Ecocidio sustentable

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Entre las olas del pujante presente, los vaivenes discrecionales de opiniones no tienen límites porque nos hace falta humildad y sentido autocrítico. Entonces, nuestra rigidez diagnóstica tanto de los ilustrísimos expertos como de algunos representantes oficiales nos bloquea el entendimiento y sentido autocrítico en detrimento de quienes dependen económicamente de tales medios.

Claro, nos interesa de sobremanera referirnos a las cíclicas y disimuladas apariciones y reapariciones de peces muertos en diferentes embalses lacustres. De todos es conocido el último caso de Cajititlán donde se recolectaron más de 250 toneladas de la especie denominada “popochas”. Nadie sabe nadie supo. Mientras los pecadores ya no tienen qué pescar, su futuro productivo es por demás incierto. Aunque se dice que serán indemnizados, el impacto antropogénico ya es imposible de quitarse de encima.

Mientras tanto, los intermediarios designados no acaban de ponerse de acuerdo en el misterioso origen del citado problema. Las especulaciones referidas van desde lo más inocente al decir que lo sucedido pasa periódicamente y no hay por qué alarmarse, hasta considerar que las vinazas vertidas intencionalmente en el embalse por una productora de tequila que, afortunadamente, ya fue clausurada, no tienes tales consecuencias. Pero todavía quedan las múltiples descargas de aguas residuales que cotidianamente son vertidas a la Laguna de Cajititlán. Es un buen pretexto para echar culpas del ecocidio agobiante.

Entonces, todos somos culpables porque todos contribuimos más o menos, directa o indirectamente, al origen del daño descrito. Sin embargo, tienen particular implicación las mismas plantas potabilizadoras que, de eso, tienen muy poco. Su propio diseño operativo se limita normalmente a la eliminación de la materia orgánica y, de paso, permiten la circulación invisible de otros metales pesados que son reconocidos ampliamente por su efecto dañino en la salud humana. Basta mencionar solamente dos casos: el cromo y el mercurio.

Nuestro país tiene una gran capacidad tecnológica que, si fueran otras las intenciones, ya tendríamos en operación regular a lo largo y ancho del territorio nacional nuestras modernísimas plantas potabilizadoras capaces de depurar tanto la materia orgánica como los metales pesados. Así, dejaríamos de aparentar nuestras buenas intenciones al aportar soluciones parciales que solamente cubren las apariencias.

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