Erotismo bajo la luna

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El desvelo coloca a la mente en lugares sugerentes. El término de las actividades diurnas, el aparente descanso de los otros, nos llevan a creer que la noche en que estamos despiertos sólo la habitamos nosotros. Esa oscuridad es el telón de fondo para la presentación de la obra Asfixia erótica bajo la luna de abril, recientemente estrenada. La convocatoria se hace a las 22:30 hrs. en la Casa Suspendida, espacio que se ha convertido en un caldo de cultivo para la experimentación de fórmulas de producción, como la temporada de esta obra.

Su autor, Mario Cantú Toscano decidió no salirse de ese universo para crear una puesta en abismo del acontecimiento escénico.  Vera Wilson y Paloma Domínguez interpretan a dos actrices cuyo éxito aparente las ha llevado a la rivalidad.

Esta es una historia de teatro construida desde la ambigüedad. Cuando se enciende la luz ambas mujeres están ahí, en un salón al que fueron convocadas por un director para una audición. Todo lo demás existe pero no está. Todo lo demás debería existir y no tenerlo las desespera. Como en El Ángel Exterminador de Buñuel, la obligación de permanecer, la imposibilidad de escapar, las obliga a una convivencia que rápidamente se convierte en una guerra. Y es ahí cuando la noche manifiesta su intención para que, como únicas habitantes de un espacio extraño y ajeno a la vez, luchen para imponerse una a la otra. Dos fascinantes mujeres se atraen y repelen con la energía de la electricidad, con la envidiosa fuerza de quien dice odiar para esconder su deseo.  Los virajes son rápidos en el denso discurso de la dramaturgia, sin embargo Wilson y Domínguez no siempre consiguen dar esos cambios con la radicalidad que lo requieren los diálogos. Paloma sale mejor librada de esos embates que obligan al paso de la violencia verbal a la abierta manifestación del deseo, para luego llegar al avergonzado gesto de verse descubierta mientras que Vera en ocasiones imposta tonos fársicos que rompen la necesaria tensión entre ambos personajes. Otra deuda que tiene el montaje es conseguir integrar armónicamente elementos fundamentales como la música, composición original de Nathalie Braux y Alfredo Sánchez, que todavía no juega el papel que le corresponde.

Habrá que mejorar sustantivamente los procesos de operación técnica para hacer participar a todos los elementos creativos.

El director Ricardo Delgadillo acierta en mantener a flote todas las ambigüedades de la obra. Cómo llegaron las actrices a ese sitio, dónde está el acceso y por qué no hay salida, qué secretos guardan los signos que entre risas y humedades no dejan de aparecer. La forma en que se van tejiendo esas dudas abona en la acumulación de incertidumbres; sin embargo, dada la densidad y rapidez discursiva de la dramaturgia, por momentos el espectador suelta los hilos y corre el riesgo de no recuperarlos para permanecer al margen, concentrado únicamente en los chistes o en la desnudez de las actrices. Si bien El misterio es el elemento esencial de esta asfixia, y como en otras experiencias vinculadas al arte y también al sexo, no hay que buscar explicar racionalmente los signos que lo conforman. El hecho de soltar demasiadas piezas sueltas en la trama puede conseguir lo opuesto, la desconexión del público. El peligro de este montaje consiste en pasar del deseo y la angustia compartida por las actrices, al desinterés.

Asfixia erótica bajo la luna de abril contiene ingredientes atractivos, que tienen que ver no sólo con la tentación de ver a dos mujeres en un juego perverso de seducción, sino en la humanidad que guarda la manifestación del deseo. Pocas cosas nos hacen tan vulnerables como aceptar nuestra carne, decir abiertamente lo que pide nuestro cuerpo.

Ahí está la indefensión de los personajes, por eso tienen que volver, luego del beso, a las armas. El trabajo del director posee otro punto a favor: luego de ver la obra no hay etiquetas, no podemos decir que es una historia lésbica, sino un momento de encuentro entre dos seres frágiles, indefensos ante su vanidad y sus pasiones.

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