El porno y sus iniciados

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    El narrador y crítico cultural Naief Yehya publica una nueva edición (corregida y aumentada) de su libro Pornografía. Obsesión sexual y tecnológica (Tusquets, 2012). Para el colaborador habitual de suplementos como “La Jornada semanal” o revistas como Luvina, la tecnología nos ha convertido en cyborgs, seres adictos a las prótesis, como ya lo anticipara Sigmund Freud en El malestar en la cultura.
    Yehya llega a una conclusión: “La cultura del siglo XXI se ha pornificado”. Y es a partir de esta máxima que el también periodista va trazando el desarrollo de una práctica que desde el principio “fue definida o inventada como categoría reguladora, como el estigma que se aplicaría a todo producto cultural considerado como una amenaza para la moral y la estabilidad social”.
    El autor sitúa un paralelismo entre la Ilustración y la construcción de un género (en un principio sólo escrito) que era reclamada “como patrimonio de los librepensadores, los herejes y los revolucionarios”. Del Divino Marqués hasta el porno gratuito en internet, no cabe duda que se trata de una práctica que tiende a concentrar los reclamos y las defensas más enconadas e hilarantes.
    Un auténtico termómetro de la sociedad y su moral, la pornografía en nuestros días sintetiza nuestros miedos y obsesiones mejor que muchos productos culturales. “En una era de abrumadoras opciones eróticas, nos hemos vuelto habitantes de un auténtico archipiélago electrónico de perversiones tentadoras y aterradoras, un territorio accidentado de la sexualidad en donde el único sexo que resta es el mediatizado”, escribe Yehya, en un ensayo que es un viaje por la historia de nuestras fantasías más alocadas.

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