Al ritmo de las emociones

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El amor, que es la más extraña, la más extrema forma de morir; la más peligrosa y temida forma de vivir el morir.

Agustín Yáñez

Con las palabras de este epígrafe cierra Agustín Yáñez el Acto preparatorio de  Al filo del Agua,  novela publicada en 1947, que lo colocó en la vanguardia de la literatura mexicana y latinoamericana, y que este año cumple setenta años de haber aparecido. Al filo del agua es una polifonía vibrante en la que Yáñez expone el oscurantismo del alma mexicana de principios del siglo XX, que se resiste a incorporar las tendencias de la modernidad. Aunque la novela suele ser analizada como una obra en la que se recrea la vida rural del Occidente de México —particularmente de Yahualica—, en realidad, se trata de un texto en el que es posible rastrear mucho del espíritu conservador y atávico que aún se respira en algunos grupos rurales y urbanos de nuestra región.

El mérito innovador en las letras hispanoamericanas de esta obra está en el haber incorporado técnicas narrativas como el flujo de conciencia que funciona con monólogos interiores y con discurso indirecto libre. Esto quiere decir que el autor construye a sus personajes  de tal manera que exponen pensamientos —o girones de pensamiento— al ritmo de sus emociones. Esta estética provoca que el lector tenga la impresión de participar de la intimidad del personaje de una manera muy cercana. La estrategia fue completamente innovadora porque toda la narrativa mexicana precedente puede ser enmarcada en un realismo social descriptivo a veces con tintes románticos, otras veces analítico, pero sin penetrar nunca en las profundidades del alma de los personajes. 

En Al filo del agua, Yáñez logró lo que había intentado, aunque sin éxito, en 1925: ahondar en el misterio del fervor amoroso, comprender los arrebatos místicos en el contexto de la religión y, en suma, desvelar el laberinto que se teje entre el erotismo y la prohibición del mismo a través de las creencias religiosas. Lo había intentado en un librito titulado Llama de amor vivo, que gozó del padrinazgo de nuestro controvertido y singular poeta Alfredo R. Plascencia. La impronta profana y apostata del sacerdote de Jalostotitlán se destila en la presentación que hace el propio Yáñez, según él, extraída de un “Discurso acerca del apostolado del arte” y que cierra así: “Jesucristo en la Eucaristía es generoso Alimento, Ideal perfectísimo, Lumbre y Fortaleza perennes, Belleza suprema que arroba y comunica la sublime locura de la Cruz”. 

Tanto Llama de amor vivo  como la novela corta Ceguera roja fueron retirados de la circulación por el mismo Agustín Yáñez, según se deduce de distintos indicios. En su bibliografía no suelen aparecer y cuando fue entrevistado por Emmanuel Carballo simplemente no mencionó estos libros como los primeros de su carrera. Sumado a ello, existe el antecedente de que, en tiempos recientes, se ha hecho una reimpresión de ambas obras que han circulado en el bazar de fines de semana de la Avenida México. La reimpresión1, sin sello editorial, cuenta con una presentación de Ramón Álvarez Rodríguez quien confirma la leyenda de que Agustín Yáñez quemó todos los ejemplares de estos libros y, para sumar misterio, se reserva el nombre de quien le permitió los ejemplares originales para reproducirlos. El porqué de este misterioso contexto se remite al contenido de los libros, aunque no puedo explicarlo aquí, por cuestiones de espacio. Pero sé que lo haré en cuanto tenga la oportunidad.

Sin embargo, el ensayo literario que significó Llama de amor vivo, es magistralmente superado en sus  personajes de Al filo del agua.  Con un lenguaje equilibrado y profundamente conocedor de los laberintos del alma occidental mexicana, Yáñez hace historia en nuestras letras. El personaje Timoteo Limón, arde por su impulso uxoricida y por el deseo delirante que siente hacia otras mujeres en el insomnio que precede a los ejercicios espirituales. La joven Merceditas está imposibilitada de aceptar a un pretendiente porque el deseo y el amor son vicios perniciosos para cualquier mujer decente. Luis Gonzaga es incapaz de aceptar su atracción hacia Victoria, la tapatía, la forastera que inquieta al pueblo entero. Igual pasa con Micaela estigmatizada por su arreglo femenino y enredada entre los versátiles hilos de su impulso amoroso. Los personajes de Al filo del agua evitan tender junta la ropa de hombres y mujeres, evitan saludarse en la calle,  viven sedientos y complicados por el amor. No son libres. Sólo María se salva, la joven que se une a la revolución y que en otra novela de Yáñez La creación (1959) será la mujer libre que logra triunfar profesional, pero no amorosamente, en la Ciudad de México.

Toda la literatura mexicana clásica del siglo XX, posterior a Al filo del agua (1947), le debe mucho a esta obra. La claridad de los escondrijos más caprichosos del alma mexicana y la incorporación de un lenguaje fluido que hace eco de nuestra cultura con refinadas técnicas narrativas son un hito en la historia de la literatura mexicana. Si se le difunde y celebra menos que otras piezas literarias, muy probablemente es porque fue escrita  por un secretario de educación y por un gobernador. Por ahora, no encuentro otra razón.

Mesa pública

“Vida y obra de Agustín Yáñez”. 3 de febrero. 10: 00 a 12:00 horas. Auditorio Adalberto Navarro del CUCSH

(Calle Guanajuato 1045)

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