Ya es cotidiano que en las inmediaciones del edificio de la Rectoría de la Universidad de Guadalajara y también a lo largo de las avenidas Juárez y Vallarta, y la plaza del templo Expiatorio, ocurran asaltos a punta de cuchillos, a punta de pistolas y, también, en la velocidad de una motocicleta. La noche del pasado viernes, en la calle Escorza donde se encontraban una serie de autobuses que llevaría a la multitud de viaje a no sabría decir a donde, yo esperaba mi taxi de agencia y le daba mi ubicación. En seguida, veo muy cerca de mí a un jovencito de no más de 16 años que estiró el brazo y abrió su garra para intentar quitarme el celular, pero la fortuna me ayudó y también mis reflejos: lo bajé a tiempo de su alcance y no logró su cometido. En seguida huyó a toda velocidad.
Ya parece que a todos nos resulta cotidiano que los asaltos se den en esta zona. Y lo digo porque en mi caso fue la segunda ocasión que los moto-ratones intentan robar mi celular. Y a amigos que no han tenido suerte, no hace mucho, lo despojaron a punta de un arma de fuego la billetera, su celular y su iPad; hace menos tiempo a otro amigo en el cruce de una cuadra delante de Enrique Díaz de León, y que había salido del estacionamiento en la calle Escorza, un ladrón de a pie iba a sacar un arma para asaltarlo, pero gracias a que mi amigo aceleró a toda prisa no ocurrió. La zona del Edificio de Rectoría, del Museo de las Artes y la plaza del templo Expiatorio, después de las 7 de la noche es un nido de ladrones dispuestos a todo y creo que las autoridades ya deben poner atención a los hechos, pues de no hacerlo, Dios no lo quiera, en verdad podría suceder algo peor que un susto. Ojalá se atienda el llamado.