El futuro empobrecido

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Mañana tal vez tengamos que sentarnos frente a nuestros hijos y
decirles que fuimos derrotados. Pero no podremos mirarlos a los ojos
y decirles que viven así porque no nos animamos a pelear.
Mahatma Gandhi

En la entrega pasada se analizó el tema de la juventud y las condiciones tan adversas a las que se enfrenta en la actualidad en nuestro país y en América Latina. Amplios grupos de niños y jóvenes viven en condiciones de miseria y violencia que atrofian su desarrollo y los condenan a una vida llena de limitaciones, penurias y miedo.

De este panorama se deduce que es necesario romper el círculo vicioso de la pobreza y la violencia, siguiendo una estrategia de dos frentes. Por un lado, la intervención del Estado (a través del aparato de gobierno), al cual se le debe exigir la creación de un entramado institucional que vele por el respeto y cumplimiento de los derechos de los niños y jóvenes, y que brinde apoyo a las familias y comunidades a través de programas y proyectos basados en acciones afirmativas.

Por otra parte, la intervención de la sociedad, la cual debe tomar conciencia y ejecutar acciones para cumplir con tres actividades primordiales: vigilar el desempeño de las instituciones gubernamentales y constatar el logro de avances en las comunidades y regiones; crear un aparato de respaldo que llene los huecos dejados por las instituciones gubernamentales en cuanto a la atención de los niños y jóvenes; y sacudir conciencias y movilizar voluntades para que todos tomemos parte en las labores de rescate y potenciación de nuestra niñez y juventud.

Por supuesto, el primer grupo de acciones tiene que ver con la educación. Una educación pertinente y relevante en los distintos contextos de marginalidad, violencia y pobreza en el que se desenvuelven los niños y jóvenes. Una educación que resulte útil para la vida. Una educación que vaya más allá del cumplimiento con los mínimos necesarios de alfabetización y conocimientos generales, y genere conciencia acerca de la situación que las familias y las comunidades enfrentan. Una educación que aporte los elementos mínimos para reflexionar sobre cómo las cosas pueden y deben ser de otra manera para actuar al respecto.

Cada comunidad tiene problemas particulares y cada intervención para sacar a los jóvenes de la miseria y la violencia deberá tener distintos componentes, pero lo que debe realizarse en común es la multiplicación de los medios a través de los cuales se les informe y concientice acerca de sus derechos y responsabilidades.

Todos, niños y jóvenes, padres y familias, maestros y escuelas, gobiernos y comunidades, debemos participar en el proceso formativo y al mismo tiempo tomar en serio la función a cumplir por cada cual para apoyar un mejor desarrollo de nuestros niños y jóvenes.

En el plano de la educación formal, como ya fue dicho, el curso de acción a seguir en cada escuela deberá ser elaborado y calibrarse de acuerdo con las necesidades de cada comunidad, pero en general puede fomentarse el conocimiento de los derechos de los niños y los jóvenes, las formas adecuadas de comportamiento que permitan llevar y mantener relaciones de convivencia familiar y comunitaria sanas (tolerancia, respeto, solidaridad y observación de las reglas), los riesgos y consecuencias del uso de drogas y alcohol, los graves peligros asociados con ser parte de una pandilla, las consecuencias que acarrea la comisión de ilícitos y la adecuada salud sexual y reproductiva.

En algún punto, seguramente, podrá incorporarse todo un ciclo de formación con propósitos laborales de acuerdo con las necesidades de las propias comunidades o en función de las opciones de actividades productivas que tienen mayor impacto en la región dónde se desenvuelven.

También será pertinente desarrollar diversas actividades de participación comunitaria que fomenten la responsabilidad cívica y la solidaridad.

Por supuesto, la práctica deportiva y la formación artística deberán tener un papel central en todo esto, dados los enormes beneficios de disciplina, salud física, sensibilización y expresividad que aportan a la formación de las personas.

Por aquí podemos comenzar por transformar la educación, la que siempre será, curiosamente, un instrumento para la transformación de la realidad.

El resto de los esfuerzos organizados desde el Estado y la sociedad, bien pueden orientarse a erradicar la violencia intrafamiliar, revalorar a la mujer en el contexto familiar y comunitario, procurar ingresos mínimos para el sostenimiento de las familias y para que los hijos se mantengan en la escuela, equipar mejor las escuelas y preparar mejor a los profesores, garantizar la seguridad de las comunidades y las familias, y ofrecer opciones sanas de recreación y esparcimiento.

Este es un paso mínimo.

Cada joven arrancado de las garras de la miseria y la violencia, será un compañero y tutor en potencia para otros jóvenes y una historia de vida que puede servir como inspiración para otros. A esto vale la pena apostar.

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