El mundo con dos orejas

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Pocos iconos resultan tan claros y universales como la cabeza de Mickey Mouse. Dentro de ella se guarda el liberalismo de las fuerzas del mercado y también infinitas postales del american way of life. La infancia latinoamericana normalizó, en las últimas décadas del siglo XX, estándares y costumbres estadounidenses que durante esos años terminaron por echar raíz. Entonces y ahora, la clase media que habita desde Tijuana hasta la Patagonia, toma como el más aspiracional de los modelos, aquel cuya síntesis cabe en una cabeza ceñida por dos enormes orejas. Lautaro Vilo es un joven patagónico que desde la escena trabaja en la recreación del cuerpo y sus historias. Con motivo de la presentación de la obra American Mouse, el grupo Rara Avis Escena, que él mismo encabeza junto al director escénico Pablo Gershanik, llegó al Estudio Diana para contarnos un infantil, pero muy oscuro recuerdo. American Mouse es una metáfora que nace de una experiencia personal que marcó a Vilo durante mucho tiempo. Con menos de diez años, Vilo fue testigo de la muerte de la que pudiera ser la botarga más famosa del mundo, cuando al pasear en uno de los botes del parque Disney, ve cómo Mickey Mouse cae al río y se ahoga luego de que una horda de niños lo atacara con caramelos gigantes.

Adventure Land
En la semioscuridad del escenario, Vilo se acompaña apenas por una mesa que da la impresión de haber salido de un laboratorio; así como de un proyector muy primario que le sirve para ilustrar sus explicaciones. El espacio, caracterización y vestuario recuerdan con claridad al extinto programa televisivo de difusión científica producido por la CBS llamado “El mundo de Beackman” (Beakman’s World), en el que un científico locuaz explicaba a la niñez de la última década del siglo pasado, distintos procesos físico–químicos. Lautaro no habla de ciencias, él recuerda su estancia en Orlando, Florida, con una familia estadounidense en 1990. Su padre, un disciplinado miembro del internacional Club Rotario, le envía allá argumentando que al pequeño le vendría bien conectarse con otra cultura. Lo que realmente vive Lautaro es el encuentro surrealista con una familia típicamente americana que no puede sino darle desconfianza y producirle incluso temor. La obra, que ha sido calificada como thriller comedia, llega a su clímax cuando el niño, teniendo consciencia de que bajo la cabezota hay un actor, observa con alarma cómo el hombre-Mickey se hunde lentamente en el río hasta ahogarse.

Escena lollipop
La anécdota, rica en referentes socio-culturales, crece con la inclusión en la dramaturgia de hechos históricos que marcaron aquellos años. La caída del muro de Berlín y el regreso de la democracia a la República Argentina, son algunos de los hechos que van definiendo el contexto que rodea al niño argentino. Ahora, convertido más en científico loco que en conferencista, Vilo pretende convencernos de que un cómico entramado de hechos y personajes vinculados con la “muerte de Mickey”, son parte de un incomprensible complot. Si bien la historia posee elementos que podrían con relativa facilidad hacernos cómplices del protagonista, la actuación y excesiva pretensión de lo que Rara Avis llama multidisciplinar, hacen que junto a la botarga, se hundan también las expectativas de aquellos quienes creímos encontrar un auténtico juego de experimentación con la poética de los objetos. Los elementos utilizados por el actor/autor, corresponden de manera demasiado obvia a aquello que se busca personificar. Los niños son representados por coloridos bastones de azúcar y paletas de caramelo, una madre que es un esmalte de uñas y el padre, una rasuradora. Cuesta trabajo pensar que en esta equivalencia exista experimentación alguna respecto a la inclusión del objeto como elemento artístico, como sí ocurrió, por ejemplo, en la puesta en escena de A la Deriva Teatro con la obra Pipí. Otro asunto que sorprende es la torpeza con la que de forma repetida, Vilo manipulaba los recursos ahí incluidos. Algo pasó y no fue afortunado. Sin embargo, la obra posee valor por evidenciar, de forma creativa, la tortícolis del status quo latinoamericano, causada por mirar siempre al norte.

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