A sol y sombras

    926

    Una tarde trepé a un alto árbol y, desde allí pude ver por vez primera a los toros de lidia en una plaza de pueblo. Vi a los toros, miré a la gente aplaudir. Eché un vistazo de lejos —yo era apenas un niño—, al rejoneador Gastón Santos, todo luces y guapura y soberbia y pericia en uno de los actos más antiguos de la tauromaquia. Miré y escuché. La plaza de toros era un ardor, pero en el fondo era también un enorme silencio alumbrado por el radiante sol de aquella tarde. Escuché el célebre grito de los aficionados: ese grito nunca lo he podido olvidar. Tampoco he olvidado la muerte del toro que salió a rastras, logrando una línea amplia en la polvorienta tierra. Acudí a mirar, como todo niño que apenas despierta a la vida, a la muerte. ¿Olí la sangre? ¿Vi el destazadero? Me deslumbraron los caminos que se unen en una misma línea de tiempo: la vida, la muerte y la fiesta… Esas líneas de sombras las vuelvo a recordar ahora, ante la plaza semivacía, donde el sol es la ordenanza más importante. Ha ordenado la mirada de José María (¿hay un nombre más religioso que este nombre?), quien entre luces y sombras nos descubre lo que somos: el deslumbramiento ante el toro que deja caer a plomo su sombra sobre la tierra. Su caprichoso cuerpo es una alucinación ante los ojos. ¿Qué hubiera preferido Picasso: la sombra del torero o la luz de su traje que deslumbra los ojos? ¿Cuál escena sería la ideal para dejarle a Hemingway para un capítulo de sus novelas? ¿Esa donde el toro inclina la cabeza para dar la estocada al capote? El toro imprime su fuerza y el torero en una línea recta apenas lo percibe y lo espera. Quizás en Altamira se hubieran guardado las piernas y las patas y las sombras de los combatientes para dibujarlas con la mayor simplicidad de la vida.
    Hay en las imágenes de José María, el antiguo clasicismo de las pinturas rupestres y la acción de la novela Sangre y arena, de Vicente Blasco Ibáñez, y mucho de los poemas de García Lorca y de aquel bello texto que Rafael Alberti le escribió a Luis Miguel Dominguín, en Venezuela:

    Vuelvo a los toros por ti,
    yo, Rafael.
    Por ti, al ruedo
    ¡Ay con más años que miedo!
    Luis Miguel.
    ¡Oh, gran torero de España!,
    ¡Qué cartel!
    qué imposible y gran corrida,
    la más grande de tu vida,
    te propongo, Luis Miguel.
    tú, el único matador,
    rosa picassiano y oro;
    Pablo Ruiz Picasso, el toro,
    y yo, el picador.

    Artículo anteriorAna García Bergua
    Artículo siguienteSin fincar responsabilidad