Una guerra dependiente

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Las ideas de la Ilustración no tuvieron una influencia de peso en el estallido de la guerra de Independencia. No hay que exagerar el ascendiente de autores como Rousseau, Montesquieu y Voltaire, como se afirma a menudo, afirma Luis Villoro en El proceso ideológico de la revolución de independencia.
El filósofo e investigador emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), sostiene en la primera edición de su libro por parte del Fondo de Cultura Económica (2010), que: “La difusión de dichas obras sólo tendría verdadera significación si en los principales teóricos de la Independencia se descubriera una clara similitud de pensamiento, cosa que sólo ocurre en una etapa tardía de la revolución”.
Villoro señala que conforme la revolución de Independencia avanza, sus objetivos se vuelven más radicales. Eso provoca una transformación ideológica: los dirigentes criollos se abren, cada vez más a las ideas democráticas en sus versiones francesas y propias del liberalismo europeo.
“En el Congreso de Chilpancingo percibimos claramente, por vez primera, el sello de la concepción liberal”, que sigue el modelo del Congreso de Cádiz y la Asamblea francesa.
La proclamación de Independencia por el Congreso de Chilpancingo no menciona al rey, pero sí a la república. Este congreso, también llamado de Anáhuac, fue instalado por Morelos el 14 de septiembre de 1813. En esta asamblea Morelos presentó Los sentimientos de la nación.

Breve historia
El proceso de la revolución de Independencia empieza en 1808, después que Napoleón Bonaparte colocó en el trono español a su hermano José.
Fernando VII fue hecho prisionero en Bayona, un pueblo ubicado al sur de Francia. El sentimiento de orfandad que invadía a la madre patria pronto tuvo ecos en América. El ayuntamiento de Ciudad de México, encabezado por Juan Francisco de Azcárate y Francisco Primo de Verdad y Ramos, propuso no reconocer ninguna autoridad que no proviniera del rey y establecer una junta de gobierno. Ésta duraría hasta que el soberano legítimo regresara al trono.
El virrey José de Iturrigaray estuvo de acuerdo con el ayuntamiento, pero no la Audiencia de México y los comerciantes españoles de la ciudad, que querían reconocer a la Junta Central de España.
Los miembros de la Audiencia, junto con los mercaderes que controlaban el comercio de importación, encabezados por Gabriel de Yermo, destituyeron a Iturrigaray, nombraron a Pedro de Garibay como nuevo virrey, además de perseguir y aprehender a partidarios de la instauración de una Junta en Nueva España, entre ellos Juan Francisco de Azcárate.

El pacto social
Azcárate sostenía la existencia de un pacto entre la nación y el soberano, mediante el cual el pueblo le dona a éste el reino. Según Azcárate, el monarca no puede desconocer tal convenio, pero cuando está imposibilitado para gobernar, la nación vuelve a asumir la soberanía otorgada hasta que el rey regresa.
Ideas complementarias son atribuidas a fray Servando Teresa de Mier. Él decía que América poseía su propio pacto social. Aquel que contrajo Carlos V con los conquistadores y que convertía a las colonias americanas en reinos independientes de España, sin más vínculos con ésta que el rey, destaca Villoro.
Los criollos retrocederán en el tiempo y volverán sus ojos a la conquista y explorarán leyes olvidadas. Encontrarán bases firmes en la Carta magna de Castilla, redactada por Alfonso el Sabio, la cual estipulaba que: “Faltando el rey deben juntarse los hombres nobles y sabios del reino y los representantes de las villas y, constituyendo un congreso, guardar y dirigir los bienes reales”.
Muchos criollos estaban convencidos que la Nueva España debía reunir a los notables del reino en una junta, pues tenía las mismas facultades de convocar cortes que otros reinos hispánicos. La situación lo ameritaba. El rey estaba preso y sus tierras ocupadas por los franceses, explica Villoro.
Después del golpe de estado perpetuado por Yermo, entre 1809 y 1810 tuvieron lugar reuniones secretas que tenían entre sus objetivos dar forma al proyecto de establecer una junta de gobierno. Una de estas reuniones fue la de Querétaro, a la que estaba vinculado el corregidor Miguel Domínguez y su esposa Josefa Ortiz, además de Ignacio Allende y Miguel Hidalgo.
La conspiración de Querétaro fue descubierta y los conjurados aprehendidos. Josefa Ortiz de Domínguez mandó avisar de inmediato a Ignacio Allende y a Miguel Hidalgo. Éste se levantó en armas y lanzó su grito de guerra: “¡Muera el mal gobierno!, ¡Mueran los gachupines!, ¡Viva Fernando VII! y ¡Viva la religión!

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