Juicio Final

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    Que los que vivimos en la ciudad seamos los seres más paranóicos del planeta no hay dudas. Que hacemos una tormenta de un vaso de agua. O, por decirlo de otra forma, hacemos una lluvia de fuego apocalíptica de un flujo de lava. Frente a la actividad del Volcán de Colima ya hay quienes se preocupan ante la fantástica posibilidad de que Guadalajara se vea afectada.

    ¿Por detritos flameantes? ¿Por una cortina de ceniza que lo cubrirá todo?

    Esta paranóia ya se ha demostrado en varias ocasiones, como el año pasado con la alerta por el huracán Patricia; a las 6 de la tarde las calles estaban casi vacías, gente comprando víveres en abundancia en los sevens u oxxos, miedo; para lo que al final resultó ser una lluviecita que no se acercó ni tantito a la virulencia de una normla tormenta de temporada.

    Allá en Zapotlán (Ciudad Guzmán), todos están tranquilos, a pesar de estar debajo del volcán. Dicen que están acostumbrados, y aprendieron a convivir con ese encendido y amenazante vecino. Nosotros, acá, hemos perdido cualquier conexión y cualquier respeto por la naturaleza, hasta la humana.

    Parece que ahora somos los citadinos los supersticiosos, y no los viejos de pueblo que, como escribió Arreola, vieron la erupción de 1912 y “recuerdan con pavor esta leve experiencia pompeyana. Se hizo la noche en pleno día y todos creyeron en el Juicio Final”.

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