El devenir como unidad de opuestos

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La lógica tiene tres grandes reglas: el principio de identidad (que asegura que una cosa es idéntica a sí misma); el principio de contradicción (que afirma que una cosa no puede ser al mismo tiempo ella y su contrario), y el principio del tercero excluso (que indica que entre dos posibilidades contradictorias no hay lugar para una tercera).

Esta lógica ayuda a “pensar bien”. Es un instrumento que con base en sus tres principios clasifica cada cosa de una manera bien determinada; que obliga, por tanto, a ver las cosas como idénticas a ellas mismas, que enseguida nos pone en la obligación de elegir, de decir sí o no, y en conclusión que excluye, entre dos casos, la vida y la muerte, por ejemplo, una tercera posibilidad. El silogismo parte de este mismo modo de razonamiento.

La dialéctica opera de una manera por completo distinta, ya que rompe los dualismos a los que la lógica aristotélica (y el pensamiento mismo) está acostumbrada. Hegel retoma las teorías de Heráclito, sobre todo su concepto de “unidad de los contrarios” y la idea de que nada es estático, que la realidad (la verdad) está en un devenir continuo, y que Heráclito sintetiza con su famosa frase: “Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”.

Escribe Hegel en su Ciencia de la lógica: “El puro Ser y la pura Nada es por tanto lo mismo. Lo que es Verdad es, no el Ser o la Nada, sino que el Ser a la Nada y la Nada al Ser —no pasa, sino que ha pasado. Pero asimismo es la Verdad no su no ser/estar distinguidos, sino que ellos no son lo mismo, que ellos son absolutamente diferentes, pero de este modo inseparados e inseparables y sin mediación, de modo inmediato, cada uno de ellos desaparece en su contrario. Su verdad es por tanto ese Movimiento del Desaparecer inmediato del uno en el otro: el Fieri, un Movimiento en el que ambos son diferentes, pero mediante una Distinción que asimismo se ha disuelto sin mediación”.

Hegel también rompe con los dualismos a los que la filosofía de Kant había llevado en su Crítica de la razón pura. Kant señala que a la razón le es inherente la contradicción, por eso para Kant es imposible la metafísica como ciencia. Pero, para Hegel, esa contradicción de la razón a la que había concluido Kant y que impedía entender la metafísica (Dios, alma y mundo) es lo que precisamente posibilita entender el devenir.

Para Hegel la verdad está en el devenir, pero si se le piensa con las categorías trascendentales kantianas nadie podrá entenderlo, porque va a tender a estatizar la realidad, que es siempre cambiante. Es entonces que es necesario un pensamiento distinto —la dialéctica— para pensar el devenir como unidad de opuestos. Hegel cambia así la noción de conocimiento a la que había llegado Kant.

Fuera de la filosofía occidental (europea) los especialistas piensan que aunque otros pueblos tienen un pensamiento hermoso y profundo, con preguntas existenciales, que pueden rayar hasta en una metafísica, sus planteamientos no pueden considerase filosóficos en sentido estricto, porque no están planteadas sus cuestionamientos de modo estrictamente racional y que mezclan con un pensamiento místico, mágico o religioso.

Miguel León Portilla comete un “sacrilegio” intelectual en ese sentido. Considera que los antiguos pueblos de Mesoamérica sí plantearon los mismos problemas que los filósofos europeos, claro, con otras categorías de pensamiento, como da cuenta en sus libros El pensamiento prehispánico y en La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes. Señala que la concepción de un tiempo cíclico de los antiguos mesoamericanos y la Leyenda de los Soles coincide con las antiguas convenciones de Heráclito en la que la realidad está sujeta a la destrucción, es decir, que todo se destruye, es contingente y efímero.

A decir de Portilla, esta reflexión empuja a pensar en la búsqueda de lo permanente que, en medio del cambio, de lo contingente y de lo efímero, algo tiene que permanecer. Esta preocupación hace que Quetzalcóatl plantee una serie de reflexiones que van a tener como motivo central una concepción muy particular acerca de un “dios” principal: Ometéotl.

“El principio supremo es Ometéotl, dios de la dualidad. Metafóricamente es concebido con un rostro masculino, Ometecuhtli, Señor de la dualidad, y con una fisonomía al mismo tiempo femenina, Omecihuatl, Señora de la dualidad. Él es también Tloque Nahuaque, que quiere decir el ‘Dueño de la cercanía y la proximidad’, el que en todas partes ejerce su acción, que es también Moyocoyatzin, el que se está inventando a sí mismo”, señala Portilla en El pensamiento prehispánico.

¿Qué expresa esa noción? Que Ometéotl es en sí mismo principio femenino y masculino, sujeto y objeto, agente y paciente. ¿Qué es lo que está detrás? Un pensamiento que apela al ciclo, al devenir. Ometéoltl es causa de sí mismo: se crea y en ese acto de creación recrea la realidad constantemente. Más allá de Ometéotl no hay nada, porque él es causa en sí mismo.

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