La curiosidad no mata al hombre

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Las ciencias con sus métodos precisos, la delimitación de sus objetos de conocimiento, la utilización de parámetros que proporcionan certezas y sus fundamentos experimentales, nos ha permitido conducirnos con mayor seguridad en muchos ámbitos de la vida, ha servido de basamento para el desarrollo tecnológico y satisfecho ampliamente esta pulsión de la naturaleza humana que ansía conocerse a sí mismo y su entorno. Pero esta avidez por conocer, con frecuencia sobrepasa las invaluables aportaciones de la ciencia y continuamos formulándonos nuevas preguntas o retomamos algunas muy antiguas que, al igual que la pretensión de comprender las inquietudes que parcialmente nos han resuelto especialmente las ciencias naturales, continúan aguijoneando nuestra natural curiosidad y reclaman respuestas.

Podríamos identificar los fines y los motivos de esta inquietud humana por conocer en dos tipos: cuando el conocimiento es un fin en sí mismo, o cuando el conocimiento es un medio para otros conocimientos o la satisfacción de alguna meta práctica. Cuando el conocimiento es un fin en sí mismo, la razón de este querer la podemos expresar en una tautología que no parece exigir mayores razones: “Quiero conocer, porque quiero conocer”. De este tipo pueden ser, por ejemplo, la curiosidad por saber si hay agua en Marte, el origen del hombre en América o si los números primos son infinitos. De esta misma categoría pueden ser inquietudes de conocimiento más extraños, porque resulta muy lejano encontrar una respuesta certera, así, por ejemplo, la pretensión de saber cuál es la religión verdadera o la búsqueda de vida inteligente en otras galaxias son anhelos de saber con posibilidades de justificación muy endebles o con soportes ajenos al sentido común.

Cuando el conocimiento es un medio, entonces llamamos a este tipo de conocimientos prácticos y recurrimos a ellos como un instrumento para satisfacer alguna necesidad vital o cognitiva. De este tipo también hay muchos que encuentran una vía de satisfacción a través de la ciencia que, con mucha frecuencia, adquiere la forma de tecnologías o ciencias aplicadas. De este modo, las tecnologías de la comunicación, del transporte, de los materiales y, en general, todas las aportaciones de la biomedicina que, al pretender aliviar el dolor o evitar una muerte prematura, recurren al conocimiento sistemático de la naturaleza, poniéndola al servicio de las señaladas pretensiones humanas. Dado que los afanes de satisfacer deseos humanos son inconmensurables, también en el ideal práctico de conocimientos es frecuente recurrir a fuentes y saberes poco o nada consistentes para atender los fines mencionados; en este sentido gran parte de las manifestaciones que apelan a situaciones mágicas siguen teniendo vigencia hasta en contextos que se dicen ilustrados. De esta manera, por ejemplo, la presencia de enfermedades raras o incurables, aviva en quien las padece el deseo de evitar el dolor o la muerte prematura, pero, al no encontrar respuestas en la ciencia médica, se apela a prácticas o remedios con bases cognitivas inconsistentes.

Algunas posiciones sugieren que todo conocimiento es del segundo tipo (práctico), porque si la necesidad de saber es una inquietud persistente en los humanos que busca ser satisfecha, entonces, hasta la pretensión del saber por el saber mismo se constituye como un medio de atención de las inquietudes intelectuales. En esta misma línea hoy es posible reconocer que saberes del ámbito de la física o las matemáticas, que en otros tiempos fueron identificados como saberes puros, ahora forman parte de las razones con que se soportan los recursos de solución a intenciones prácticas. Esta posibilidad nos lleva a una paradoja: si todo saber es medio para la satisfacción de un fin práctico, entonces lo que procuramos no son propiamente conocimientos puros, sino soportes para atender de manera justificada nuestros deseos o intenciones.

En cualquier caso, lo que procuramos son informaciones justificadas que nos permitan resolver nuestras inquietudes intelectuales. El criterio de justificación llega a ser más o menos confiable. Podría negarse como seguro aquel saber que no responde al canon científico o de racionalidad; pero este criterio metodológico no es un antídoto para aliviar la incontenible curiosidad intelectual.

Algunas variedades del escepticismo sugieren renunciar a búsquedas que se suponen imposibles y, en este sentido, cualquier saber de orden teológico, metafísico, moral o político se declaran suscrito. Pero las motivaciones o deseos intelectuales no parecen apaciguarse por un decreto. Aunque a algunos puedan no quitarles el sueño las inquietudes carentes de asideros científicos o racionales, lo cierto es que una gran parte de la humanidad esperamos certezas por motivos prácticos o puros, de naturaleza muy diversa, y en eso nos va la vida.

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