Vendo libros ¿quién los quiere comprar?

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A principios de noviembre pasado, el Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, mientras recibía el XVII Premio Antonio Sancha por parte de la Asociación de Editores de Madrid, decidió echarle sal a una herida que hace tiempo se ha estado abriendo con el avance de las nuevas plataformas para la difusión literaria. Se ha apostado por lo digital como una vía de mayor divulgación de la lectura por el creciente acceso a internet y el consumo de los dispositivos electrónicos para su soporte, lo que a la vez —ya lo han comentado tantos— pone en jaque al rey de la industria del libro físico, la que, aunque no en su totalidad, ha buscado llevar a los clientes algo más que un archivo almacenable, para ofrecer un objeto de arte tangible y corpóreo.

La sal regada por Vargas Llosa no parece tener el propósito de herir más, pero tal vez sí para cicatrizar, para reconstruir la partida, y así enuncia la jugada: “Sin papel los libros serán más superfluos, más banales e incluso más frívolos de lo que han sido hasta ahora”.

El asunto ya traía cuerda desde un mes antes, cuando Jürgen Boss, el director de la Feria del Libro de Frankfurt, dijo en su inauguración que Amazon y Apple son oligopolios que quieren concentrar en sus manos el valor de todos los ámbitos culturales, y en especial el de los libros: “Los estándares técnicos —desde sistemas de pago a algoritmos de búsqueda— influyen en lo que leemos y cómo y en las cosas que sabemos. Controlan nuestro acceso a los bienes culturales. Apple, Amazon y similares son máquinas de retener clientes, que dominan no sólo el comercio electrónico, sino hasta los dispositivos finales”.

Bajo ese clima inicia la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2013, en la que dedicarán un área especial para el libro electrónico y habrá charlas sobre las actualidades de esta tendencia, en donde ya no sólo está involucrado el interés de lectores o empresarios editoriales, sino también de autores que quieren deslindarse de los márgenes de la industria que decide qué y qué no publicar.

Una fiesta de libros y la preocupación de si el texto vendrá en papel o en artilugios digitales, parecen estar de más en un México en el que al menos en las estadísticas es evidente el poco interés por la lectura. La Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem), el pasado 12 de noviembre, Día nacional del libro, dijo que se leen y venden pocos libros, eso sí, mediante unas estadísticas no actualizadas que datan de 2011 —quizá porque piensan que nadie las leerá.

Pero ya antes se había referido a ello, pues en una nota del diario La Jornada, de noviembre de 2012, el entonces presidente de la Caniem, Victórico Albores Santiago, declaró que “no estamos en crisis, pero sí estacionados. No crecemos, tenemos problemas”.

Cuando vuelvan a hacer un estudio, quizá lo que encuentren guste menos que aquello. De acuerdo a esos viejos datos, si había un aumento en los ingresos, se debía más que nada al incremento en los precios de los libros. En esas 20 páginas de los Indicadores del sector editorial privado en México 2011, se habla de una pérdida de casi 10 por ciento anual en la cantidad de ejemplares producidos respecto al año anterior. Más de 293 millones de libros fueron hechos en 2011, de los cuales arriba de 131 millones pertenecen al sector privado y los más de 161 millones restantes al sector público, es decir, al gobierno, y que en mayor medida, un 79 por ciento, fue destinado al libro de texto gratuito de las primarias. Luego, de los más de 26 mil títulos publicados en 2011, sólo 29 por ciento fueron novedades, lo que representa una reducción del 13 por ciento en esa área. Y de éstos la literatura en general tiene poco más de 5 por ciento, además de la infantil y juvenil, con alrededor de 10 por ciento.

En cuanto a los libros digitales, que en 2011 fueron editados por primera vez por la Caniem —y de lo que su anterior presidente decía esperanzadamente que “las cosas van a fluir más rápidamente: Amazon, Google y Apple ya están promoviéndose con la industria editorial”—, únicamente se produjeron mil 709 ejemplares, de los que se vendieron 887 títulos, con un total de más de 86 mil copias, y de las cuales la mayoría pertenecían a libros técnicos o profesionales de ingeniería, administración y contabilidad.

Entrevistado sobre ello, el escritor tapatío Antonio Ortuño advierte precisamente que la discusión se ha orientado en saber si se leerá en papel o en dispositivos electrónicos, “cuando en México el problema no son las plataformas, sino el modelo educativo, con el deterioro de la educación pública, muy marcado a partir de los años ochenta, y con el hecho de que buena parte de la educación privada del país es de miras cortas”, lo que en conjunto se ha convertido en hacer “fábricas de obreros y gerentes, y no en espacios para la reflexión, la discusión y el aprendizaje, que debería ser el fundamento de las escuelas en general”. Así que “mientras esa dinámica no se rompa, es difícil que padres ignorantes tengan hijos educados”.

