Vargas Llosa ante el público

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Resulta extraordinario que en tiempos cuando se habla de la muerte del libro impreso y se prestigia, de algún modo, la llegada de los libros electrónicos, que a la presentación de la más reciente novela del peruano Mario Vargas Llosa, El héroe discreto (editado por Alfaguara), en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, asistan al menos novecientas personas —o quizás me quedé corto y eran más de mil—, en un salón donde el aforo estaba diseñado únicamente para setecientas.

¿Es, entonces, la vuelta a la vida del libro en papel y el hecho nos habla del nuevo número de lectores? ¿O se trata, dicho de otra manera, de que actualmente los escritores se han convertido en una especie de estrellas de cine o del canto?

Lo cierto es que durante la pasada Feria Internacional del Libro, apareció ante un auditorio repleto la sonrisa del Premio Nobel de Literatura, y a él se refirió Raúl Padilla López (presidente de la Feria), como “Un consentido de la FIL”. Luego de estos personajes ya conocidos a través de los años por el público asistente a la fiesta anual del libro en Guadalajara, se hicieron presentes el periodista Juan Cruz y el escritor José Miguel Oviedo para ir a la mesa, donde fueron vistos por —en verdad— miles de ojos.

Ya allí, compartió Vargas Llosa unas palabras dichas al oído de su hija: “Esta mañana al llegar a Guadalajara, y a este espacio, me emocionó ver una gran cola de personas —donde había niños, adultos y ancianos— para comprar sus boleto para la Feria…”. Acto seguido, dijo alegrarle la postal, ya que es una buena señal para “todos los que amamos los libros”.

—Con la FIL Guadalajara —dijo Vargas Llosa— uno encuentra ánimo y razones para defender la existencia del libro y la vocación maravillosa de la ficción.

El nombre del héroe discreto
Después, todo cambió. El narrador, al responder las interrogantes, que en su mayoría realizó el periodista Juan Cruz, logró una especie de anecdotario familiar donde compartió memorias de familia y ars narrativa. De esta secuencia de pensamiento me quedaron grabadas algunas de sus frases y secuencia de pensamientos…

Dijo, a amanera de confesión, que algunos de sus personajes mayores, de pronto desaparecían después de terminadas las historias, pero, los pequeños, los escuetos, aquellos que no alcanzan a figurar del todo, vuelven a su memoria y le reclaman para, luego, emerger en las nuevas novelas. Y, recordó, que “no sabe por qué ciertos personajes que inventó en otras novelas regresan” —como en el caso del Héroe discreto—, pero en realidad, dijo, “hasta que tengo el nombre del personaje, hasta que no tengo el nombre, los veo fantasmales, borrosos”.

Le reclamaron —ante las sonoras risas del público— el motivo por el cual esta nueva novela era una especie de segunda parte y una especie de espejo en la lejanía de La ciudad y los perros (1963), una obra escrita en su juventud, a lo cual —hábil conversador y salidor de todo embrollo— puso como punto de partida: “Para escribir una nueva historia es algo que vivió, leyó, le ocurrió o una persona que conoció”. Y narró, entonces, la pequeña anécdota de donde había surgido el Héroe discreto, pues él, se sabe ya, es un autor casi realista o tal vez naturalista a la manera francesa del término, localizó en la provincia peruana de Trujillo en un periódico local una breve y escueta nota de un empresario que se negó a pagar a la mafia la cuota por mantener su trabajo y a su trabajadores, y “esa historia me rondó y fue creciendo” hasta que se volvió una novela, cuando en realidad encontró el escenario correcto en otro espacio del Perú “mejor conocido por mí” y comenzó a fluir la narración. Sin embargo, para Vargas Llosa una novela no comienza en verdad sino “hasta que escucho al personaje”, pero para ello “debo encontrar el nombre”. Y el Héroe discreto encontró el suyo como Felícito.

Después, pasada una hora, Juan Cruz le comentó una última frase a Mario Vargas Llosa: “Me han pasado un mensaje: que debemos terminar” —y las risas del público estallaron en el salón.
Poco tiempo después, Vargas Llosa iría hacia otro salón a firmar los ejemplares a la —literal— horda de lectores…

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