El pixel desplaza al grano

    590

    ¡Ahhh… qué tiempos aquellos! Esos cuando el fotógrafo se metía al cuarto oscuro y al tanteo acomodaba el rollo en un recipiente para revelar la imagen, a “ojo de buen cubero” medía la exposición ante la luz y por último, como por arte de magia, iba apareciendo el momento Kodak en el papel, entre el tufo de los químicos y una luz roja como la del Kumbala bar, de Maldita Vecindad.
    Ahora la imagen aparece en una pequeña pantalla detrás del cuerpo de la cámara. Se desbarata la curiosidad de tener algo ahí, dentro del rollo, y el fotógrafo puede ver en ese instante y hacer los cambios necesarios para conseguir la foto idónea.
    “Digital me cambió la vida”, declaró el reconocido fotógrafo dominicano Luis Nova en una entrevista de 2002 para la revista especializada Kaleidoscopio que publica la empresa Kodak. En aquella ocasión, Nova comentaba: “Toda mi vida fui un experto en hacer efectos especiales en la cámara y en el laboratorio. Fue un shock darme cuenta de que lo que a mí me había llevado años aprender, hoy, cualquier muchachito lo podía hacer en su laptop en un dos por tres”.
    Y es que desde que Kodak introdujo la primera cámara digital en 1975, miles de fotógrafos, principalmente los que se dedican al fotoperiodismo, cambiaron el viejo procedimiento por la rapidez que lo digital ofrece ante los procesos de edición en un diario o de producción informativa en una agencia noticiosa.
    En 2004 el concurso internacional World Press Photo fue revelador: de las 63 mil 93 imágenes que compitieron, el 80.7 por ciento fue hecho en formato digital.
    Desde hace unos cuatro años, el reportero gráfico de Notimex en Guadalajara, Luis Fernando Moreno Coronel, se inició en la fotografía digital. Y comenta: “eso facilitó nuestro trabajo, porque antes, dentro del proceso del periódico, era revelar, escanear y eran tres, cuatro horas para que el editor escogiera la imagen”.
    Pero una de las desventajas de las nuevas cámaras es la devaluación. “Muchos pensamos que uno debe tomar una cámara de acuerdo a sus necesidades”, pues luego de unos seis meses, la que estaba de última moda ya cuesta como mínimo la mitad de lo que uno pagó al adquirirla. Su valor económico oscila, según los profesionales, entre los 700 y los siete mil dólares (cerca de 80 mil pesos).
    El periodista añade que las digitales “no poseen la gran variedad de gamas de las que dispone un rollo”. En cuestión de blanco y negro, por ejemplo, las viejas cámaras son mejores que las actuales.
    Para Moreno Coronel, “la magia de lo tradicional no se le quita a lo análogo y va a faltar mucho tiempo para que las clases (en las aulas de las universidades) sean directamente con fotografía digital”, aunque en algún momento desaparecerá el rollo de plata y gelatina. “Había una fábrica de papel de blanco y negro (Ilford) que ya cerró”.
    Tonatiuh Figueroa, fotoperiodista del rotativo deportivo Récord, concuerda en la rapidez que ofrece lo digital. “Al principio estaba temeroso de cómo iba a funcionar todo eso, pero al brincar de lo análogo a lo digital se veía la diferencia en tiempos a la hora de trabajar las imágenes”.
    Y además, lo digital da un “gran espectro” no solo en resolución sino por todo el paquete que lleva consigo, como el manejo de ciertos softwares para fotografía, entre ellos Photoshop o Design, explica el fotorreportero.
    Pero lo “padre” de lo análogo es “la curiosidad, la emoción latente de que hay una imagen allí y hasta que la revelas te das cuenta de lo que tienes”.
    El futuro corre a la velocidad de la luz. Cada seis meses, la cámara pierde vida, según el promedio de los profesionales. O como dijo Fred Kalantari, director general de sistemas de imágenes digitales y de película de Kodak México, para Kaleidoscopio en 2004: “Los cambios que vienen en los próximos dos años van a ser tan grandes como los que ha habido en los últimos 10 años. Antes, un modelo de cámara era bueno por muchos años. Ahora, con la tecnología digital hay un modelo nuevo ¡cada tres meses!”.

    Artículo anteriorZeyda Isabel Rodríguez Morales
    Artículo siguienteRespuesta a “Orgullo universitario”