En este contexto cultural y social, “estamos casi todos condenados a la ignorancia por inercia, y resulta complicado darle la vuelta a las costumbres arraigadas de no leer”. En gran cantidad de hogares “tienen varias televisiones, pero ningún libro”, y aunque muchos se quejan de que los libros son caros, “las ciudades están llenas de librerías de viejo. Todo mundo tiene un celular, y cuesta más que varios libros. Parecen caros porque no se quieren consumir”. “Ahí es donde está roto el conocimiento”, dice Ortuño, porque “el hecho es que hacemos poco para interesarles o para acercarnos a los millones de personas a las que la literatura les vale madre, porque ni siquiera saben lo qué es”, y porque en su mayoría “tienen preocupaciones más importantes, como comer y sobrevivir”.

En un país de pobres, decir que las nuevas tecnologías facilitarán la proyección del libro, es una afirmación dudosa, porque pocos tienen acceso a internet o a los adminículos para la lectura digital. Ante esto, Ortuño dice que “los profetas del mundo digital ya abandonaron los primeros kindles o ipads, porque van en la cuarta o quinta generación. De verdad veo cómo se abre un abismo absoluto entre ellos y la personas promedio en México”, además de que muchos de los que tienen estos aparatos hacen todo, menos leer en ellos.

Con todo, Ortuño cree que el libro se encamina hacia lo electrónico, sobre todo en lecturas que tienen que ver con datos o informes, por su comodidad de almacenamiento, pero sin dejar de coexistir con el papel, porque también lo impreso cumple “una función no sólo informativa, sino estética y placentera”, aunque “la decisión no la tomaremos nosotros, pero sí los mercados”, y posiblemente se deje al libro físico como “un artículo de semilujo, como los viniles, para que los toquen los hipsters en las fiestas”.

Finalmente apunta que lo esencial del libro no es el papel, como no lo fue el papiro o la piedra, y sólo se trata de una nueva plataforma a la que hay que adaptarse.

Ana García Bergua, ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz este año —también entrevistada para el caso—, cree que el libro “se ha transformado cada vez más en una mercancía, más que en un vehículo de comunicación, conocimiento o expresión artística”, pero habrá que esperar a ver a dónde llega, porque no desaparecerá: “Simplemente hallará otras maneras de intercambio”.

Afirma que el libro electrónico podría ser de provecho “si hubiera lectores”. Se siente decepcionada de saber que aun con títulos universitarios, parte de la población no tiene o está perdiendo la necesidad de leer, fenómeno tal vez atribuible a que se haya minimizado la utilidad de las humanidades en la educación preparatoria, o a que la sobreinformación de internet haga “que el conocimiento se disperse”.

Sin embargo, la preocupación por el futuro del libro y su comercialización continúa, y sobre todo visto desde Latinoamérica, por la potencialidad concedida a su mercado en español para digitalizarlo, como lo hicieron notar en el VI Congreso internacional de la lengua, realizado en Panamá en octubre pasado, y en el que hablaron de las ventajas de Yahoo, Amazon, Google y Apple frente a los consorcios tradicionales de edición.

El vicepresidente del Grupo Planeta, José Creuheras Margenat, dijo que las grandes empresas editoriales facturaron 25 mil millones de euros, que son nada frente a los 160 mil millones de los señores del internet.

De acuerdo al presidente del grupo Prisa, Juan Luis Cebrián, los canales de distribución en Latinoamérica son caros para las empresas tradicionales, pues dependen de un gran volumen, y dice que ahí es cuando los amos de lo digital apuestan, pues “tratan de acometer el mercado global del libro en todos los idiomas”.

Creuheras Margenat termina por remachar el cajón. Asegura que “estamos asistiendo a una lucha de estos grupos para romper el esquema del precio fijo del libro, y de paso un ecosistema, para monopolizar la comercialización y convertir el contenido en una materia prima, desposeyéndolo de valor añadido e intentando convencer a los usuarios que lo que aporta valor real es el soporte, donde ellos obtienen grandes márgenes”.

Sólo queda por mencionar las palabras de Naief Yehya, en su libro Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y de guerra: “Si la política de una nación es regida por una obsesión tecnológica, el hombre se torna un mero operario ignorante, incapaz de entender el funcionamiento y riesgos de las tecnologías que lo rodean, un ser maravillado por el culto de la alta tecnología y los prodigios que ésta promete, pero sometido a voluntades guiadas por criterios corporativos y autoritarios”.

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