Eduardo Mejorada

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    Entre tintas: mi abuelo fue pintor y restaurador de arte sacro y mi padre tenía una imprenta, por lo que crecí oliendo tintas y haciendo dibujos entre múltiples papeles. Mi papá, recuerdo, era amigo de personajes como Alfonso de Lara Gallardo, así que siempre nos inculcó la onda de la pintura.
    En la mira: cuando murió mi papá, yo tenía 13 años. Mi mamá quedó con la responsabilidad de sacarnos adelante. Ella deseaba que todos estudiáramos una carrera, pero yo siempre tuve la idea de hacerme pintor.
    Kraeppelin, el maestro: un día, alrededor de los 16 años, toqué a las puertas de mi vecino, Juan Kraeppelin, para que me enseñara a pintar. Le dije que quería que fuera mi maestro y me enseñara lo que sabía. Fueron mis primeras clases formales. Por supuesto que lo hacía de manera clandestina, para que mi mamá no se enterara.
    Difícil comienzo: empecé con la figura humana, pero me llamaba más la atención la corriente catalana. Me fui formando por ese rumbo. Seguí pintando y conociendo a más cuates, hasta que de plano dejé de estudiar la preparatoria y me dediqué de lleno a la pintura.
    El aburrimiento creativo: tomé en 1996 un curso en el Cabañas, pero no me gustó. Traía la idea de la experimentación y ahí solo daban clases de dibujo, con la onda de retratar manzanas y cosas así. Traía mis propias inquietudes. Mejor decidí dejar las clases.
    El primer premio: en el Cabañas vi una convocatoria para participar en el primer Encuentro estatal de arte joven, en el Foro de Arte y Cultura. Preparé mis cuadros y… ándale que tuve la suerte que me dieran el primer lugar. Ese concurso me abrió las puertas, porque enseguida realicé mi primera exposición en el centro cultural de Chapalita. Luego me invitaron al Foro de Arte y Cultura y de ahí siguieron otras exposiciones colectivas e individuales, como la del exconvento del Carmen, en el 2000.
    El proceso: el hecho de comenzar a exhibir en sitios importantes –para esas fechas ya había participado como en 25 exposiciones– me indicaba que iba por buen camino. Entonces yo trabajaba sobre papel y todavía no me desprendía por completo de la figura. Luego, con el tiempo, fui depurando la obra hasta lograr algo más concreto.
    La madurez: me invitaron para que tuviera una exhibición individual en la Alianza Francesa, con el título Tierra extraña. En esa etapa mi obra era más madura en cuanto a lo que yo quería. Mis piezas ya carecían de forma: eran bloques monocromáticos muy simples, con cualquier esgrafiado. Ya estaba encontrando el camino que quería.
    La beca a París: resulta que durante esa exposición se presentó un diplomático de la embajada francesa y le gustó mi obra. Me visitó luego en el estudio que compartía en las Nueve esquinas con otros compañeros. Vio más trabajos míos y me otorgó una beca para hacer un proyecto en París por cuatro meses. Estuve allá en 2003, auspiciado por la fundación Ciudad internacional de las artes, y monté una muestra con mis cuadros, en los que incluí elementos figurativos.
    El Atanasio Monroy: antes de viajar a París, mi esposa insistió que metiera una de mis piezas al concurso. Por fin me decidí unos pocos días antes de cerrar la convocatoria y… ándale que estando allá me entero que gané el primer lugar, en la categoría de pintores avanzados.
    Difícil la venta: ahora produzco bastante. Preparo una muestra de 100 cuadros para fines de este mes en el Laice (Laboratorio de arte integral). Puedo decir que la vida me ha dado la oportunidad de dedicar mi tiempo completo a la pintura. Ahora doy clases en el Cabañas y tengo algunos clientes que me buscan para comprar mi obra. Está difícil la venta. A veces se pone difícil, pero ahí vamos saliendo.

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