El arte de la atenuación

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Hace poco leía un artículo de pragmática en el que el lingüista español Antonio Briz plantea la necesidad de estudiar la atenuación conversacional, y la justifica, entre otros argumentos, con el caso de un grupo de empresarios españoles que fracasó en sus negociaciones en Chile porque no tenía claro cómo funcionaba la atenuación en aquel país. El dato es importante porque pone de relieve la importancia de la lingüística, pero también porque resalta un contraste geo y glotopolítico que algunos no esperarían entre dos países que hablan la misma lengua. 

Pero, ¿qué es la atenuación?, se preguntará el lector. La atenuación es conocida también como mitigación y se refiere a las múltiples estrategias lingüísticas y paralingüísticas (entonaciones, proximidades, gestos) con las que el hablante matiza su interacción verbal para llegar a un acuerdo con el oyente. La atenuación contempla formas de suavización del decir, las cuales están regidas por la cultura de la comunidad lingüística y por los contextos. Si bien a primera vista no nos percatemos, los individuos cotidianamente estamos en la búsqueda de acuerdos, o desacuerdos, según sea el caso.  Cuando saludamos, cuando felicitamos, cuando solicitamos, cuando hacemos cosas con palabras, nos regimos a través de un instinto cooperativo con el cual pretendemos obtener algo: aprobación, respeto, reconocimiento… y todo lo que de ahí se desprenda. Aunque esto último ya no es objeto de la lingüística, sino de otras ciencias.

Además, de acuerdo con el tipo de conversación cotidiana, la atenuación funciona en forma distinta.  Las conversaciones pueden ser básicamente transaccionales o interpersonales. En las transaccionales, el hablante tiene un objetivo claro y su relación con el interlocutor no implica necesariamente cercanía o conocimiento previo. En estas, el hablante solicita, ordena, pide, advierte, informa, entre muchas otras.

Mientras que en las conversaciones interpersonales, el hablante y el oyente, que cuentan con un conocimiento mutuo previo, o lo pretenden, interactúan verbalmente para intercambiar impresiones, información, reafirmarse, reconfortarse, etcétera. Sin embargo, en el mundo real de las conversaciones muchas veces mezclamos propósitos propios de lo transaccional con lo interpersonal, o viceversa. Por ello, aunque la atenuación, en principio, funcionaría más en las conversaciones interpersonales, también aparece en las conversaciones transaccionales.

Una clave para comprender la atenuación conversacional es el concepto de imagen, introducido por el sociólogo Erving Goffman, pero incorporado en la pragmática lingüística por Brown y Levinson. El concepto se relaciona también con otro objeto de análisis de la pragmática: la cortesía. El planteamiento esencial al respecto es que cortesía y atenuación se utilizan para no dañar la imagen del oyente ni la del hablante.

Los recursos lingüísticos para atenuar son numerosos. La alternativa verbal modal es una de ellas. Usar el condicional, por ejemplo, es una forma de atenuar: ¿Podría usted hacer la transferencia ya?, frente a ¿Puede usted hacer la transferencia ya? Y atenuamos léxicamente si sustituimos el adverbio “ya”: ¿Podría usted hacer la transferencia en cuanto tenga tiempo? Y, en un español mexicano, optimizamos más nuestra comunicación si agregamos a la atenuación, cortesía: ¿Podría usted hacer la transferencia en cuanto tenga tiempo? Le agradecería mucho. Con ello el hablante no daña la imagen del oyente porque se le está pidiendo que haga algo atenuada y cortésmente.

Conocer los matices de la atenuación y cortesía de una cultura podría, entonces, hacer que una negociación tenga éxito o no. Considere el caso opuesto que registra la sociolingüista Deborah Tannen, en su libro Género y discurso, quien plantea que, en el entorno norteamericano, la excesiva atenuación, con perífrasis verbales por ejemplo, causa desconfianza en el interlocutor. Situación que podemos documentar, con anécdotas diversas, quienes hemos trabajado en tal contexto.

El sentido común plantearía que una sociedad con mucha atenuación y cortesía habla de una sociedad muy solidaria. Sin embargo, desde un análisis pragmático, las tendencias actúan en sentido contrario: cuando usamos más atenuación y cortesía es porque es más débil la relación entre los hablantes; existe menor solidaridad entre ellos; tememos tanto dañar la imagen del otro que sobreatenuamos. El planteamiento tiene sentido y tal vez el mismo explicaría dos extremos que se dan en nuestra cultura: la remarcada atenuación y cortesía en relaciones transaccionales, donde no sería necesario porque las transacciones estarían dictadas por la institucionalidad; y, por otro lado,  las formas intensificadoras, incluso violentas, que se experimentan en el espacio público. No nos confundamos, entonces. La cortesía y atenuación no hablan de solidaridad social, sólo hablan de buenas maneras que se necesitan para lograr un acuerdo interaccional.

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