El arte de narrar en breve

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    Érase un hombre mayor que contrajo matrimonio con una joven mujer. Dormían en habitaciones distintas. Una noche la esposa escuchó ruidos en la casa. Fue corriendo a la habitación del marido. Se metió con él en la cama y dijo: ‘Hay un ladrón en la casa’. Dijo el hombre: ‘Ladrón, llévate cuanto quieras. Gracias a ti, mi mujer se ha metido conmigo en la cama’”.
    Este relato está contenido en un libro llamado Calila e Dimna, que fue traducido del persa al árabe y del árabe al castellano, en el siglo XIII, y que es un antecedente de los microcuentos actuales. Las Novelas ejemplares, de Miguel de Cervantes, fueron los primeros cuentos en castellano.
    Los cuentistas españoles, por su parte, deben mucho a la literatura latinoamericana, ya que les recordó que también podían escribir literatura fantástica. “Aquí, ustedes volvieron a recuperar una línea fantástica que había empezado en la Edad Media y que hoy los interesados pueden practicar. Fue en los años sesenta cuando los latinoamericanos introducen lo fantástico en el español contemporáneo”, señaló el cuentista y poeta español José María Merino, durante su intervención en el Encuentro Internacional de Cuentistas.
    “Un libro que a mí me interesó y en cierto modo me reconcilió con la fantástico fue la Antología de la literatura fantástica, de Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Ese libro mostraba que lo fantástico también puede ser respetable. Lo fantástico no estaba bien visto en el mundo en que yo vivía”.
    Aclaró que en la tradición española hay preciosos cuentos fantásticos. En el Libro de los ejemplos del conde Lucanor y de Patronio está la historia de “Don Illán y el Dean de Santiago”, al que Borges hace cuatro o cinco homenajes a lo largo de su vida. Lo que pasó fue que la tradición inquisitorial desconfiaba mucho de lo fantástico porque competía con lo sobrenatural.
    Merino considera al español como la mayor potencia en cuento del mundo. El cuento está vivo, lleno de posibilidades y muy versátil, gracias a la riqueza y dispersión de la lengua española y la multiplicidad de sus autores. Hay jóvenes escritores, tanto latinoamericanos como españoles que escriben cuentos.
    “Me siento heredero de una tradición que a veces olvidamos. La literatura es algo que hemos construido desde la cultura con la palabra escrita, pero la ficción nos pertenece como algo natural”, expresó.
    Para este autor no es el ser humano quien inventó la ficción, sino la ficción es la que inventó al ser humano. “El contemplar el mundo para tratar de explicarlo y ordenarlo a través de ficciones es lo que nos ha convertido en homo sapiens. Somos seres que interpretamos el mundo a través de ficciones para construir y ordenar estructuras simbólicas. El cuento nos pertenece naturalmente desde hace miles de años, mucho antes que la escritura”.

    Malas novelas y buenos cuentos
    Narrar es una habilidad que no se adquiere en la universidad. El cuentista aprende a narrar porque pasa su vida contando y oyendo las historias de los amigos, agregó el cuentista argentino Ricardo Piglia.
    “Esa trama que acompaña a toda nuestra vida es un aprendizaje extraordinario sobre lo que quiere decir el arte de narrar. Narrar no implica sólo estar interesado en contar una historia, sino encontrar el modo para que esa emoción que ocasiona pueda ser trasmitida a los demás”.
    Los cuentistas saben percibir cuando una historia está mal contada como efecto de la experiencia cotidiana de recibir historias y contarlas. “Para mí un ejemplo de algo mal contado son las narraciones sobre sueños. El que narra está muy interesado en contar el sueño. Le emociona hacerlo, pero no sabe trasmitir esa emoción. Entonces nos habla, por ejemplo, de la casa de la infancia que para él tiene una carga extraordinaria, pero para nosotros no significa nada. Entonces cada vez que me cuentan un sueño, trato de averiguar si estoy en éste, porque entonces me interesa inmediatamente”.
    Los cuentistas se diferencian de los novelistas en que están siempre preocupados por saber hasta dónde puede reducirse una historia para que siga siendo tal. En cambio los novelistas están preocupados por hasta dónde puede expandirse una historia. A veces se extienden mucho. “De manera que hay extraordinarios cuentos convertidos en pésimas novelas de doscientas páginas”.
    Una de las responsabilidades éticas que tienen los narradores es tratar de que las historias correspondan a la duración que merecen, concluyeron.

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