Es lamentable que a pesar de que la ciudad de Guadalajara es una de las más emblemáticas del país, su arquitectura ha sido prácticamente devastada. El tema no es nuevo, pero sí es necesario seguir hablando de ello, porque el daño que se hace a nuestra identidad urbanística es constante.
La mayoría de los edificios que hicieron particular esta ciudad se construyeron en los años o siglos posteriores a su fundación, que fue en 1542, y hasta las primeras décadas del siglo XX. De entonces a la fecha lo único que ha reinado es el olvido, el deterioro y la demolición de la arquitectura que forma parte indispensable del entendimiento de la historia y tradiciones de Guadalajara.
Así, administraciones han ido y vuelto en los gobiernos municipales, pero lo cierto es que desde que comenzó la peregrina idea hacia los años cincuenta de que el modernismo era tumbar lo viejo y construir cuadrados e impersonales y antiestéticos edificios, ya no ha vuelto a haber una verdadera visión de ciudad.
Por ello, quienes tenemos la gracia o el infortunio de vivir en el centro de Guadalajara, y que tenemos la habitual cotidianidad de caminar por sus calles, descubrimos cada día con tristeza el abandono de tantas viejas fincas, que en su momento le dieron un sentido de vida a la ciudad, pero que ahora se han vuelto sólo unos desolados fantasmas de la urbe.
Pero el punto central, es que éstas consecuentemente serán derrumbadas y convertidas en lotes baldíos que después albergarán otros mamotretos de edificios que no corresponden al rostro que tuvo Guadalajara, y que ha terminado por parecer una burda y parchada cirugía, y que incluso en el caso de las moles que pretenden edificarse alrededor del Parque Morelos, con la Ciudad Creativa Digital, ya se ha advertido que podría significar que el Instituto Cultural Cabañas perdiera su nombramiento de Patrimonio de la Humanidad, por verse afectado su paisaje urbano colindante.
