Intranquilidad citadina

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    Ya se ha vuelto una costumbre, y una realidad irremediable, que en el centro de la capital las vías se convulsionen a toda hora, con las consecuentes molestias de los ciudadanos y las catástrofes que en la salud conllevan el ruido excesivo, el polvo de las construcciones y, es claro, la acumulación de esmog.

    Para aquellos que alguna vez decidieron repoblar el centro de Guadalajara como una opción de vida, donde tal vez quisieron encontrar un poco de tranquilidad, se equivocaron… o mejor dicho: las apremiantes obras, los han hecho pensar que cometieron un error, pues las 24 horas son de caos. Pero no únicamente quienes viven en el centro sufren, también todos los que visitamos por alguna razón las calles del centro. Si uno viene en auto a realizar alguna encomienda, lo que no sabe es que a cada rato se cierran vialidades y el tiempo estimado para invertir en ello pasa los límites que se había puesto. Cada día hay, como en un espectáculo de magos, una nueva sorpresa: si un lunes viene a las tiendas céntricas encuentra algo, pero si vuelve el jueves o el sábado sabrá, así de pronto, que ya el atajo que logró hallar, está cerrado y tiene que volver a localizar uno nuevo. Amén de eso, del caos por obras en las avenidas y calles, tendrá que soportar el caos vial y sus consecuencias: estrés, cansancio y, claro, enojo. No hay una buena planeación en las obras que se realizan. No hay una información clara de los cierres por parte del gobierno tapatío. No hay orden, pues. Ni respeto para los ciudadanos.

    Alguien como yo que tiene que venir a trabajar al centro, en camión, debe adivinar que su ruta ya pasa por otro lado y, luego, descubrir que ya otro día por otro. Y por si fuera poco, los espacios peatonales están en “reconstrucción” y tiene que evitar ciertos espacios porque no se pueden transitar. Es, pues, Guadalajara, un verdadero desorden. Caprichosos, los gobiernos se apuran en la reconstrucción de la ciudad pues ya van casi a terminar sus gestiones y vienen las elecciones intermedias en las cuales algunos ediles buscarán —ahora hablo de la ZMG— un nuevo hueso político y —malpensados que somos— todos los ciudadanos creemos que sacan su lanita por debajo de las calles en “recontrucción” para sus posibles campañas. Guadalajara y toda su zona metropolitana, en los últimos años, ha dejado de ser un espacio amable: se mueve, se reconstruye, se modifica, y luego una y otra vez lo mismo. Y uno se pregunta: ¿Alguna vez las ciudades metropolitanas quedarán bonitas y sin nuevas modificaciones? ¿Alguna vez volveremos a tener la certeza de que hoy esta o aquella calle o avenida será fluida o veremos de nuevo otra vez que la levantan y la tiran y…?

    Tal vez. Quizás en algún sueño. Porque lo que se vive en la ZMG no es un sueño, sino una pesadilla.

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