que presenta como un personaje vivo y no como un afiche de cartón; habla de sus vivencias, de lo que sentía, cómo paseaba, qué comía. Hablaba de él como un personaje literario,  con datos verídicos y críticos de su obra. Esa era su manera de combinar la prosa verídica con la prosa documental”, resalta Zúñiga.
    Fue fundador del periódico La Jornada, un hombre de izquierda. Promotor incansable de la cultura, hizo un importante papel en la campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador. Incluso, su nombre aparece en los cables del Departamento de Estado estadounidense, difundidos por WikiLeaks en 2010, que mencionan esa campaña electoral.
    En uno de sus ensayos, publicados en la revista Nexos, titulado “Olvidar todos los pasados”, narra la búsqueda de la felicidad: “Sin duda, a todos nos gustaría que la felicidad fuese una sucesión de instantes redondos, perfectos. Lo que llamamos ‘realidad’, nos demuestra que nunca ha sido así: no somos capaces de suprimir las mayúsculas, porque nos habita un propósito congénito de eternidad. No sólo queremos conservarnos a  salvo del horror y la muerte, sino también oponer al sentimiento de caducidad nuestra eterna porción de dicha.
    Uno de los grandes estrategas de la dicha fue el más desdichado de todos: Friedrich Nietzsche. A los 35 años de edad, escribió: ‘Hay un grado tal de insomnio, de obsesivo sentido histórico, de rumia y examen del pasado, que la vida se va deteriorando y al final sucumbe. No importa si se trata de una persona, de un pueblo o una cultura. Quien no pueda olvidar todos los pasados, quien no sea capaz de habitar en el instante, sin vértigo ni temor, nunca sabrá lo que es la felicidad y, peor aún, jamás hará feliz a los otros’.
    No creo que sea tan fácil la felicidad, porque la condición humana sabe mejor lo que es bueno para la especie: ella quiere discordia”. Pérez Gay termina su artículo señalando que él encontró la dicha.
    “Al anochecer del 10 de agosto de 1989, en una clínica de la Ciudad de México, nació Pablo, mi hijo. Yo tenía 47 años y era un padre tardío o un abuelo temprano. En ese momento conocí la dicha irrepetible de conocer y amar a mi hijo. Un año después, cuando nació Mariana, mi hija, conocí la primavera de nuestra esperanza. Desde entonces la felicidad lleva sus nombres”.

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