Jean Meyer

1668

Lejos de ser deseada por la mayoría del episcopado la decisión crucial de suspender los cultos en las iglesias –medida que antecedió a la Guerra Cristera–, después de la entrada en vigor de la Ley Calles, la suspensión fue resultado de una maniobra política de un pequeño grupo de jesuitas radicales que fueron capaces de contornear la red diplomática de la Santa Sede para obtener el consenso directo de Pío XI en persona, sugirió el historiador Jean Meyer, con base en información proporcionada en cartas que tenían como sustento declaraciones del padre Juan González Morfín.

El 14 de junio de 1926 fue aprobada la Ley Calles, que entre otras cosas limitaba el número de sacerdotes en el país y establecía que éstos debían registrarse y sólo podrían ejercer quienes tuvieran licencia otorgada por el Congreso de la Unión o el estado correspondiente.

El historiador francés ahondó más en su investigación La Cristiada gracias, además, a la apertura de archivos del Vaticano, de los arzobispados de México y Morelia. Meyer dio a conocer sus nuevos hallazgos durante la ceremonia de entrega del título Doctor Honoris causa por parte de la Universidad de Guadalajara, que encabezó su Rector General, maestro Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla, por su contribución a la investigación científica, filosófica, lingüística e histórica de los movimientos sociales, el desarrollo agrario y los conflictos religiosos en México durante los siglos XIX y XX.

El historiador galardonado detalló que hacia los años veinte, las iglesias nacionales, tanto la francesa como la mexicana, no tenían una conferencia episcopal permanente, cada obispo era rey en su diócesis y estaba en contacto con Roma. De tal manera que los obispos mexicanos representan líneas políticas diferentes; había entre ellos moderados conciliadores y también intransigentes.

El Vaticano, por su parte, deseaba el apaciguamiento, se inclinaba por una política de arreglo que dejara subsistir intactos los textos incriminados como la Ley Calles, y esperaba que no fuese aplicada. Incluso, el cardenal Pietro Gasparri aconsejaba la moderación y apaciguamiento a los obispos mexicanos que durante sus visitas a Roma fatigaban a la Secretaría de Estado con sus fulminantes anatemas. La curia lamentaba que el clero mexicano nacionalista y batallador, en lugar de buscar un acomodo con los poderes, se mantuviera en una hostilidad abierta.

A pesar de que hasta 1926 la línea de dicha Secretaría de Estado era de apaciguamiento, en ese año todo cambió porque el grupo mencionado de jesuitas –metidos en la línea social de la Iglesia, en el combate de la pobreza y la defensa de los obreros–, apoyado por cinco obispos que el historiador calificó como “batalladores”, se brincaron a la tal secretaría y fueron capaces de llegar directamente al Papa y “venderle” su punto de vista. Según éste, para ganar la batalla había que suspender el culto y decirle al gobierno mexicano: “Hasta aquí”.

El Rector General, durante su discurso en la ceremonia, reconoció la entrega y dedicación de Meyer al estudio e investigación de los grandes temas religiosos en la historia de México, entre los que destaca la Guerra Cristera. Éstos han marcado rumbo a una nueva generación de historiadores sobre los fenómenos religiosos relevantes del siglo XX.

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