Eternizar la primavera

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“Vivo sin vivir en mí/ y de tal manera espero/ que muero porque no muero…” cantó Teresa de Ávila a ese Dios prisionero que liberó su corazón. La vida, convertida en una larga y amarga esperanza, deja en el destierro a las almas que ansían en la muerte conseguir el culmen del amor. Como ellas, de amor cautivos, los bailarines se desplazan repitiendo algunos de estos versos durante el prólogo de La primavera, pieza dancística que todos los miércoles presenta Rafael Carlín y su Compañía de Danza Contemporánea en el Teatro Experimental. El concepto estético de la pieza teje hilos como la poesía mística que Ávila y Sor Juana escribieran, con La primavera de Sandro Botticelli, que se convierte en el corazón de la coreografía.

Al prólogo que también canta la llama de amor viva de Sor Juana Inés de la Cruz, se suman cuatro estudios que la compañía desarrolló a partir de una lectura mitológica a la famosa pieza plástica: estudio de Venus, el de Mercurio, el del rapto de Cloris —que desde el movimiento narra su transformación en Flora— y por último, el dedicado a las Tres Gracias. Si bien la pintura de Botticelli posee una multiplicidad de posibilidades semánticas, la apuesta de Carlín fue concentrarse en los personajes mitológicos que en ella aparecen para armar las piezas que completan la obra. Pensar en el viaje desde la plástica a la danza de una obra tan importante en la historia del arte resulta casi temerario. ¿Cómo alejarse del retrato para lograr una creación propia?, ¿cómo reescribir la composición estética de un genio florentino con danza contemporánea?, ¿cuáles son los recursos para lograrlo?

Si bien la misma pintura está llena de movimiento, hacerlo salir de los límites dimensionales del cuadro para recrearlos en un escenario es una empresa de gran complejidad. Con música original de Armando Merino, la pieza no busca mentir y organiza en un marco también contemporáneo, sonidos electrónicos con el gusto renacentista de las cuerdas, del mismo modo el vestuario de Lluvia Prado intenta construir ese puente entre dos universos históricos claramente contrastantes. Por un lado, la inspiración directa que posee la obra de Botticelli y por el otro, los materiales y texturas propias que refieren nuestra actualidad, estos elementos se tocan con mayor y menor éxito durante toda la pieza. La delicadeza de una danza de cortejo del Quattrocento intenta maridar con la velocidad de un desplazamiento que cimbre la tierra para provocar la floración. Lo que permanece es el contraste entre mundos distantes y en muchos sentidos ajenos que buscan encontrarse en ese jardín fecundo y generoso que abraza y contagia a quienes les habitan. Un elemento que participa positivamente en la ambientación de los dos universos temporales y espaciales evocados en La primavera, es el diseño y realización multimedia, a cargo de Sergio Núñez.

El camino que van construyendo Carlín y su compañía mantiene un paso constante, determinado fundamentalmente por el contacto e interés que les despiertan otras artes como la literatura y la pintura y, por otro lado, con un trabajo físico que colocan en la teatralidad. El gran reto que enfrenta este montaje es equilibrar las dos grandes fuerzas que posee tanto la poesía mística, como la obra de Botticelli, su referente central: las pasiones y el erotismo frente al sentido platónico del amor que también evoca lo eterno de la primavera, esa idea que busca Mercurio.

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