Comala despliega una sombra

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Justo a la mitad de la novela Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo, todos los lectores se dan cuenta, no sin temor, que todos los personajes están muertos; ya recuperados y con el sofoco y las palpitaciones del corazón, vuelven con cierto resquemor a la lectura, para descubrir que es un diálogo de muertos en el infierno que es Comala, luego entonces saben que la lectura no es lectura con la vista, si no desde los oídos, y entonces saben que la novela —breve en páginas— es infinita y que tendrán toda la vida para volver a ella y encontrar lo no visto en alguna de sus lecturas. Pedro Páramo es, en definitiva, un poema largo, donde la Historia y las historias de los personajes se entrecruzan en los caminos, las casas y el viento. Rulfo abre su mundo —sus mundos— con una serie de cuentos reunidos en El llano en llamas (1953), donde narra las tragedias de sus personajes que viven en el Sur de Jalisco, lugar de los encuentros, porque si bien es cierto que a Rulfo se lo disputan, como a Homero el de la Ilíada, tres poblaciones: Sayula, Apulco y San Gabriel, lo que en todo caso encuentra el lector son historias que ocurren en el tiempo sin tiempo y sin espacio de ese Sur que lo vio nacer en 1917. Donde quiera que haya nacido, lo cierto es que a Rulfo solamente lo encontramos en Comala, un lugar imposible y a la vez concreto: el poblado, la aldea es el infierno, y ese espacio es mítico, como lo es la vida y obra de Juan Rulfo, de quien este 16 de mayo se cumple su primer centenario.

 

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