La euforia y el futbol

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Hace ya varias semanas que la competencia del Mundial de Futbol está presente en la vida de todos nosotros. Los medios de comunicación, las tiendas de autoservicio, entre otros espacios de mercadeo, nos hacían presente una y otra vez, el conteo regresivo de inicio del mundial, algunos de ellos incluso se atrevían a mencionar “después de cuatro largos años de espera, finalmente…”. Pareciera que la vida de muchos de nosotros girara en torno al parteaguas de cada evento del Mundial.
De acuerdo con el diccionario, la euforia se entiende como una sensación de bienestar o un estado de ánimo propenso al optimismo. Ambas acepciones son válidas, toda vez que la euforia se puede referir a una vivencia que se experimenta en el presente, o bien, un estado psicológico que a partir de las expectativas de un futuro inmediato, es factible de obtener una gratificación esperada, y podría agregar, ansiadamente esperada.
Yo no recuerdo si en la pasada confrontación del Mundial de Futbol ocurrió la paralización oficial de escuelas, oficinas y aún de negocios y empresas privadas. Al menos en las escuelas y oficinas de la administración pública, la autorización de colocar televisores y otorgar permisos, de “paralizar” o semiparalizar el trabajo adquiriera un “tono” casi cercano a decreto oficial. El mismo presidente Calderón se ha unido, acudiendo personalmente al primer partido que sostiene la selección mexicana a este estatus de Estado. El Mundial ya no es sólo un asunto de un multimillonario negocio de equipos de futbol, de televisoras y empresas que aprovechan la mercadotecnia en torno a este evento, ahora se ha convertido en asunto de Estado, digno de discutirse en las cámaras de la federación y en la agenda presidencial. A este grado ha llegado la futbolera euforia que genera la Copa Mundial.
Un estado psíquico eufórico implica que el nivel de expectativas es alto, y mientras más altas son las expectativas, el riesgo a enfrentar un revés psicológico más profundo es mayor. Esto ocurrió en el conocido maracanazo en el Mundial de 1950, cuando inesperadamente Brasil perdió frente a Uruguay. Fue una desgracia nacional que cobró varios suicidios.
Por supuesto, podemos suponer que son muy pocos los mexicanos que tienen el sueño de que la selección nacional gane la Copa Mundial del presente año. No obstante la paliza que nos propinaron Inglaterra y Holanda en los partidos amistosos recientemente, el triunfo sobre el todavía campeón Italia, hacen que se revivan las expectativas de al menos pasar a la siguiente ronda. Después de todo, hay una necesidad de sentir algo que nos dé esperanza, algo de alegría, pues el panorama nacional en muchos aspectos no podría estar peor. El desempleo, la crisis económica que vivimos en México, el nivel de violencia y delitos que proliferan en todos los ámbitos, nos mantenían a los mexicanos con cierta sensación de anomia o desesperanza.
En estas condiciones no nos queda sino soñar, crear expectativas que ya sea por necesidad propia, nos llenen esos vacíos en nuestras vidas, y nuestras frustraciones emocionales, laborales, profesionales, las releguemos al trasfondo de nuestros pensamientos. No importa que estos deseos y expectativas no surjan de nuestros problemas y dificultades de nuestras vidas, y sean producto de la ruidosa presencia del futbol en los medios de comunicación, o de los amigos y entornos sociales en los que nos movemos cotidianamente; creo que hoy día están dadas las condiciones para que se despierte con mayor intensidad la sensación de euforia.
El orgullo nacional pende ahora de 11 jóvenes que correrán tras una pelota por 90 minutos. De lo que hagan estos jóvenes en ese lapso, pende que vivamos una tragedia o la gloria nacional; ocurra uno u otro evento, esperemos que la intensidad de una y otra, no lleve a actos sinrazón a los fanáticos del futbol.

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