Vecindades la vida a escala

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Paredes resquebrajadas y mal pintadas, lazos que atraviesan los pasillos con ropa tendida, patios con estufas o algún mueble que no cabe en el cuarto de cuatro metros por seis, sin ventanas, carente de luz y ventilación. El olor es fétido al aproximarse a los retretes; y apesta requemado a la hora de la comida. Esto es el común denominador en la mayoría de las vecindades de la ciudad. Un lugar que los especialistas describen como “subgénero de vivienda”.
“Definimos a las vecindades como los terrenos horizontales donde tienen una sola entrada y servicios comunales. Solamente tienen cuartos, un patio común, baños en común y lavaderos en común”. Explica la investigadora Mariana Valle Barbosa, perteneciente al cuerpo académico de Ciencias Sociales y de la Salud de la Universidad de Guadalajara (UdeG), quien junto con el doctor en salud pública Armando Muñoz de la Torre y la psicóloga María Elena Flores Villavicencio, se dio a la tarea de investigar sobre esas viviendas comunales.
Desde principios de siglo XX, las vecindades en Guadalajara han sido objeto de investigación, debido a las carencias que ahí se viven y a las dañinas consecuencias que traen a la salud pública.
Los habitantes de esta especie de viviendas son por lo general personas de escasos recursos. Tener los servicios compartidos aminora en una pequeña parte los gastos, pero en muchos casos, debido a estos servicios y espacios compartidos, no hay un acuerdo entre los habitantes para distribuirse el trabajo y mantener sus espacios comunes aseados y en buenas condiciones. “Los baños siempre están sucios, porque como todos los usan, nadie los quiere lavar”, asegura la maestra Valle Barbosa.
La renta mensual de un cuarto de vecindad varía dependiendo la zona y el tamaño de la habitación, pero los investigadores calculan que oscila entre los 800 y dos mil pesos, aunque a largo plazo resulta más caro, debido al riesgo que implica habitar estos espacios.
Al respecto, continúa explicando la maestra, “los principales problemas que presentan estas personas son respiratorios, porque hay mucho polvo por la mala ventilación y el mal estado de las paredes. Algunos pisos están desnivelados, pareciera que son de desperdicios que se encuentran, y esto en las personas mayores puede provocar una caída. Hay algunas con techo de lámina, en tiempo de lluvia hay goteras y hace que se acumule humedad. Y también el hacinamiento te genera un estrés… las vecindades no son apropiadas para vivir, no se les da mantenimiento”.
Otra de las conclusiones que las investigaciones arrojaron es que un gran número de estas vecindades ha desaparecido. “Estaba una en la calle Industria y Mariano Jiménez, que ahora está convertida en estacionamiento. Había otra en Federación y Juan Díaz Covarrubias, pero también ya la tumbaron, o se cayó. Las vecindades son fincas muy viejas”.
No se tiene un dato preciso sobre cuándo aparecieron en Guadalajara este tipo de viviendas, pero se tiene el antecedente de que en 1908 eran muy comunes. El doctor Miguel Galindo realizó en ese año la primera investigación al respecto, y concluyó que debido al pequeño espacio que ocupan sus habitantes, y a los servicios básicos compartidos, estas viviendas son inadecuadas para vivir saludablemente. “Las vecindades han sido los principales focos de las epidemias que han azotado a la población”, escribió en su tesis La higiene en Guadalajara.
Para el año de 1970, este modelo de viviendas llegó a ser el refugio de gran parte de la población, pero las condiciones continuaban igual de deplorables, acentuando la miseria. Así lo confirman las declaraciones del investigador Daniel González Romero, en su aportación al tomo “Arquitectura y desarrollo urbano”, del libro Jalisco desde la Revolución. “El deterioro de las condiciones de vida de una gran parte de la población alcanza y se incrementa a la vez por los grupos humanos que habitan en las vecindades, cuyo número sobrepasaba las 2 mil 400 en 1970.”
Actualmente hay menos vecindades que en aquellos tiempos, pero tampoco se tiene un registro exacto debido a que muchas de éstas son “clandestinas”. Así lo comenta la maestra Valle Barbosa: “No todas tienen los permisos, ni están registradas en obras públicas”. Sin embargo se estima que hay alrededor de 800.
Por cada vecindad que se derrumba, se transforma, o se cae debido a lo antiguas que son, ya no se construye una nueva, comenta la maestra. Las vecindades que aún quedan, tienen cerca de 100 años. “Las que han desaparecido es porque son edificios viejos de adobe y con el tiempo de lluvias se van desmoronando hasta que se caen”.

Las nuevas vecindades
Mariana Valle asegura que las vecindades no han desaparecido ni desaparecerán, pero sí pueden evolucionar. “Considero que las vecindades se han transformado en los edificios que ahora estamos viendo, por ejemplo, los de Infonavit. Ahora las vecindades no son horizontales, sino verticales. La diferenta es que ahora ya tienen los servicios individuales, pero la mala calidad de vida sigue presente, toda esta gente cuando ya tenga 60, 50 años con este ritmo de vida, teniendo que subir tres o cuatro pisos para llegar a sus casas, ¿cuánta gente hipertensa no habrá?”.

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