Bouchard interroga las fatalidades

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El camino que Michel Marc Bouchard ha recorrido como dramaturgo y como persona está marcado por el riesgo. Hijo de la llamada Revolución Tranquila, uno de los movimientos más interesantes del continente que, en su Québec natal, echó por la borda a la religión católica, Bouchard, en los alocados años sesenta, se unió a la construcción de la identidad nacional quebequense y de la propia, como homosexual. El camino de los pasos peligrosos pertenece claramente al universo de Bouchard, ya manifiesto en obras como Los endebles y Tom en la granja, entre otras, que evidencian a la familia como una ridícula sociedad cuya arbitrariedad en el establecimiento de los vínculos emocionales lleva indefectiblemente a la explosión psicológica de sus personajes, en un contexto cultural claramente prejuicioso y disfuncional. 

En El camino de los pasos peligrosos el lado combativo de Bouchard aparece en varios niveles. El encuentro entre tres hermanos, con motivo de la boda del más joven, los lleva a un recorrido temporal de gran tensión, a través del universo de recuerdos compartidos, en los que el padre muerto ocupa un lugar privilegiado.

El interés del actor Andrés David por llevar a escena esta obra llegó a buen puerto con su estreno en el Teatro Experimental. Acompañado por los actores Mauricio Cedeño y Gabriel Álvarez, y bajo la dirección de Luis Manuel Aguilar “Mosco”, esta célula fundamental propone, junto a otros creativos, una versión honda y misteriosa.

De nueva cuenta el Teatro Experimental renuncia a su diseño y aforo para presentar una obra que coloca a los actores y a la audiencia sobre el escenario. Al centro se ubica una plataforma de agudas inclinaciones en la que los tres actores se mueven. Esta apuesta escenográfica, ,diseñada también por el “Mosco”, subraya la tensión que hay entre Carlos, Ambrosio y Víctor, los tres hermanos siempre al filo del abismo, sobreviviendo a las repetidas caídas y a la reiterada violencia de su convivencia filial. Sin embargo, lo que resulta un acierto en el propósito de mover el centro de gravedad de los personajes a partir del esfuerzo y destrezas físicas de los actores, puede resultar incómodo para quienes en ambos lados del entarimado observamos, desde abajo, siempre con la cabeza en alto, el ir y venir de los actores tal como se vería un partido de tenis aéreo.

Bouchard interroga las fatalidades que se siguen manifestando en la intimidad de nuestras familias, en el infierno social de las comunidades rurales, así como en el ambiente rancio de los intelectuales y las mentes progresistas urbanas. Ambrosio, interpretado por Andrés David, es un sobreviviente de estos universos, es el único de los hermanos que ha conocido mundos distintos al de aquel bosque en el que crecieron juntos; por ello también es el personaje más complejo, además de ser abiertamente homosexual. Sin embargo, algo pasa con Andrés David que no consigue comunicar toda esta complejidad, da la impresión de que su preocupación por marcar distancia frente a los personajes “pueblerinos”, que son Carlos y Víctor, lo lleva a impostar una actitud aburguesada que se siente falsa, no desde el personaje, que sin duda posee máscaras, sino desde la muleta actoral. Quizá haya que preocuparse menos por  el merchant art y más por el hombre profundamente herido por su historia familiar y amorosa.  Por otro lado, Mauricio Cedeño, como Víctor, nuevamente logra conectarnos con la profundidad de la historia. Su presencia es misteriosa y dispara tensión a la cuerda de violín de la trama que, gracias a su trabajo, terminará por reventar con dolorosa estridencia. Gabriel Álvarez como Carlos está del otro lado de Víctor, normalizando el tono que siempre nos hace dudar de todo. Álvarez hace una extraordinaria actuación moviéndose con tal soltura y transparencia que sólo pensamos en el pobre Carlos y nuestro pequeño mundo provinciano.

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