Del infierno a la inmortalidad

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    Hacía largos años que no me asomaba a la obra de Milan Kundera. Una reciente noticia, difundida ampliamente por todo el mundo, ha logrado que una tarde vacacional me hundiera en mi desordenada biblioteca para buscar algunas de sus obras que, durante un tiempo, fueron libros de cabecera.
    Volver a sus libros esenciales me llevarón a una posible meditación que, al menos para mí, es fundamental. El entusiasmo sentido por La broma (1967), La vida está en otra parte (1973) y El libro de la risa y el olvido (1978) —aunque no los releí completos, sino en fragmentos— ya no fue el mismo. ¿Fallaba yo como lector o el propio Kundera como escritor?—, me pregunté. Luego recordé un maravilloso ensayo escrito por él (que en México sirve como introducción a El proceso, de Kafka, en la editorial Porrúa) y mi perspectiva se modificó sustancialmente.
    El hecho me llevó a otra reflexión más extensa, que ahora comparto.

    Ser desde el otro
    En realidad el mejor Kundera, al menos para mí, no está en sus novelas, sino cuando habla de la vida y la obra de aquellos que admira y siente parte de su propia existencia; de aquellos en los cuales, a lo largo del tiempo, ha depositado su propio espíritu.
    Los nombres de Hermann Broch, Robert Musil, Witold Gombrowicz y Franz Kafka, son claves. De allí que una buena lectura de las obras de Milan Kundera debe estar antecedida de las novelas de estos escritores. O quizá puede ser de otra manera: es de rigor, después de leer al checo, ir hacia los trabajos de estos autores que son, todos lo saben, sus maestros. Cuando en 1987 la editorial Vuelta publicó El arte de la novela, quienes leímos ese no tratado sino reflexión sobre el arte de novelar, lo atisbamos y fue, entonces, obligatorio ir tras de los mejores libros de sus mentores para poder entender mejor su labor y sus opiniones políticas.
    En 1979 Milan Kundera sostuvo en la Universidad Autónoma de México una conferencia sobre Kafka que hoy resulta muy enriquecedora para volver a encontrar el sabor de la narrativa kunderiana, pues lo que hace el autor de La insoportable levedad del ser, al hablar de Kafka, es —desde mi punto de vista, claro— dialogar consigo mismo sobre su circunstancia personal a través del otro.
    La noticia de que pronto parte de su obra será editada en Francia, generó un positivo revuelo en todo el mundo, algo que a muchos ha llevado a releer su trabajo y —como en mi caso a acudir sus mejores páginas— y escribir rápidas notas en todo el mundo. La novedad es relevante, pues Gallimard, en su mítica colección de la Pléiade, que nunca había publicado obra de autores vivos —Kundera tiene ahora 81 años—, lo incluirá en su acervo, logrando, de algún modo, llevar al narrador checo del infierno de Praga hacia la “inmortalidad” terrena.
    Pero volver a su obra narrativa no ha sido sencillo, desde mi experiencia; no obstante, he buscado la manera de volver a su tono, a su aliento, a su momento y circunstancia con la lectura de algunos de sus textos reflexivos. He podido volver a sus historias volcándome a su lectura de Kafka, un artilugio que me ha dispuesto una mejor manera de entenderlo, ahora que la historia del mundo es otra y yo —como lector— soy otro también.
    No cabe duda que nuestra disposición como lectores se modifica con el tiempo. Ayer fui otro. Hoy seré nuevo. Y leer y releer son asuntos distintos. Nos mueven objetivos diferentes al que fuimos y al que creemos ser hoy. Con todo, la reconciliación con las novelas de Kundera, que hace unos días no era posible, ha vuelto gracias a la lectura de un texto marginal. Y por ello notable. De manera indirecta un texto reflexivo y acaso signado por la historia, me ha devuelto el gozo de la lectura de obras que hace quince años movieron mi historia personal. ¿Podría ser que el dueño de la magia sea en realidad Kafka? ¿O será que se debe visitar de nuevo a Kafka, Broch, Gombrowicz, Musil y a Kundera bajo la visión de que lee a una estirpe de condenados que arden en el infierno de su inmortalidad?

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