La certeza o la duda

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Un hombre debería amar y reverenciar al genio de su método lógico como a su novia, a la que ha escogido de entre todo el mundo. No es necesario que desprecie a las otras; al contrario, puede honrarlas profundamente, y al hacerlo sólo honra más a la suya propia.

Charles Sanders Pierce

Charles Sanders Pierce recuerda la ocasión en la que un amigo le pidió que no leyera cierto periódico porque podría conducirlo a cambiar su opinión respecto al libre comercio. Le decía que “podría atraparlo con sus falacias y falsedades”. Le señalaba además que, por no se experto en economía política, podría ser engañado fácilmente con los argumentos sobre el tema y creer en el proteccionismo. Con esta anécdota el filósofo estadounidense ilustraba dos actitudes con las que solemos enfrentar la realidad: la certeza y la duda. El que tiene firmes creencias, que orientan su conducta y discursos, procurará blindarse ante cualquier posición que las debilite, mientras que, el que duda, al saber que puede estar equivocado, sin prejuicios o imposiciones podría acercarse e intentar comprender la diversidad de proposiciones posibles.

Los humanos, aunque parece muy probable pensar que lo mismo ocurra con algunos animales, orientamos nuestras vidas a partir de creencias que consideramos infalibles. Es la fuerza de la costumbre y la amplia aceptación entre los miembros de nuestra comunidad lo que nos mueve a creer que no podemos estar equivocados. Pero esta aceptación, así como las conductas que de ella se derivan, no sólo se ejerce con los objetos cotidianos sino también con fenómenos que escapan totalmente a nuestra experiencia. En este sentido, la fuerza de la costumbre puede hacer creer firmemente a un individuo que la pasta de dientes se encuentra en la repisa de su baño y actuar en consecuencia; pero también una firme creencia puede hacerle suponer que arrepentirse de sus pecados y tomar la comunión le garantizará una vida eterna.

Ante situaciones inciertas solemos utilizar un razonamiento deductivo, en que la aceptación de un dato infalible nos lleva a una nueva creencia con la misma cualidad de veracidad. En este sentido, dado que todas las mañanas he encontrado la pasta de dientes en la repisa, aseguro que, a la mañana siguiente, cuando pretenda lavar mis dientes encontraré la pasta en el mismo lugar. Este tipo de inferencias resultan efectivas en cientos de acciones que realizamos a diario; ahora mismo, mientras escribo estas líneas, supongo que la Q, la F y la U de mi teclado siguen estando en el mismo lugar donde ayer las encontraba.

Pero, ¿qué valoración haríamos de las inferencias que conducen a realizar actos perversos, heroicos o suicidas? Un tipo de razonamiento similar lo podemos encontrar en los que asesinan o se quitan la vida en el nombre de dios o entre quienes desprecian y tratan como estúpidos quienes tiene una idea diferente de lo que consideran el comportamiento y razonamiento “adecuado” ante la sociedad, la economía, la moral o la política. En otras palabras, el método lógico puede ser acertado, lo que llega a ser desastroso es usarlo a partir de premisas inciertas que admitimos como infalibles.

Otra cualidad del que posee certezas absolutas, especialmente en regiones tan resbaladizas como las religiones, la moralidad o la política, es la obstinación por que los demás compartan esa confianza ciega. Así, se forman legiones de la verdad. Su manifestación más clara la encontramos entre quienes conforman asociaciones separatistas, con miembros capaces de inmolarse por “verdades” que abrazan como sagradas. Los resultados son sectarios; entre sensatos e imprudentes, fieles e infieles, inteligentes y tontos o decentes e inmorales.  

Pero, como también señala Pierce, la duda jamás tiene ese efecto. Ésta, por el contrario, conduce, a quien la posee a un estado inquietante de búsqueda perpetua de principios para decidir, para actuar y hasta para hablar. La duda conduce a la crítica y el desarrollo de las ciencias, así como a la transformación de vicios socialmente arraigados. En una ocasión un político decía: “No podemos combatir la corrupción porque forma parte de la idiosincrasia del mexicano”; la certeza de esta afirmación la interpreto como una invitación a reconocernos impotentes y conformarnos con una conducta imperturbable. Mientras la duda pondría en entredicho esta afirmación y buscaría un sustento. El problema de quien se mueve por el camino de la incertidumbre es que sus proposiciones admiten el carácter de opiniones y, como tales, están abiertas a la refutación, a su carácter efímero y la imposibilidad de admitirlas como permanentes para la vida cotidiana. El método lógico, por imperturbable que parezca, también es el método de la duda ya que, al saber que deducimos partiendo de proposiciones inciertas, también sabemos que inferimos creencias imprecisas.

La certeza ofrece un estado de seguridad y tranquilidad entre quienes la admiten, mientras que la duda implica un estado de incertidumbre, indecisión y desasosiego permanente, pero incita a la búsqueda constante. Ambas tienen ventajas y desventajas en la vida cotidiana; los excesos en ambos pueden ser desastrosos; y el equilibrio razonable podría radicar en el uso crítico de los métodos lógicos y en una sensata autocrítica de nuestras creencias más arraigadas o, como dijera el profesor Michael Gilbert, “la única certeza que tengo es que puedo estar equivocado” y, esta afirmación, bien puede ser un punto de partida que nos salve del escepticismo y la incertidumbre absoluta.

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